"De profesión: torero". Eso es lo que pueden afirmar Robleño, Castaño y Gómez del Pilar tras esta tarde. En 2021, de acuerdo con la Estadística de Asuntos Taurinos del Ministerio de Cultura, había 779 matadores de toros, entre los que se incluyen los tres de hoy. Justo hoy, cuando la ciudadanía a la que se ha vuelto a dirigir el presidente Sánchez utiliza el teletrabajo para avanzar en sus tareas del hogar, cuando el cómico no hace gracia, sino política, cuando el abogado se dice jurista sin distinguir el Estado de Derecho del derecho del Estado, y cuando el periodista prefiere firmar en la Feria del Libro antes que encontrar la verdad. Hoy, los tres toreros han dignificado su profesión. ¿Cuántos podemos decir eso de nosotros mismos? En ocasiones se puede olvidar: ser torero es un trabajo, un oficio, el de lidiar toros. No es recibir el aplauso del hombre-que-bebe-gintonic, ni el bieeeeen del subalterno tras el maderamen, no es parar relojes, ni provocar erupciones en las crónicas, donde las letras se escupen como caen los muletazos, no es arrear mantazos a un bóvido bobo al que cuidar en los primeros tercios, ni hacer del tiempo material de la faena la pesadumbre existencial del espectador, y no es triunfar por la simulación del toreo, ni fracasar con el número de visualizaciones del reel en Instagram. No, es hacer bien su oficio, el de lidiar toros, para lo que hace falta un toro.
Y los tres de hoy pueden decir que son toreros gracias también a la seriedad de los toros de Escolar y pese a su falta de poder y raza. Seis animales serios, sin un ápice de grasa, sin un rastro de afeitado, sin una concesión a la comparación con la Conga 12090 Twice Roller Home&Fill Robot que, igual que barre y friega, embiste, sin permitir los lances de capa, sin mostrarnos su lengua, esa que reconocemos en algunos otros bóvidos como más astifina que sus pitones, sin perder su peligro, sordo o chillón, ni su capacidad para orientarse, y sin hacer que se perdiera el interés en lo que pasaba en el ruedo. Pero también desigualmente presentados, con falta de poder, con escasa raza, con visibles pugnas internas entre mansedumbre y bravura (especialmente el segundo, tirando los demás por lo manso), con cogitaciones errejonianas a la hora de irse, pararse, volverse, o alejarse del caballo, y con un halo de que sólo el Real Madrid ha salvado la Feria de San Isidro. En resumen, seis toros de lidia con sus debidas complicaciones.
Robleño tragó mucho a su primero que empezó abriéndose, luego venciéndose, siguió quedándose corto, orientándose y revolviéndose como un demonio por el izquierdo. Faenó mucho (quizá demasiado) y muy firme hasta dos meritorias series finales, una en la que arrancó dos excelentes naturales por el peligroso pitón izquierdo, y otra con la derecha en la que se relajó mientras pasaba (por decir algo) por su lado una niebla cárdena de cuchillas. Recibió dos avisos y se atascó con la muerte, justo hoy que leíamos a Cazajús hablar sobre que el momento sacrificial del toro ha de acercarse a un ideal inversamente proporcional a la visibilidad de la sangre.
En su segundo, un torazo berrendo en cárdeno (¿?), de nuevo, faena a más, en la que sobresalieron varios naturales sueltos, de uno en uno, de dentro a fuera, y de fuera a dentro, en perpendicular a tablas y en el tercio. Para cerrar, se pasó la muleta a la derecha y extrajo redondos (como si los sacara del hormigón) de mucha verdad soportando parones y miradas. Mató Robleño de media atravesada con mucha muerte tras un pinchazo hondo. En ambos toros, Fernando Sánchez clavó pasado tras su consabida torería al irse y salirse del toro y se cabreó consigo mismo.
En el segundo, Castaño facilitó el lucimiento de su picador, Alberto Sandoval, y satisfizo el hambre de un tercer puyazo que veníamos arrastrando. Tras un derribo en el primer encuentro, el varilarguero toreó con el caballo y con la vara, especialmente en ese último puyazo, obligando al toro a venirse desde el centro de la plaza y venciendo a su mansedumbre. Con la muleta, Castaño, tras un inicio sin probaturas y de absoluto relajo, conduciendo con temple la embestida, se fue desconfiando más y más en cada serie, manifestándose en un notorio desajuste ante un toro que fue el más franco. Se tiró a matar o morir quedándose en la cara del toro con el pitón en su cara y en su pecho, atracándose. Recibieron una ovación toro y torero.
En el quinto, tras arreones y paradinhas de manso hacia y desde el caballo, capote rasgado mediante, y un sindiós en banderillas, Castaño brindó a Arizmendi y comenzó por naturales como si tuviera delante al cacareado Rebeco y pronto el toro trató de mostrar todas sus diferencias con ese juampedro a base de arrollar, frenarse y topar. Esto, no obstante, no hizo que el matador cesara en su planteamiento, ni siquiera cuando se le vino el toro súbitamente encima, y, con mucho compromiso, alumbró una estimable serie de redondos. Volvió a la zurda, deslumbró un gran natural y eso lo reafirmó en su idea, para cerrar con una larga serie de naturales de uno en uno en los que realmente Toreó (gran parte de la plaza no se enteró). Pidió perdón por su forma de entrar a matar y lo bajo que cayó la espada.
Gómez del Pilar se dejó al tercero, que era una raspa, sin picar. La cosa muleteril la empezó con unas tandas con la derecha de poco ajuste y acople a la embestida más humillada de la tarde. Se descalzó. Tampoco acertó acortándole la distancia y el toro se fue enterando, sobre todo en las series con la mano izquierda. De repente, como un destello, dio un natural lentísimo en un cambio de mano, lo que lo armó de firmeza y valor, y sacó unos cuantos naturales sueltos y otros con intención de ligados de gran mérito. Se pasó de faena y cerró con un serie sucia de derechazos sin ayuda. Mató de un golletazo.
En el último toro, de aspecto antiguo, lo más destacado lo realizó Gómez del Pilar en el recibo capotero, saliéndose muy hábilmente con el toro a los medios, llevando por bajo la emocionante embestida. Con el buen par de José Mora, nos acordamos de Otero y Adalid en una tarde como la de hoy. El toro se vino abajo en la muleta, pero el matador no se llegó a acoplar en unas primeras series en las que se demandaba toreo por bajo y mandón. Por el izquierdo, el toro no le dejó dar un solo pase. Tras una estocada atravesada saliéndose, descabelló a la segunda.
Así, hoy vimos a tres toreros dignificar su oficio con sus defectos (el peor, que sumaron 6 avisos), como Dios manda. También supimos que Las Ventas sigue sin reformarse, pero a cambio se puede pagar a través de Bizum a los taberneros de los tendidos.
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