"¡Baja tú, enterao, baja tú!"
En estos días de primavera, esa estación re-conocida por alumbrar una y otra vez la soberanía del Real Madrid en Europa, y en los que alborea la Feria de San Isidro, el periodismo taurino despunta y llena páginas y, de paso, sus bolsillos, con pigmaliones y pronósticos autocumplidos sobre el serial, mientras el aficionado, desinteresado de las adivinaciones periodísticas, aclara sus esperanzas y cavilaciones cuando un grito ciega su pensamiento, en estos días de primavera.
"¡Baja tú, enterao, baja tú!"
El aficionado se pregunta cuántas veces escuchará dicterio semejante durante la Feria de este año, y si será especialmente proferido cuando actúe Morante, por su rabo de Sevilla, Juli, por ser torero de Madrid (de San Blas), Roca, por sus pases del culito, Luque, porque así lo dictan los revistosos, o cuando destoree cualquier otro afín a los devaneos del taurinismo. No lo sabemos, no, ni nunca lo sabremos. Como "enterao", el aficionado sí sabe que cada tarde empieza con la lectura de la crónica del día anterior en Salmonetes, seguirá por Twitter y parará en algún bar de la calle Alcalá y sus aledaños. También conoce a quien se sentará a su lado en la plaza. Si no lo impide el consenso conyugal, J. no fallará ninguna tarde. Leo estará siempre y cuando no esté en el Metropolitano. E. y J. se turnarán con allegados y familiares en sus dos asientos. K. y A. son más volubles en su asistencia, sin llegar a no comparecer. Y otro A. vendrá seguro los días de lleno asegurado, porque lo que más le gusta es ver la plaza a rebosar. La afición sabe también que en la algarera plaza de Tetuán de las Victorias el paseíllo se daba envuelto en el humo del aceite de las fritangas, y que, al sentarse en la moderada plaza de hoy de Las Ventas, los actuantes comparecen en loor de gintonics. Por supuesto, es vox populi que por los bajos estará Luismi el Chatarrero acompañado de mujeres como oropeles que mirarán con codicia al personal de gañote que poblará el callejón al que se asomarán prismáticos desde los tendidos para matar el tedio de muchas tardes que adormecerá al espectador en el recuerdo de un momento dichoso o en el estrés de las tareas más mundanas del hogar o de labor, que la de Fuente Ymbro de este año sacará carbón, que es para Fandila, Leal y Valadez y que el Rosco dará la enhorabuena a Gallardo en su novillada. No lo sabe todo, no obstante, el aficionado, pues habrá de consultar continuamente la predicción meteorológica para adaptar su atuendo a las olas de calor sucesivas. Ya advierte Sloterdijk que es la meteorología y no la creatividad la que ha llegado al poder. Pero sí que sabe de otro tiempo el aficionado: que la corrida muere cuando la sombra cubre el reloj de la plaza y la tarde cae. Las Ventas, en San Isidro, es un gran reloj solar, que concilia el tiempo atmosférico y el metafísico.
"¡Baja tú, enterao, baja tú!"
Esas son cosas que el aficionado sabe y que sabe que no sabe, pero el aficionado, más que saber, lo que hace es esperar. Por ejemplo, se abandona en la esperanza naíf de sentarse en su trozo de piedra venteña con sus extremidades inferiores robustamente soportadas por un azulejado completo, con todas sus piezas blancas hexagonales. Que no haya toros mecánicos en los pasillos, ni que el más fotografiado sea el toro enano Chiquitín, en vez del pablorromero, son también esperanzas inocentes de la afición. Igualmente, una ilusión bisoña les lleva a esperar poder imponer su riguroso criterio sobre ese coro báquico indisciplinado y discordante que es el público de aluvión, así como a que cuando esté cayendo el último toro, por Dios, no esté sonando Nathy Peluso en la terraza del 7. Aunque si hay algo que el aficionado espera, por encima de todo, es al toro. Al toro-toro con sus cuernos íntegros, no de merengue, de esos confitados por la habilidad pastelera de un barbero, al toro con su verdadero carácter, no al fabricado para ser bobo, sin malicia y que se deja cortar las orejas, al toro con su casta y su fiereza, no al que, como al niño que, jugando, hace de toro, se le dice cómo tiene que embestir hasta lograr que sea el toro el que tenga miedo al torero. Los aficionados anhelan ver un toro tremendo, y no tremendismos. O tremendismos con un toro tremendo. Por eso, la corrida que más espera es la de los de Escolar con López Chaves, Robleño y Gómez del Pilar. Y sí, esperan a algunos matadores de toros, sí, hay cierta predilección por ciertos toreros que se ve, enseguida, ensombrecida por un favoritismo superior: el aficionado es del que lo hace, cuando lo hace. El que va lo ve, y el que no, no lo ve, es otra de las máximas. En esto de los toreros, incluso habrá alguno que espere, como el señor Esteban de Díaz-Cañabate, ser apoderado, para comprobar, aunque fuera por una sola vez en su chirle vida, que lo que le dice al torero, éste, lo aplica, y sale bien.
Y espera, el aficionado, muchas más cosas, como que lo diferente sea lo de siempre. Espera el milagro de ver torear y no tener que bajar él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario