Antes de centrarnos en lo acontecido en el cuarto toro de la tarde, diremos del resto que los Lozano estarán encantados de volver todas las veces que los reclame Leo, porque es triunfal este día en el que apoderan a dos de los actuantes y colocan completo un encierro sospechoso de pitones, chico, flojo y boyante (salvo el encastado tercero). También diremos que la mano del Lili es muy buena colocando sus gónadas, pero es nefasta para la suerte de su matador en el sorteo, que gracias a las abreviaciones de Morante vamos en busca del tiempo perdido con el pegapasismo de tantas y tantas tardes, que la ensalzada poderosidad de Julián es la de mandar con el pico y para fuera a babóvidos que se arrastran por las antípodas del toro de lidia, y que Rufo es afortunado en los sorteos (ha lidiado dos de los toros más pequeños y más "colaboradores"), pero no así en lo de aplicar eso de parar, cargar la suerte, mandar y templar y cargar la suerte, que decía Paco Brines.
En cuanto a lo del cuarto toro, comprobábamos que Morante, entre todo lo que puede ser, es también un eficaz astringente y logra, como los ejercicios de Kegel, que nadie abandone su localidad por las ganas de orinar entre la muerte del toro anterior y la salida del suyo. Así, con las vejigas y la plaza llenas, aparecía en el ruedo Gaitero. Se estira Morante en una sola verónica suelta y se le escapa una sonrisa a la plaza. Enseguida se ve que el toro es del agrado del de la Puebla y, por eso, lo lidia, es decir, cuida, él mismo. Tiene la fuerza justa y sale aún más aflojado de sus encuentros con el picador. En estas, se va Julián a los medios a quitar el toro con unas chicuelinas como de sacudir el colchón que las buenas gentes aplauden. Lo de todos los días. Y en esas, Morante, como herido en su orgullo, como harto de tanta fealdad, de tanta vulgaridad, como queriendo decir quién manda en esto a este Julián de San Blas al que habían entronizado como Rey de Sevilla, se va también a los medios y la plaza brama. Opta por el lance fundamental, "mira, Juli, aprende", y mece tres verónicas lentísimas y dos medias, la última a pies juntos que ponen en pie a la plaza y entierran lo de Juli. El Lili pone dos dignos pares cuadrando en la cara y Morante se va debajo del 8. Unos estatuarios de puntillas, como Gallito, un trincherazo puntiagudo y el de pecho, y otra vez esos dos remates, para llevarse al toro al terreno del 6, que aplaude según se acerca. Una serie de derechazos culminados con un señor pase de pecho y algún natural suelto. Todo de frente, con temple, torería, todo lo contrario a lo que veníamos viendo. Joder, en cada lance nos íbamos sacudiendo de encima toneladas de pases y se demostraba que no es una quimera, eso del toreo. Era casi necesario que quedara patente en la misma tarde la diferencia entre el des-toreo o neo-toreo y lo clásico, lo esencial. Se había sometido a la vulgar falsedad de El Juli, gracias a Morante, a la tiranía del talento, cosa de unos pocos hombres y de los pocos momentos en que quieren. Una tiranía a la que, los aficionados, gustosamente nos sometemos. Decía Luhmann que el talento pasa a ser un fenómeno escandaloso para todos aquellos obligados a vivir de las apariencias. ¡Qué escándalo, Julián, príncipe de lo falso!
Diremos también que tiene su mérito lo de Julián en el quinto, en el que consigue rehacerse del escándalo de Morante y, a base de ese faenar suyo como de pintor callejero que vive del amaneramiento de sobar y sobar la acuarela para producir una y otra vez el mismo paisaje, recobra la atención del público, que jalea su actuación. En esos aplausos y bieeeeenes debe haber alguna conexión de la labor de Julián con el trabajador que todo españolito lleva dentro. Si no, no se entiende.
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