Julián López Escobar, acartelado "El Juli", podría haber sido mi ídolo si en algún momento de sus veinticinco años de bureaumaquia se hubiera dignado, siquiera una vez y en Madrid, a matar a alguno de los señores toros de José Escolar de esta tarde en Las Ventas, especialmente al noble y fijo cuarto, Conducido, o al encastado y emocionante quinto, Calentito. Sería el mayor fan juliano si hubiera demostrado su poderosidad ante alguno de los animales que han saltado al ruedo hoy y que han hecho honor a su nombre, científicamente conocido como bos primigenius taurus, y no a ese engendro de la ciencia ganadera dominante que podríamos llamar bos modernus canis lupus familiaris. Y si, en ese final de su carrera acomodada, en el que, por momentos, dejó clavada la alcayata en la pared, quiso erguirse (¿no es eso madurar en nuestra especie?) y colocarse, hubiera parado, mandado y templado a uno de los escolares, no sé, creo que lo habría ido siguiendo hasta por los puticlubs, que lo habría estado esperando hasta en los resúmenes de Tendido Cero, que pediría en misa por la buena crianza de sus reses de El Freixo, y que hubiera hasta entendido a los sevillanos que lo coronaron King of Seville y que son los mismos que aceptan que la horrenda torre de Pelli sea más alta que la Giralda. ¡Cuánto te habría querido Julián! ¡Cuántas aras julianas sería incapaz de levantarte! Piénsalo, Julián y Calentito, y yo, ¡felizmente insignificante!
¡Viva José Escolar! José Escolar ha traído hoy una señora corrida de toros de esos que son toros antes de ser bravos, enclasados, reponedores, de un tranco más o un tranco menos. Toros distintos en su presencia, más terciados los tres primeros, cuatreños, imponentes los tres segundos, cinqueños, distintos en su comportamiento, mansos y con los que no se han parado relojes, o no sé, preguntemos a los televidentes, porque no hemos mirado el reloj en toda la corrida. Toros tan duros que en la cámara de Serra y en una pantalla de, por ejemplo, los cines Renoir de Princesa, retirarían, afortunadamente, a España del Programa Erasmus+, por la cantidad de estudiantes centroeuropeos que irían a llorar a las instancias bruselenses, con González Pons recogiendo las lágrimas a ver si milagrosamente las convierte en votos o en lubricante para su próxima novela. Toros tan serios que eran idóneos para hacer el genuino y siempre ansiado western español, con esos animales que son nuestros verdaderos indios, y que han raptado a nuestra gloria, a la que vamos a buscar ciegamente como Ethan Edwards. Toros tan toros como para asaltar con ellos el Palacio de la Moncloa, el Congreso, el Tribunal Constitucional, con los que desterrar a Conde-Pumpido y a Kelsen e instaurar la separación de poderes y un control constitucional difuso. Joder, toros como Ábalos esa noche en el Parador de Teruel.
Toros como el badanudo y alto primero, Tostonero, que hacía paradinhas al acercarse a la grúa de Equigarce y de la que se alejó raudo tras recibir dos puyazos traseros, que no se dejó clavar cómodamente los rehiletes, y al que Esaú Fernández probó por bajo, acompañó en varias series y enseñó todo lo que no quería enseñarlo. Al final de la faena, el toro había aprendido y el torero era el mismo. El capote de un subalterno quedó colgado de la empuñadura del estoque y el toro se dio todas las vueltas que un buen peón entrena denodadamente y sueña con poder dar antirreglamentariamente para contentar a su matador. Como ver la traslación terrestre y saber que antes caerá el planeta que la estrella. Pese a ello, siguió con la boca cerrada y con media estocada desprendida dentro, hasta tumbarse al tercer descabello.
Toros como el pitonudo segundo, Castellano II, que consintió recibir algunas verónicas de recibo y que manseó en el caballo tan deliberadamente que era como leer a Soto Ivars. Desarmó a Gómez del Pilar en su media de remate al quite por chicuelinas (único quite de la tarde). En banderillas, casi logró implantar un sistema binario 1 / 1 / 1 / 2. Demasiado cerrado en el seis, tras el primer pase del matador, se fue a enseñar toda su mansedumbre a los porteros venteños que asomaban su gaznate cubierto por el cuello de un polo azul. Gómez del Pilar, esforzado, le hacía tragarse el primer muletazo de cada tanda, sufría su mirada en el segundo, y padecía lo indecible en el tercero con la cabeza del burel a la altura de la suya, queriendo hacer un dios Jano de lo español. Tras otro pase, se iría, como antes, a mostrar lo manso que era a los banderilleros que se ocultaban tras el burladero. A diestra y siniestra se repetía la cosa: la mirada, la cara arriba y, la mano, también arriba. Escuchó un aviso que ponía sonido a la voz de tantos aficionados que veían cómo se pasaba de faena. Cazó al toro a la tercera con una estocada entera, con travesía y desprendida.
