Sale el quinto, Aviador, ensillado, largo y tardo en el caballo. Flojea y aparece el verde (¿de VOX?) en los tendidos. Anda Fernando Sánchez hacia el toro como andan pocos toreros, es decir, como un torero. Le espera muy cerrado en tablas y el banderillero cada vez más cerca, hasta que arranca en cortísimo a la vez que el toro. Cuadra y clava reunido en todo lo alto uno de los pares de la feria. Sale como fue, andando.
También andando, con la mano en la zurda, se va Robleño hacia el toro bajo el 7. Nadie hemos visto al toro, muchos lo han protestado y, de repente, sucede. Tras unas quince tardes de tedio por el páramo de la posmodernidad, del gintonic y el insulto, ahí está, el Toreo, para el que quiera verlo. Y desde el principio, sin probaturas. Un toro y un hombre en vertical que para, manda, templa y carga la suerte. No sé cuántos naturales son, ni en cuántas series, pero cada uno nos levanta del asiento con el brazo en alto y un ¡Olé!. Cuánta belleza, qué verdad, cuán lleno el recuerdo, qué ilusión de detener el tiempo en lo durable. Qué queda tras esto de los Rufos, Rocas, Marines, Julis, Justos y Luques. Nada. Va Robleño con la derecha, y va más corto el toro. Se enroscan ambos en un cambio de mano que los funde para ser esculpidos por Oteiza. Creo que nos levanta del asiento en algún excepcional natural más, antes de matar. Como siempre, falla con la espada y cobra la muerte a la segunda de estocada atravesada. Los mulilleros hoy deciden no ser peseteros, mientras Eutimio decide no hacer honor a su nombre y exhibe el mal ánimo de no conceder la oreja. Robleño da dos aplaudidísimas vueltas al ruedo. Ya ha dado el giro copernicano del destoreo hacia el toreo, por lo que como si da cinco vueltas o la Vuelta a España, como si se rompen algunas manos de aplaudir o se pierden las llaves de casa en la emoción, como si mañana se firma "Fernando Robleño" a la despedida de un email o se teletrabaja desde el recuerdo de lo sucedido, vamos, como si nada de lo demás en la vida importara en ese momento. Toda la tarde de Robleño es de verdad de Puerta Grande y de Madrid. Acaba con el vaticinado San Isidro "histórico" y da comienzo al de verdad.
El sexto, Chaparrito, salta al callejón y hace así lo que se espera de un toro de lidia, dar miedo. Pirri no se pispa y vemos a su calva zidaniana dar tal respingo que hasta nos parece ver pelos de punta. Se pasea el toro por el callejón en jornada electoral y sale lesionado y con el pañuelo verde presidencial. Florito and the Berrendos se lucen y nos vamos felices de la plaza.
Antes, llovía, sin Perera. Salían cuatro Adolfos, con mucha leña y poca casta, muy serios y muy duros, sosos en el caballo y tardos, arrastrados con la boca cerrada. Hacían cosas de toro, de las que no vemos habitualmente, porque habitualmente no hay toro. Un espectador venido a propósito desde Canarias (confiemos en que con dinero propio y no de la PSOE) se apenaba por estar asistiendo a una tarde "insípida". ¡Qué cosa tan diferente al toro de lidia está en el imaginario del público taurino! Los aficionados, con todo el interés en el ruedo, escuchábamos más nuestra propia reflexión bajo la capa de agua. Lógicamente, no había gintonics ni se vendían bocados (elevados a "bocadillos" por la mercadotecnia) de jamón ibérico a 7 euros.
El primero no se despegaba de Robleño y lo llevaba de las tablas, al centro, para volver al tercio. Con los tendidos calándose, fue calando la actuación de Robleño a base de voces que tiraban del toro por ambos pitones con técnica y valor, soportando sus revueltas. Estoque ya en mano, caló dos naturales hondísimos que nadie pensó que pudieran darse. Es inevitable acordarse de El Juli viendo a Robleño con toros como este, por la poderosidad de uno y el poder de otro. Mató de estocada que hizo guardia.
Román se salía al medio por las apreturas del Adolfo en cuyo lomo luego se partió una vara. Inesperadamente, brindaba a los espectadores, mientras alguno sin capa de agua, pero con sombrero, abandonaba el 7. Seriedad de Román, que se empecinó en sacar buenos muletazos y lo conseguía. Faena a más hasta la cumbre de un parón del toro que Román aguantó cipotudamente. Mató de sartenazo atravesado tras varios pinchazos.
El cilíndrico tercer toro arrollaba al capote de Garrido en su recibo. El matador, como Perera hace dos tardes, se apresuraba en tomar el olivo. Toreros extremeños, tomadores de olivos. El toro embestía al capote de un subalterno con el capote del matador en su cuerno, daba una coz al burladero del 9 y se iba barbeando hacia el 7. José Chacón clavaba en su segundo uno de los pares de la feria. Garrido se eternizó en el inicio de faena, tanto, que el toro se lo fue pensando y le corneó en una colada. Se fue directo al hule y Robleño mató de estocada tendida y atravesada.
En el cuarto, como en los anteriores, nada que destacar ante los varilargueros. De nuevo, Chacón demostró su torerísima destreza primero, recogiendo y fijando al toro suelto tras el puyazo y, segundo, haciendo un quite salvador a Gómez Pascual tras su par. Y, de nuevo, Román, porfió y dio con la muleta lances de gran valor ante el de Guisando Adolfo, que arreó por sorpresa al cambiar el matador la mano para el pase de pecho. Descabelló tras un pinchazo hondo.
A partir de aquí, pasó lo de más arriba, y fuimos felices.