Pedro Sánchez es el político que mejor ha entendido que en el Estado de partidos todo es mentira menos lo malo. Igual que Juan Pedro Domecq es el ganadero que mejor ha comprendido que en la tauromaquia actual la mentira y lo malo, todo, pueden pasar por la verdad. Pedro y Juan Pedro, Sánchez y Domecq, ambos fijan el relato político y taurómaco. El primero, desde hace unos 5 años y, el segundo, desde hace varios lustros. La tiranía del toro juampedro es ley, y determina la huida hacia delante de la Fiesta, éticamente muerta y estéticamente floreciente. Su toro es la base de la tauromaquia estúpida actual. Un bóvido bobo, lo más parecido a un niño al que, jugando a hacer de toro, se le dice cómo tiene que embestir hasta lograr que sea la bestia la que tenga miedo al torero. No se torea al animal, sino que se le acompaña, y la maestría se mide por la habilidad del matador de arremolinar en tinta y en bits la mayor cantidad de halagos. Una tauromaquia ruidosamente sostenible que propicia triunfos derrotados por el olvido, y en la que se incentiva que el torero acabe siendo, paradójica y vergonzosamente, vencido por el toro. En definitiva, una tiranía la juampedrera que hace que la españolada prefiera ser Ombú antes que Cazarrata -Nunca medraron los bueyes en los páramos de España-.
Juan Pedro Sánchez ha echado hoy en Madrid una señora bueyada, de 611 kilogramos de media, hechos de grasa y descaste, pero con esa movilidad sostenible y esa nobleza que los hace ser alabados por la crítica y deseados por los profesionales. Esto es, un toro de lidia de mentira que, gracias a la influencia sobre todos los elementos del régimen: profesionales, público y prensa, pasa por ser el paradigma del toro de lidia. Unas características que ha mostrado de forma ejemplar el lidiado en quinto lugar, Rebeco, con 672 kilogramos de grasa juampedrera y que, por si alguien tiene prisa, se le ha ido a Talavante.
También por si algún revistoso habla de Rebeco como la quintaesencia de la bravura, diremos claramente que no ha sido bravo ante la puya. Se dejó dar en un primer castigo trasero, empujando con un pitón, igual que en el segundo, sin emplearse, aunque arrancando con alegría. Ambel lo lidió pinturero, sin atosigarlo, dejándolo irse lejos y confiando en su vuelta, que se producía, intuyéndose esa anhelada repetición boba. Talavante empezó por estatutarios y enseguida cambió a la izquierda. El toro rompió entonces en arma de repetición y el matador en blanco inmóvil. Dos series de puro neo-toreo, de acompañar y no Torear, con el único mérito de quedarse quieto y poner la tela cuando venía la embestida tan codiciosa y humillada como noble. ¿Veríamos lo mismo si en lugar del torero hubiera un autómata con la suficiente inteligencia artificial como para simplemente poner el trapo en el momento oportuno y acompañarlo? Cambió a la derecha y no cambió el neo-toreo. Volvió a la zurda y, de entre los muchos pases, sobresalió un natural que enseñaba la naturaleza camaleónica del matador. Por ahí nos dejó también un gran pase de pecho. Remató una de las series con cuatro molinetes en alcayata y cerró con unos muletazos por bajo rodilla en tierra que fueron, quizá, lo más personal de su actuación. Mató de bajonazo atravesado y el público le pidió una oreja que fue concedida gracias al ánimo eutímico del presidente y de los mulilleros. Talavante se confirmaba así como un experto coleccionista de despojos.
El primer buey olía las rayas y Morante lo recibía en olor de multitudes. Curro Javier fijó al toro abanto y lo llevó larguísimo y por bajo hasta el picador. Del caballo salió suelto tras un picotazo para volver de manos del subalterno y recibir un segundo fuerte castigo trasero. Continuaba el toro con su afinidad por la querencia y por salir con la cara alta -Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta- y Joao Ferreira clavaba un par de mérito. Ahí se fue Morante con la muleta hacia el toro, con su punto de casta y mansedumbre, esto es, de interés, le dio un molinete excepcional y, tras varios enganchones decidió, como Proust, ir en busca del tiempo perdido de los 53 avisos de las tardes anteriores, abreviar y entrar a matar en medio de la bronca. El marketing que lo rodea dirá que "no era toro para Morante", pero es absolutamente indigno para su oficio y un fraude para el que paga el, ni siquiera, intentarlo con ese toro.
