Seis encierros, cero emoción. Ahora que están los ingleses entre la fortuna de tener a tipos como Bellingham y la infortunia de otros como Southgate, y mientras celebran Wimbledon, siguiendo el símil deportivo, podemos decir que hoy los de Jandilla han completado el set a cero frente a la emoción. 6 - 0. Qué comentar de esta, y perdonen, mierda de encierros. Podríamos recrearnos en tal o cual carrera, o en los cuádriceps de este o aquél corredor, pero nada hace que podamos destacar algo del que debería ser el protagonista, el toro. En el encierro de Pamplona, por su excesiva securitización, el toro se ha puesto al servicio del corredor, como en el ruedo. El toro es sólo una excusa, segura, para que unos cuantos triunfen, sea lo que sea triunfar. Lo esencial es el corredor y el toro es un accesorio con cadena de seguridad, como el aceite de oliva virgen extra en el supermercado, que, a veces y sin querer, hiere, como hoy al veterano de la Cuesta. Se ha fabricado un espectáculo de fácil digestión para las cámaras y los estómagos posmodernos y el resultado es un tarugo de considerables dimensiones.
Sin embargo, ayer sucedió un acontecimiento que es lo más emocionante, verdadero y auténticamente torero de estos seis días. Un corredor de pelo cano caía tras la curva arrollado por un manso. Quedaba tumbado bocarriba, con los ojos vueltos y esperaba recibir, inconsciente, una tromba de pies y pezuñas, que nunca llegó. Otro cuerpo se arrojó sobre él, lo abrazó y lo protegía sin importar lo que pudiera pasar. Otro, de pie, hacía de escudo con los brazos abiertos sobre esa extraña piedad. Se sumaba otro, y otro. Todos calvos, curiosamente. Parece que en esa falta de pelo hay un gen de españolidad sublimada, como estamos viendo con De la Fuente. Luego se formó una cadena humana que defendía la escena y obligaba a los mansos escoba a pasar por un estrecho pasillo. Una escena, orgullo de un pueblo, que en otra tierra sería motivo de cantares modernos, esto es, de taquillazo hollywoodiense. Así, se salvaba a ese hombre, ofreciéndose otros cuerpos en su lugar, y quedaba expuesta la hombría, solidaridad y torería de los españoles en torno a un toro, eso que Urtasun jamás podrá comprender.
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