domingo, 8 de junio de 2025

La de La Beneficencia. La historia como farsa

La tragedia fue la del 28 de mayo de 2025, que hoy se ha repetido como farsa.

Esa tarde, en el primer toro, Morante de La Puebla se dejó el alma en su mejor faena en Madrid, una de las mejores del siglo, con el quite del vasito de plata para el recuerdo y con una claridad de ideas y unidad de acción propias del añorado Antoñete. Las gentes, en especial, los morantistas, se quedaron en esa cosa de la no concesión del despojo, porque hasta para ellos debe valer más un apéndice auricular que enviar encriptado en un audio de WhatsApp a su cuñada o a su crush, que la Verdad que les había sido revelada, porque debe proporcionar más cliks, citas, reposts y likes si la crónica de Zabalita se dirige contra el hideputa del presidente Sanjuán y su manía, seguramente policial, de comprobar si hay una mayoría de pañuelos como dice el Reglamento, pero el caso es que nadie se animó, a ninguno del poblado fandom se le ocurrió, y ni una sola de esas almas por las que el matador había entregado la suya tuvo el más mínimo impulso y decoro para arrojarse al ruedo y, con toda la espontaneidad de lo auténtico, meter su testuz entre las mullidas piernas del creador, recibir en su cogote el sudor de esa entrepierna irradiadora de arte y engendradora de futbolistas, y erguirse con él a hombros como un Cristóforo portando al dios de la tauromaquia.

Ahí nos quedamos, en un "ay", o en un "uy", hasta hoy, tarde de La Beneficencia.

Hoy Morante ha abierto la Puerta Grande de Las Ventas con una oreja en su primero, Sacristán, y otra en su segundo, Lírico. Porque lo de hoy era la farsa que repetía la tragedia del otro día, la de no haber sacado espontáneamente a hombros al de La Puebla. La farsa debía ser hoy, tenía que serlo. Tenía que ser en La Beneficencia, la tarde otrora más importante del planeta de los toros y devenida en hito venteño del postureo, para decir que Morante recuperaba su esencia y prestigio. Debía pasar hoy, con toros de Juan Pedro Domecq, para escribir en la historia esas iniciales, JP, y lavar más de medio siglo de tiranía ganadera que ha esquilmado de casta y castas el campo bravo y que ha engendrado como dominante un producto, el perritoro, que borra progresivamente el sufijo -maquia de la tauromaquia, para poner ahí lo que se quiera, por ejemplo, -rrea, taurorrea. Porque había de acontecer esta tarde, con un presidente colaborador, un público postrado ante la' coza' de la' coza' y un ambiente, clima o clímax tan festivo como frívolo. Y debía ocurrir hoy, porque lo del otro día era injusto, y el hombre, los hombres, pueden juntarse de vez en cuando y jugar, como en "El Séptimo Sello", al ajedrez con la muerte, con su historia, y hacer justicia. Las Ventas como reparadora de injusticias históricas, ya quisiera el PP de Feijoo. Y así, como una farsa, se escribe la historia antes de que pase. Sí la Puerta Grande de hoy de Morante es histórica es porque es su primera.

Un Morante que hoy ha demostrado, una vez más, que seguramente sea el mejor torero de su tiempo (Geist), de esta época marcada, como decíamos, por el medio-toro (Zeit), el toro bobo, producido en masa para colaborar para el arte, sin un atisbo de listeza, ni una intención que no sea ponérselo fácil al matador. No hay nadie como él con ese animalejo, y lo deprimente es ver que sólo él es capaz de estar bien ante adversarios de tan poca monta. Si Joselito era Gallito, Morante será Gallitito, a tenor del animal al que se enfrentaron uno y otro.

La excelsa ciencia veterinaria de la casa Domecq resplandecía en ese coloradito primer juampedro que tenía sus más de seiscientos kilogramos armónicamente repartidos en las diversas bolsas de grasa que conformaban su alto y largo ser. Esa mezcla que nació de la fabricada en 1930 por D. Juan Pedro Domecq y Núñez de Villacencio y que ha logrado que el toro, como este Sacristán, salga ya picado de toriles, y que nos dirige en pos del progreso y del arte a una corrida en la que el tercio de varas sea innecesario. Morante lo esperó quieto en el 10 y lo recibió con templadas verónicas cada vez que el abanto pasaba por allí. Fueron varias veces las que el toro venía y se iba, lo que nos hizo ponernos existencialistas, acordarnos de Heidegger, y pensar si no éramos nosotros, nuestra vida, ese animal, un ir y venir atontado hacia la muerte, hasta que de la pura improvisación se sacó el matador unas garbosas chicuelinas rematadas con una media a pies juntos y una serpentina. Contra el Equigarce y contra sus ramalazos de mansedumbre y blandenguería el toro peleó decentemente, mientras Morante quitaba por verónicas deslucidas por ese caerse del toro, y Adrián por gaoneras, con una última suave y ceñida. Curro Javier lidió magníficamente al blandiblú como a un hijo, como se educa ahora según la escuela empática de Álvaro Bilbao. Cayeron sobre el lomo las primeras banderillas y caía a plomo de la boca del toro la lengua, una lengua especialmente ensangrentada, con un rojo tan vivo que parecía que se había pintado el hocico, que se había travestido, y no se nos ocurrió mejor manera de comprender y representar a este animal criado y seleccionado para ser otra cosa y hacer cualquier cosa menos seguir su instinto. Con la muleta, empezó Morante con ayudados por alto, pasándoselo por la faja, sin inmutarse, cerrados con un molinete y un verdaderamente obligado de pecho. Con el toro entre las dos rayas, en el 9, de donde apenas se movería, vendrían dos tandas con la diestra, y otras dos con la siniestra, marcadas todas por la intermitencia de su profundidad, pero con ese medio pecho, esos riñones encajados, ese no cazcalear entre pase y pase que, hoy, casi nadie hace. Enfrontilado y tirándose recto como una vela, ejecutando dignamente la suerte suprema, dejó una estocada entera y desprendida que causó derrame y con la que el toro cayó rodado. Se le pidió una oreja que paseó parsimoniosamente, como regodeándose o relamiendo cada dicterio que se le había propinado al presidente Sanjuán, y entre vítores y cánticos de "¡Jo-sean-tonio, Morante-de-La-Puebla!". Otro pasito más hacia la bernabeuización de Las Ventas. Sólo nos queda tener un espacio Mahou con una cristalera que se asome al ruedo y que se llene de hermanos y hermanas del otro lado del charco con camisetas de Mbappé.

