En esos días del año en que todavía se viste de fiesta y nostalgia esta España estupefacta, Sánchez Vara, el hombre que cazó a Cazarrata, se ha vestido de luces y de leyenda. Todo español, autóctono o forastero, de celebración y él lidiando con sus exequias. Solos, él y el Toro, en la hazaña que habría de ocupar en el telediario ese espacio que hoy llena el mapa meteorológico de una España sulfurosa y que ha consistido en matar, en tres días, los que van del 15 al 17 de agosto, dos de Palha en Calamocha (Teruel), dos de Saltillo en Cenicientos (Madrid), y cinco de Reta y uno de Hermanas Azcona en Tafalla (Pamplona). Tres plazas que se unen ya en la memoria del aficionado como la ruta del héroe. El rock estadounidense tiene su Ruta 66 y los toros su Ruta SV, en la que se peregrina para presenciar eso poco que les queda de rock (casta) and roll (fiereza). El taurinismo respondió a todo ello con un silencio ensordecedor. Sólo Antonio Lorca llamó a lo de Tafalla como se merece: "la gesta de la temporada". Qué gesta y qué jeta la del régimen, tan pervertido como para omitir historias de verdad.
Así, estábamos ayer a plaza llena en Tafalla, donde lo que sucedió no se prestó a cursiladas y donde no se escacharraron relojes. No, se agarraron sus manillas y, con la fuerza de un semidiós, de dos mil almas y de una inagotable ilusión, se giró y giró en sentido antihorario hasta retroceder a esa añorada época en la que el toro no era inválido, el diestro no era artista, el aficionado no era un turista y la crítica era crítica. Ayer no se pararon los relojes porque ayer, felizmente, estábamos fuera del tiempo, en otro tiempo. Retornábamos al pasado, que era volver al miedo. Ese canguelo por el que nos alegrábamos de no estar en el ruedo y que nos llevaba a sentarnos junto a uno de los estrechos vomitorios, porque recordamos que en 2010 saltó un toro al tendido de esta plaza y queríamos una huida a mano por si a uno de Reta se le ocurría hacerlo.
Salió el matador con sus cuadrillas y la plaza aplaudió llena de afición local, madrileña, bilbaína, valenciana, aragonesa o francesa. Pululaba alrededor y dentro de la plaza casi todo el Aficionado Hall of Fame. Las palmas se repitieron para sacar a saludar al héroe. Si matar seis toros en un tarde es una proeza, que sean de Reta lo convierte en el mayor examen al que hoy se puede enfrentar el Hombre, en esta sociedad mantenida a base de reválidas. Ulises tuvo su Odisea, Hércules sus doce pruebas y la mitología taurómaca tiene, ya por siempre, la encerrona de Sánchez Vara con los de Reta. Un esfuerzo sobrehumano que le servirá para seguir siendo un tieso, uno de los nuestros. Y ahí la épica sin igual de este torero, destinado al fracaso en su vía crucis de lidiar el toro de otra época.
Uno a uno, salieron los de Reta y fue cayendo sobre Sánchez Vara todo el peso del tiempo retrocedido, que se sumaba al de las dos tardes anteriores. Netflix hizo Dark sin conocer Reta, con lo sencillo que hubiera sido. Alicaído desde el inicio, su machada se quedó en el valor de enfrentarse a esos toros y en salir honrosamente vivo de la lucha. Muy a nuestro pesar, no dejó apenas nada, ni un vibrante macheteo, para desvelarnos de felicidad en la madrugada o emocionarnos con su recuerdo cuando nos peinen las canas en una residencia, si nos queda pelo y memoria. Abrevió siempre, la espada fue un calvario y las cuadrillas se hubieran subido a nuestro sitio del tendido.
Lo fueron hundiendo unos toros colorados y castaños, duros como el carbono BC8, orientados como agujas magnéticas, mansos como la gloria y no como los lisarnasios, y muy mal lidiados. Toros, como el primero, que petrificó con su mirada a Sánchez Vara al pararse tras el primer lance. Luego lo desarmó repetidamente. Toros, como el segundo, que se le vino encima al subalterno y obligó a lidiar al matador, y a abreviar. La solución para la plaga de avisos en Madrid pasa por Reta. Toros, como el tercero, que se dejó más, se tragó una serie con la derecha y, tras una notable tanda por el izquierdo, llenó de dudas a Sánchez Vara, que no arrojó la moneda al aire y la tarde cayó. Toros, como el cuarto, que arrebató la capa a matador y subalternos, a uno de los que casi utilizó como escudo con el que acometer contra el caballo. Toros, como el quinto, que era ver salir de toriles el miedo y que se asomó por encima del burladero para comprobar que por allí no estaban Roberto Gómez ni Abellán, y sí Carmelo López. Y toros, no como el sexto bis, que es el que posibilita la tauromaquia estúpida imperante y al que abuchareamos también por aquí: buuuuuuu.
En una tarde auténtica y entretenida de toros en Tafalla, Sánchez Vara agrandó su leyenda, aun con una malograda actuación. Ay, si siguiera vivo Berlanga.
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