Talavante recibió al segundo buey con un circo de los horrores capoteros: primero, una verónica, luego varias del pegolete que se transmutarían en unas chicuelinas y una larga cambiada de cierre. Quizá este eclecticismo es el que mejor define a este torero, sumido en una metamorfosis permanente. Si Morante es de Proust, porque "para relojes" y recupera tiempos perdidos, Talavante es indudablemente de Kafka. Montes lidió bien y Ambel clavó tres de los cuatro palos. Se arrodilló el matador, citó en la larga distancia y, sin limpieza, aguantó y condujo la embestida a tarascadas haciendo penitencia por la arena. Se erguía como un costalero y, ya en bipedestación, todo fue a peor. La contra-evolución. Mató a la tercera de estocada atravesada.
Aguado elevó el tono de la tarde con una torerísima manera de fijar al tercer buey en su capote, quedándose enfrontilado de rodillas para provocar cada vez su vuelta y, una vez dentro de su mando, dar unas verónicas de buen gusto. El toro bajó del caballo al picador y el presto capote de Juan Sierra se llevó al burel mientras se caía y atrás dejaba un caballo sin hombre. Salió Morante al quite y dio tres verónicas y una media reconocibles por su mano alta al final del lance y que destacaron, de manera excepcional, por realizarlas en una baldosa y sin apenas corregir la posición. Aguado respondió por chicuelinas también de mano alta rematadas por una gran media. En la muleta, tras un inicio en el que destacó un largo y templado trincherazo, seguido de un molinete y un lento cambio de mano, pronto se descolocó el torero y se rajó el toro. Se atascó al matar y recibió el único aviso de la tarde, lo que es noticia.
En el cuarto buey no pasaba nada hasta que la afición hubo de despertar a Talavante para que se colocara en su sitio para la cosa de los rehiletes. A Morante se le vio cierta voluntad con este toro -Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba-, engatillado, astifino y que rebañaba al final del lance, algo descompuesto. Compuesto iniciaba su labor el de La Puebla, pasándoselo cerca, en torera figura sobre la que, no obstante, se fueron imponiendo visualmente los enganchones y una obscena descolocación. Al salirse de la suerte suprema, dejó primero una media suelta, pescuecera y perpendicular, que escupió el toro, y luego un bajonazo con travesía. Estuvo muy certero el puntillero. De nuevo, no recibió avisos.
El último buey era largo como los nuevos 106 de Talgo que Puente ha puesto para ir a Galicia, tierra en la que el animal se sentiría como en casa junto a las Rubias gallegas. Todo lo que tenía de pesado el toro, lo perdía en un corretear de lástima con sus pezuñitas amablemente surcando la arena, como sin querer dañar esos átomos de sílice y carbonato de calcio. Un toro químicamente educado. Aguado toreó a la verónica muy despacio y con naturalidad al bóvido inválido. En la segunda entrada al caballo, se quedó el astado en los cuartos traseros del penco y se inició un girar de los dos cuerpos con el que, si hablábamos antes del nivel atómico, atendíamos a un movimiento celestial que empezó a arremolinar a su alrededor, en torno a su gravedad, una galaxia de capas y monos. Todo eso giraba y giraba y entendíamos que el planeta podría ser un universo de los simios. Tres veces pidió el cambio de tercio Aguado y tres veces se lo negó Eutimio. En esta negativa del palco, aparte de la referencia bíblica, hay una tendencia positiva en esta feria, y es la de no consentir pasar al segundo tercio sin dos entradas apropiadas al penco. La blandez del buey hizo que sólo se prestara atención a la labor del matador por ver si tenía a bien abreviar y que nuestros ojos contemplaran el milagro de que la corrida terminase a las nueve en punto, justo cuando el sol se va por el reloj de la plaza. Se empecinó y el sexto buey cayó a las 21:06. Lo mejor de la tarde -La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda-.
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