¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
La tarde caía sobre una niebla de calor y entre el esmog de la feria más olvidable que se recuerda. En el original cartel de Iranzo se levantaba la ilusión con tres nombres: Victorino, Ureña y Borja Jiménez. Para la Corrida de la Prensa, un toro hecho con retazos de papel de periódico. Quizá jamás estarán nuestras letras periodísticas tan cerca de dar forma a la verdad. La plaza casi llena, y lleno el palco real de especímenes del régimen del 78, con S.A.R. Felipe VI, la presidenta de la autonomía liberalia madrileña, Isabel Díaz Ayuso, el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación del Gobierno de la amnistía, Luis Planas Puchades, y una periodista, representante de los periodistas, en la corrida de los periodistas, María Rey. Planas-Díaz-Rey-Rey, era la secuencia en pie al sonar el himno nacional. La misma serie de personas que se iría de la plaza sin comprobar su estado ruinoso, sin escuchar a Nathy Peluso al salir del 7 y sin custodiar su almohadilla hasta mañana.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
Si ayer los tres matadores dignificaron el oficio o arte de lidiar los toros serios y descastados de Escolar, hoy, los dos matadores, Ureña y, sobre todo, Borja Jiménez, junto a sus cuadrillas, han humillado a los durísimos y encastados en diverso grado toros de Victorino y a Madrid, haciéndolo (casi) todo mal. Saben que están en Madrid, saben que tienen su rédito intacto, la gente a favor, saben que lidian y matan una de Victorino, saben que gusta ver al toro en su lidia completa, en todos los tercios, saben que aquí somos de Esplá y de El Cid, saben que estamos hartos del simulacro, de la trampa y de la mentira, y saben que, con una pizca de hacer bien las cosas, nos entregamos. Bien, pues, a sabiendas, ignoran todo lo anterior y no colocan al toro en suerte en el primer tercio, no se preocupan por la lidia, no hacen quites (ni le dejan a Álvaro de la Calle), no miden el castigo, no ordenan el ruedo, no lo tienen pronto y en la mano, no citan en largo, no aciertan con la altura, ni con la distancia, ni con los terrenos, no abrevian cuando hay que abreviar, y no matan como hay que matar. Si Roca Rey es el anti-Madrid, lo de hoy de todos los actuantes ha sido contra-Madrid. Y ello demuestra que Las Ventas para la carrera de un torero, para la de estos dos toreros, supuestamente de Madrid, manda narices, vale hoy lo mismo que triunfar en Aranjuez con los bueyes del Uno, porque donde se decide todo no es en el ruedo, sino en los teléfonos móviles de unos pocos que los tienen saturados de vídeos de matadores haciendo monerías a una vaquilla y de selfies con los Robertogómeces y Nachos que pueblan los callejones. Este San Isidro es históricamente olvidable por mor de los toreros.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
Barbeaba el primero entre palmas. Ureña se salió bien con él, evitando que conociera las telas, y lo dejó también bien en suerte para un primer desencuentro con el caballo. Giró el toro al penco y el picador no lo hallaba y, en ese rotar, con ambos como masa gravitacional, orbitaban monos, capas y matadores. Para qué una de las pajas oníricas de Dalí si tenemos a la tauromaquia estúpida en vivo. A la segunda se descubrieron toro y caballo, tras una arrancada recta, en un puyazo trasero que cesó al salir un capote. A la tercera, por decisión del presidente, se comportaron mejor toro y picador en su encuentro, hasta irse, de nuevo pronto, a por una capa. Durante la brega, salía el toro al revés, se frenaba y perseguía a los banderilleros. Un prenda. Cómo buen súbdito, Ureña brindó al Rey, mientras Matacanes remataba en el burladero del 9. España a sus cosas y el toro a las suyas, esto es, el toro como refugio de la Españeta oficial para quien quiera. El inicio de la faena es a topetazos hasta el tercio. El matador no se arrugó y ejecutó dos serios derechazos. Al tercero, el toro se enteró y trazó tantas cornadas sobre el cuerpo de Ureña que parecían un púgil y el saco de entreno. El torero siguió firme frente a a la alimaña, que cada vez se enteraba de más y que forzaba a obligados pases de pecho. Imposible por el izquierdo. Se disponía el matador para la suerte suprema y el toro, sabedor de ello, se arrancó para impedirlo. Luego pinchó, el toro le quitó la muleta, la capa al subalterno y volvió a por ella ya en el suelo. Volvió a pinchar y ya dejó una casi entera atravesada, saliéndose. Cayeron dos avisos, la boca del toro seguía cerrada y se iría así, entre palmas, tras muchos descabellos.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
