Decimos de la corrupción de nuestro Estado de partidos, que hasta se permite presumir de amaños electorales del partido único, pero cómo será de corrupto el régimen taurino que ni se rechista al ocultar información al que paga. Hoy los tejemanejes matutinos de empresa, CAT, presidente, y váyase usted a saber quién más, decidieron que se aprobaban cuatro toros de Algarra y dos de Montalvo, evitando así una presumible devolución en masa.
Tarde sin agua, ya sea como lluvia, en botijos o en botellas de plástico, es decir, tarde sin aire. Tarde entretenida que confirma que, cuando hay figuras, no hay toro y sí tedio.
Cuatro toros de Algarra, encastados, pero sin alardes de fuerzas, y dos de Montalvo, uno de ellos con genio encastado. Al menos cuatro, para cortar orejas sin necesidad de depender del ánimo presidencial o del juicio de los espectadores de sofá y kleenex arrugado. Ver la armonía de lo de Algarra junto a las estridencias de lo de Montalvo es como escuchar el Jesus, Etc de Wilco y luego ponerse la Mocatriz de Ojete Calor.
De El Payo diremos que vino con José Chacón. En el cuarto, de un capotazo interminable por el derecho, toro colocado para los rehiletes del segundo peón; de otro capotazo interminable por el izquierdo, toro colocado para el tercero; y con otro capotazo soltando a una mano, toro cerrado en tablas. Hay más poderío en esta brega de Chacón que en toda la tauromaquia de El Juli.
Román dio distancia a sus toros, se dio distancia con respecto a su boyante primero y dio batalla a su segundo feo, complicado y descompuesto de Montalvo, al que mata de buena estocada para arrancarle una oreja. Empate entre torero y toro que demuestra que Román está más por las gestas que por las exquisiteces.
Una actitud digna, un neo-toreo inocentón, una estocada tendida perdiendo el engaño y una petición que se prolonga tras el arrastre de las mulillas, casi proveen a Espada de una orejita de esas olvidadas hasta que algún programa de mano del futuro nos lo recuerda. Chocó con la distimia del presidente, que no era Eutimio. En el sexto, debía haber continuado de rodillas, oídos los jaleos, pero apostó por ponerse de pie y, al entrar a matar por tercera vez, fue corneado, primero de esta Feria.
El último toro derribó a caballo y picador, quedando por un momento los tres en el suelo, como viva imagen de un posible futuro decadente de la tauromaquia.
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