Por suerte, hoy, domingo 25 de agosto y último y noveno día de la Semana Grande bilbaína, han salido al ruedo siete toros de Dolores Aguirre y han puesto, un poco, todo en su sitio (uno, naíf, siempre ha pensado que con un Miura, un Dolores, un Victorino o uno de Reta, soltado en el lugar y momento precisos, como en esas txosnas del Arenal a las, por ejemplo, 3 de la madrugada, se solucionarían, embestida a embestida, muchos de nuestros males). Una señora corrida de toros, auténticamente "impropia por exceso de trapío", virtuosamente herrada, de pitones sin mácula de barbería, de hechuras reconocibles y anti-modernas, con su variedad de comportamientos y de mansedumbres, dura de boca cerrada en el arrastre, perseguidora de banderilleros, de poco lucimiento en el caballo, pero mal picada, mal lidiada, en general, ovacionada casi toda de salida y tras ser matada, y que ha resultado entretenidísima. Podríamos, a tenor de lo de hoy, sentenciar que se sabe que la tarde ha sido buena no cuando se han "parado relojes", sino cuando el tiempo ha volado para quedarse, una milésima parte, en el recuerdo. Como hoy.
Robleño y su cuadrilla sufrieron de lo lindo para lidiar al primero, un toro altísimo de 640 kilos que manseó desde el inicio aunque empujó bien, tardeando, en sus dos encuentros con el picador, saliendo suelto de ahí y de cada lance. El matador lo fijó en un inteligente inicio por bajo, alargando la embestida. Con la derecha, desajustado, aprovechó la querencia en una tanda y media, hasta que se rajó el toro. Quizá hubiera sido más combativo el toro en los medios, una duda de esas que no surgen con los de Daniel Ruiz. Le arrancó Robleño una meritoria serie con la diestra por los adentros y luego algún natural suelto. El toro se aposentó en toriles y ahí mismo lo mató de estocada atravesada y golpe de puntilla.
Del segundo, para Castaño, de 596 kilos, alto también y atigrado, no olvidaremos sus bufidos al vérselas con el capote. En esa voz del toro expulsada contra la arena hay más tauromaquia que en todas las voces de la crítica taurina actual escritas contra el bit. También quedará para el recuerdo su emocionante embestida humillada, que forzó a salirse al matador llegando sólo hasta el tercio y con serios apuros. Se fue luego hacia el caballo que guardaba la puerta y persiguió con tal celo al tercero de la cuadrilla que pudo tomar el olivo y librarse de la cogida gracias a que soltó el capote con el vuelo suficiente como para que el Dolores lo siguiera. Quiso el matador dejarlo en largo para un primer trastazo con Tito Sandoval, que finalmente lo cogió en corto, el toro empujando con todo. Se pensó mucho el animal si ir a recibir un segundo puyazo, y tuvo que jugársela Antonio Chacón con una brega de gran emoción para dejarlo colocado frente al picador. De nuevo, tardeó y, otra vez, empujó con los riñones. Se cambió el tercio y quedó crudo. Garrido quitó y se confirmó el carácter territorial del toro. Lidió bien Chacón y Rubén Sánchez dejó un buen par. El Dolores, muy en Dolores, se dolía, iba y venía. Con la muleta diremos que la encastada embestida del toro desbordó a Castaño, que no supo ni lidiarlo, ni entenderlo, ni poderlo. Se le fue. Hizo guardia su estocada. El toro se echó y se levantó como un resorte a por el puntillero, que acertó en su segunda aproximación. Se fue ovacionado, el toro.
Los 622 kilos remataban al tercer toro por todas partes, con menos cara. Al llevarlo frente al caballo, Garrido tropezó, cayó de espaldas, el burel enseguida vio fácil la cogida y se fue hacia él, que aguantó en el suelo, arropado en su capote, para desarroparse, lanzarlo en el último momento y hacerse el quite. Tras la escabechina del picador con sus cariocas, su barrenar y sus inagotables dos puyazos traseros, fue un milagro que el toro se moviera tanto y embistiera con tanta franqueza como lo hizo. Hasta obligó a los banderilleros a tomar el olivo. Dejó un buen par Juan Luis Moreno. Remató el toro en el burladero mientras el brindis de Garrido y rompieron las palmas. Inicio a trallazos, por arriba y por bajo, al que sobrevivió el toro, y desarrollo de la faena en la que el toro, noble, con codicia y abriéndose, toreó a Garrido, incrédulo, seguramente, de enfrentarse a un Dolores así. Pinchó muchas veces y trató de descabellar otras tantas, hasta que acertó y el toro se fue, como el anterior, ovacionado.