Garañuelo era un torazo que pronto enseñó toda su casta, lo que muchos venimos a ver, lo que muchos más quieren que no veamos. Borja Jiménez lo recibió con emocionantes verónicas, ganando terreno y rematando con una gran media al torrente humillador. Está el (h)arte de Aguado con el pseudotoro y el arte de lidiar toros. El matador no colocó en suerte al burel para sus peleas en el caballo, que son buenas y a las que acude al relance y andando. En el capote de brega continuó la gran humillación del toro por el pitón derecho. A diferencia del toro estúpido que nos inunda, su entrega al humillar la vendía muy cara, y cortaba y perseguía a los banderilleros hasta el final. Uno se zafó impulsándose sobre la testuz. Brindó también al Rey y empezó por bajo para seguir a derechas, algo desajustado. En la siguiente serie hubo más ajuste y más emoción, teniendo que sacarse al toro en el de pecho. La historia se repetiría en una tercera serie de redondos, mandones y templados que sería la mejor. Y ahí, cuando el torero parecía ganar la partida, ahí, apareció. ¡La casta! Lo que era mando, se volvía sometimiento en varias series al carácter de un animal celoso de su espacio. Borja Jiménez sacó algún natural estimable y cerró como empezó, con una tanda a derechas desajustado (la serie Feijoo). Garañuelo recibiría un pinchazo, media caída y atravesada y ocho o nueve descabellos. Se iría con la boca cerrada tras un aviso y con una rotunda ovación.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
El tercero, Japonés, se emplazó en toriles, encampanado, exhibiendo sus dos puñales que cortaban la ovación. Ureña se estiró con la capa y el toro lo frenó. No lo colocó y se fue al relance hacia el picador, empujando con la cara arriba, luego con un pitón y luego se durmió. Para la siguiente vara, Ureña lo metió debajo y la suerte se fue de nuestro lado. Japonés obligó a poner banderillas de una en una, y permitió un último par. Brindó al público el matador entre palmas y el peligro sordo de la casta. Se puso con la zurda y el toro arrollaba, se colaba y se quedaba debajo. Cambió a la derecha, muy bien colocado, tragó y tiró del toro en un conjunto de series irregulares, con altibajos y enganchones. Volvió a la izquierda, cruzado y muy firme, y dejó algún buen natural. La faena era meritoria por lo incierto del toro. Sonó un aviso y se tiró Ureña con todo para matar al toro de forma espectacularmente fulminante con una estocada arriba y atravesada. Dio la vuelta al ruedo.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
El cuarto, Corretón, era muy serio. Fue al relance a sus dos luchas con el picador y recibió dos puyazos tan duros como traseros. Si a cualquier toro de los predilectos de las figuras lo pican como a este, sale Rubén Amón defendiendo en lo de Griso al PACMA como nuevo partido centrista arreglador del problema del alcohol en Las Ventas (prohibirían las corridas) y de la cuestión nacional (España es donde está tu mascota o tu juampedro). Como los anteriores, no dejó que los banderilleros se acercaran y alejaran de él con tranquilidad. Brindó a Raúl González Blanco, uno de los 7 del Madrid. El toro fue el más descastado y, sumado al excesivo castigo en varas, se quedó muy parado. Borja Jiménez porfió hasta recibir justas protestas y terminó con una estocada baja y un descabello a la primera.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
Matacanas también se detuvo en toriles. Ureña lo recibió por verónicas del conflicto entre unas buenas y otras a enganchones. Lo dejaría al relance ante el picador para recibir tres varas de gran castigo y en muy mal sitio. Saldría a la huida de las tres peleas pasando por muchos capotes y haciendo de la lidia, una capea. Tampoco vimos algún buen par de banderillas en este. Se sintió podido en dos buenos derechazos de Ureña por bajo y se rajó. El matador, con buen criterio, se lo llevó a la cúspide morantiana del ruedo y, tras una serie sin fin, dio tres derechazos y el de pecho de valía, con gran temple y fijando la mansedumbre movilísima del toro en la muleta. El toro salía con la cara por la nubes, distraído y se quería ir. Con la zurda, la tela roja se vio varias veces empujada por los pitones y todo se desinfló, aunque Ureña se lo pasaba muy cerca. Sonó otro aviso y a la tercera logró un golletazo que requeriría del acierto del puntillero.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
El último, Misterioso, era más bajo y corto, quizá el peor presentado. Borja Jiménez lo dejó bien para la primera vara, a la que el toro se arrancó con prontitud y empujó bien, recibiendo a cambio un puyazo a mitad de lomo, rectificado erróneamente en dos ocasiones y de duración tal que no es que se escacharraran relojes, es que hicieron arena. Se quedó bien colocado para la segunda vara y, el subalterno y el matador, optaron por castigarlo a capotazos para terminar metiéndolo casi debajo del penco. De nuevo, hizo una pelea de interés premiada con un devoro por la.puya. Si pudiéramos medir en Newtons la fuerza aplicada en cada puyazo a lo largo de toda la feria, la cantidad no se acercaría a la fuerza ejercida sobre este lomo cárdeno en estas dos varas. Los picadores son racistas con lo cárdeno. ¡Heil Juampedro!. La lidia fue horrible. Ni un buen capotazo en toda la tarde ni un buen par. Pese al castigo recibido, el toro mantenía su bravura y empuje en la muleta, pidiendo distancia. Borja Jiménez la acortó enseguida, estuvo acelerado, no se acopló y el toro lo desbordó. Se lo comió el toro. Pinchó y mató de media atravesada.
¡Afición, afición, humillaron al toro de Victorino!
Seis toros que estarán ahora por el limbo y seguirán con su boca cerrada (dicen que ahí, en la dentadura, les guardaba Vitorino padre el óbolo para Caronte, porque no quería que nadie se las tuviera que volver a ver con ellos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario