Un toro de Gallardo prende terroríficamente a Roca Rey y la culpa es del 7. El flabelífero más cursi del régimen, el Óscar Puente de la crónica taurina, el escribiente que demuestra que lo remilgado no está reñido con lo grosero, entre errores ortográficos acusa al 7, que ejerce "otro tipo de violencia". Se abre así un hiato, un tiempo-cesura en la tauromaquia que la pone en gran riesgo. Con esas acusaciones a un tendido concreto (aunque es realmente a toda la afición venteña), de que con su juicio, con sus protestas, su expresión, su propia presencia, "violenta" y provoca la cogida de la estrella peruana, se banaliza el mal. No repetiremos aquí para lo que Arendt utilizó esa expresión con lo que vio en Jerusalén. El mal, que es lo que se exorciza con el Toreo, se traslada del ruedo al tendido. En la arena no puede haber nada, pasar nada malo, porque el mal se ha confinado en el aire del tendido, y no en todo, en una parte, la que molesta. Se descarga al matador, y es más, al propio toro. Se nos advierte de que hay más peligro en el aficionado exigente que en el toro, sea o no tricorne. Es la vía hacia una tauromaquia descargada: un toro descargado de su naturaleza fuera y un torero descargado de su deber. Se traslada al público la responsabilidad de lo que sucede sobre la arena. Es el aficionado, que paga, el que se va a ver sometido al examen de los uranómetras, bautizados así porque son medidores del cielo, de lo que está más arriba de la arena. "Hoy Rosco ha estado apático, fuera de sitio, destemplado, como sin querer y sin poder. Está para no volver en una temporada o que anuncie su retirada para sacarlo a hombros". Y todo ello puede conducir a dos cosas: una, irreal, que es que se pague o multe al aficionado por emitir su juicio; y otra, la realmente buscada por el régimen taurino, que es la banalización del mal como camino hacia la censura. Cada cogida a Roca en Madrid es un paso más cerca de la corrida acrítica, de un espectáculo puramente triunfal, y de que el público de aluvión, la contrafición, agreda a lo restante, la afición. Bastará rebasar por la mínima la cota Zabala-Amón para que estalle la violencia. "Yo sólo obedecía a lo que dicen que es lo correcto, no quería abrirle la cabeza a Leo, pero es que no paraba de protestar y, claro, hay que respetar al que se la juega en el ruedo". La tauromaquia (¡y la civilización!) está en que sea el torero el que geometrice al mal, y que hay aun público que diga cuándo lo ha hecho, y cuándo no, o, al menos, que dude.
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