El cuarto pesaba 601 kilos que se hundían en su cuerpo hasta hacerlo tan hondo como un Everest del revés. Se fue el toro hacia el caballo cuando aún no había llegado a su sitio, giró a su alrededor y el picador, con la puya, le cortó en la paletilla. Luego se fue al de la puerta, al que empujó con mucha fijeza y fuerza hacia fuera. Recibió, a continuación, dos puyazos más del de la contraquerencia en los que se entregó, pero salió rápidamente suelto. Las banderilleras duraron un suspiro y los rehileteros se guardaron en darle mucha distancia al toro hasta llegado su momento. Robleño empezó acertadamente con la muleta por bajo, a un toro que, con tres puyazos a cuestas, todavía lo miraba por encima de la hombrera. Fueron dos tandas con la derecha en las que, por vez primera en la tarde, cobró su sentido etimológico la tauromaquia. La lucha de un hombre por parar, mandar y templar sobre la embestida incierta, de cara alta y suelta, de un animal. Cambió a la izquierda, acortó la distancia y, tras una primera tanda de reconocimiento, extrajo dos valiosísimos naturales. Faena de mucho mérito. Cerró con otra serie notable por el derecho y fracasó con la espada. Se echó el toro y fue apuntillado tras cinco pinchazos.
El quinto se lesionó y fue devuelto. Salió entonces la bestia de Argelón, de 633 kilos distribuidos para infundir temor y que dio varias vueltas al ruedo para que quedara claro. Castaño lo recibió mejor, por bajo, pero el toro fue ganándole el sitio hasta arrebatárselo en el remate, por lo que tuvo que desprenderse de la capa y tomar el olivo. Salió el toro suelto de sus dos encuentros con el varilarguero, siendo picado, primero, en el hombro y, segundo, en su sitio, más o menos. Chacón puso cero banderillas en su primer pase y Pérez empató. Se cambió el tercio mientras se recogían tres palitroques de la arena. Argelón ya no sólo daba miedo por su estampa, sino también por su fiero carácter. Castaño se puso con la izquierda casi sin probaturas y el toro se le vino al cuerpo dos veces. Casi toda la parte alta del escalafón se hubiera ido ahí a por el estoque, pero él siguió y aguantó otra colada más en un pase de pecho. Continuó el torero y tragó por todos sus compañeros de profesión, estetas y pararrelojes, en una serie con la diestra en la que empezó a mandar sobre la fiereza del toro. Entonces, sucedió. La muleta en la misma mano, el pecho hacia el toro, con toda la fragilidad de su falta de recursos y su todavía más toda honestidad, citó, la suerte cargada, lo enganchó y mandó. Se giró, y le volvió a ofrecer la muleta y todo él a Argelón, que la tomó, obligado a humillar. Se curvaba el toro, esa montaña reducida a una horizontal, por la muleta que sostenía y dirigía su figura vertical y relajada. Vendría otro derechazo igual. Aguantando en el sitio, echándole el engaño de manera que sólo podía suceder que lo tomara o lo cogiera a él. La acometividad y violencia del toro hicieron que en el cuarto lance la verticalidad se sacrificara por la largura, y el muletazo, templadísimo, duró por toda la feria. El de pecho y un vibrante molinete, rubricaron la serie. En pie, aplaudiendo, nos descubríamos los antebrazos erizados. Estábamos desfondados de emoción por una sola serie, por seis muletazos. Lo habíamos sufrido, vivido tanto que no queríamos repetirlo, que Castaño lo repitiera. Por eso, el Toreo es irrepetible. Por puro egoísmo y por pura solidaridad con el torero. Era la faena más emocionante en varios años, pero la pinchó. Luego dejó una estocada delantera, perpendicular y atravesadilla.
El sexto no pude verlo por evitar una controversia familiar, pero nadie me podría ya quitar el irme de la plaza con una sonrisa y oyendo, desde la calle de Bilbao, la ovación a Castaño. Después de lo que ha hecho este tío con ese toro, se harán más insoportables los soliloquios de las figuras con los cornúpetas afeitados y deslenguados de cada tarde. Qué tauromaquia nos están arrebatando, ésa con la que se emociona desde Amón hasta Leo, pasando por un hombre-pegado-a-un-gintonic.