Juan Pedro Domecq Morenés echaría en cuarto lugar otra maravilla de la ciencia veterinaria, un toro negro tan basto como anovillado y que recibió las justas protestas del iletrado respetable. Morante no pudo lucir su capote y, para colmo, sufrió dos coladas al llevarlo hacia el picador, de cuyo primer encuentro salió tan renqueante que el segundo puyazo se convirtió en un leve picotazo. Entre medias, el torero trató de tirar al toro. Así, con serias dudas sobre si el coleta querría verlo o no, Joao Ferreira enseñó en su brega toda la condición bobalicona y colaboradora del toro y, creemos, sumió a Morante en un dilema, en el dilema de la tauromaquia estúpida de hoy: ¿abreviar o jugársela con un inválido? Se la jugó y empezó a creérselo en los ayudados por alto y, sobre todo, en las trincherillas de inicio. ¡El inválido servía! A media altura, con la derecha, y en línea, dejó algún derechazo muy torero en las dos primeras series. Cambió a la zurda y, más ajustado, elevaría el tono de la faena hasta llegar al cenit de un natural que empezó mirando hacia el 7 para terminar vaciado hacia el 8, así de largo crujió el olé en los tendidos. Lo mejor de la tarde. Crecido, daría una tanda más por la derecha, la más rotunda. Volvería a la izquierda, pero el novillo había dicho basta. Con todo el mundo empujando, Ayuso, Roberto Gómez, la infanta Elena, hasta Abellán, se tiraría al cuello de Lírico, matándolo de un horrible bajonazo. Lo que no fue óbice para que la plaza se tiñera de blanco, como el pañuelo que sacaría el eutímico José Luis González González, consumando así la farsa, que seguiría tras la Puerta Grande por la calle Alcalá, de la que emergía el torero, con su traje negro, sobre las pantallas iluminadas de cientos de móviles que hacían de lo supuestamente histórico un archivo, unos megabytes que limitarían enormemente el espacio de su móvil, forzándolos a eliminar vídeos y fotos de recuerdos más genuinos que los que estaban grabando, y no viviendo. Lo mejor vendría después, con el diestro saliendo a saludar en el albornoz del Hotel Wellington desde su balcón, a una muchedumbre que lo aclamaba, mientras él besaba la bandera de España y enseñaba, a Urtasun y a todo un régimen anti-nacional, que el pueblo, y no ellos, sigue eligiendo a sus héroes.

Con todo, quedaba demostrado que es preferible y deseable un Morante sin morantistas, que toda la autenticidad y buena salud del maestro y de su toreo, se esfuma con las exageradas fuerzas de ensoñación y anhelo que liberan sus fans y que jamás podrán ser integradas por el arte de José Antonio, lo que generará en el matador más insatisfacciones de las que se pueden resolver por abreacciones masivo culturales o apaciguarse por terapias individuales.

La tarde de Fernando Adrián sirvió para recordar porqué no recordamos nada de sus Puertas Grandes, y la de Borja Jiménez para consolidar, antes de la de Victorino, su imagen de torero maleado, como hecho fuera de la M-30, y de esperanza agotándose.

2 comentarios:

  1. Pues este artículo es magnífico. Muchas gracias. Aquí la cuestión era poder decir que se había estado en algo histórico y a empujones se ha conseguido. Comprenda que es muy duro oír hablar a ese vecino de localidad, una tarde y otra, de Paco Camino, Bienvenida, Viti, Antoñete, Rincón, etc. y estar uno ayuno de algo parecido. Había que fabricarlo y aunque sea con forceps se ha logrado, aunque sea haciendo caso omiso por completo del toro (eso sin lo que antes nada tenía importancia). En el fondo, pobre Morante, le han usado sin mucha piedad, a costa de cualquier consideración. No es extraño que la presión le tenga medio ido. ¿Estamos asistiendo al fin de la fiesta? Ya decía F. Bleu que llegado el Guerra se habían acabado los toros y sabemos que la fiesta y la crisis de la fiesta son casi lo mismo. Pero, ¿y está vez? ¿Con la perdida de autenticidad, se haga esto? Como suele decirse, por el momento continuará.

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  2. Gran artículo, aunque disiento en que haya sido una farsa. Hemos visto el mejor toreo de la feria después de su faena al toro de Garcigrande y las dos estocadas mejor ejecutadas a pesar de dónde caen (sí, mejores que las de Uceda Leal, que pega un muñecazo horrible para tapar la cara del toro en el volapié). Todo ello, con la emoción del único torero del escalafón que improvisa y que por eso sorprende. El artículo anterior compara el furor morantista con las gestas históricas de toreros anteriores. Le recomendaría revisar esas faenas históricas, en las que encontrará no pocos defectos que la comunión vivida en la plaza ignoró y que la marea del prestigio histórico ha borrado de todas partes menos de las imágenes.

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