Toros como Chatarrero, el tercero, abierto y corto de cuerna. Castigado terriblemente en el brazuelo, en la columna, y en distintas partes de su extenso lomo. Lo que se perdió la Inquisición con estos picadores y lo que se están perdiendo los promotores de nuestra leyenda negra. Navazo, creemos que sin querer, dejó un buen primer par de banderillas. Luego vinieron una y una, en cada pase, para sumar las cuatro y poder respirar los peones, aliviados. La faena transcurrió entre la dura sosería del toro y la incapacidad pundonorosa de De Pablo. Digamos que toro y torero se gazapearon. Dejó el matador una estocada caída y atravesada, saliéndose y a la segunda. El toro, sin enseñar su lengua (¡qué toro tan difícil para el arte, el que no muestra su lengua!), se levantó al ver al puntillero y lo desarmó. Fue tumbado en el siguiente puntillazo.
Toros como Conducido, el cuarto, que pasó limpiamente por la larga cambiada en la portagayola de Esaú y por los mantazos de recibo, quitándolo el polvo para enseñarnos, esplendoroso, todo su trapío. Recibió tres puyazos a los que acudió en largo y en los que su pelea fue a más, dentro de su marcado carácter manso. Apretó a un banderillero hasta el olivo, haciendo caso omiso del capote de auxilio y enseñó en la brega su larga embestida por bajo. La faena, equivocadamente en el tercio, fue entre el toro Conducido, noble, fijo y humillador, a más, y E.S.A.U. (Empeño Soez con Alcayata Ufanada). Se le fue el toro. Las bernadinas de remate casaron tan poco con el tono de la tarde como cuando Lucas Vázquez este año decidió en algún partido, por sus santos y gallegos cojones, tirarse una falta a la escuadra en la última jugada. Estoqueó bajo y atravesado y consiguió descabellar tras muchos intentos. El toro se fue sin moscas en su boca y ovacionado. El matador saludó unos pitos desde el callejón.
Y toros como Calentito, el quinto, con 656 kilogramos de trapío y casta para cogerlos y arrojarlos sobre ese taurinismo de la monserga de los "kilos y la casta" y sepultar su discurso. Un toro tan astifino, alto y largo que podríamos imaginarlo en la Plaza Vieja de Madrid. Gómez del Pilar lo lidió bien, colocándolo perfectamente ante la cosa equina-saurischia, bien movida por el pica, hasta en tres ocasiones. El toro, remolón, peleó sin destacar en sus tres encuentros. En la brega se mostró tardo y recibió incontables capotazos, aunque cuando arrancaba y seguía el engaño, lo hacía con todo. Con todo se fue también en sus dos pares hacia Víctor del Pozo, y éste aguantó con todo su cuajo el envite para cuadrar en la cara y dejar las banderillas en todo lo alto. Olé. La emoción de esos dos pares se mantuvo, pese a la parsimonia del matador, con la embestida arrolladora, vibrante y del toro en la muleta. El rabo enhiesto, por detrás de una mole cárdena en movimiento y dos cuernos demoníacos, todo, embistiendo. Como un AVE gris. Gómez del Pilar, queriendo dar la pelea, empezaría por bajo, perdiendo pasos ante el empuje del toro que era tal que, al rematar, tuvo que hacerlo tan rápido que pisó la muleta, se trastabilló y quedó desequilibrado a merced del toro, que lo perdonó. A ese inicio lo siguieron dos series con la diestra, meritorias, en las que según se avanzaba, se veía la victoria del encastado animal, que se confirmó al coger la zocata. Cartelito quería comerse el mundo y nuestro hombre, Gómez del Pilar, no desplegaba el canon. Oponía ligazón sin temple ni sometimiento por toreo, inteligencia y sentido de la medida. Llegó a desarmarlo y, por buscar el afecto del público, se pasó de nuevo de faena. Escuchó un aviso mientras pensábamos que seguramente había superado en pases a Perera. Se tiró a matar y cobró una estocada delantera y contraria que provocó el derrame por la boca del animal. Duro para morir, tuvo un empuje más y se fue como un rayo a por un subalterno, que se vio obligado a soltar el capote en su carrera huidiza. Cayó finalmente y se fue entre una clamorosa ovación y con una oreja menos.
El sexto no pude quedarme a verlo y, por tanto, no diré nada de él, en pública oposición a los cronistas de TV, sofá y espalda sudada, que siempre se enteran de algo de lo que los de la piedra no.
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