Decíamos ayer que esto de la tauromaquia está dirigido por los intereses dinerarios de unos pocos poderosos desde la emoción de lo verdadero hacia la celebración de lo simulado, y hoy ahí lo tenemos. Asistimos a la genuina pseudo-tauromaquia que se quiere imponer con un público absolutamente servil a tal fin y una afición que parece perder cierto fuelle en su ejercicio de resistencia (¡sólo hemos dicho "miau" en el último!). Un espectáculo prefabricado de unas dos horas en el que poder intercambiar cubata y móvil en la mano, postearlo en las redes sociales de cada cual como algo cool, nacional-punk o perteneciente a una cultura underground (algo en lo que la Fundación está emperrada), y poder continuar con el peneque en la discoteca de moda o en la terraza del 7. Una tauromaquia que pasa del arte de lidiar los toros al arte de postearlos. No hay toro, el tercio de varas y el de banderillas son testimoniales, rémoras de una gloria anterior que permanecen porque aumentan el tiempo potencial de consumo de gintonics, y todo se reduce, para los profesionales, a la cosa muletera. Así volaban hoy las manillas del reloj de la plaza durante los dos primeros tercios y se aplomaban durante el último. La tauromaquia rampante de un solo tercio que impera en casi toda la piel de toro.
Gran parte de la responsabilidad de la simulación de hoy (y de muchas tardes en muchos sitios), la tienen los figurantes en el cartel original, remendado merecidísimamente con un salmantino, dos de esos toreros del (h)arte sevillano, que se anuncian de manera reincidente y sinvergüenza con unos semovientes que dan lástima, sobre todo en Las Ventas. Además, resultan ser, Ortega y Aguado, dos toreros que disfrutan de una notable influencia, casi supremacía, en lo más compartido del mundillo taurino de Twitter e Instagram. Todas las pantallas se llenan de lances suyos. Son virales. Y, visto lo visto, queda probado lo engañoso de ese tipo de publicaciones, toda vez que se les ve actuar en vivo y ante qué animalejos. ¡La de orejas que se darían si sólo viéramos los toros en el móvil! Ante esta conversión de los toros en una fiesta simulada, virtual y viralizable, queda claro que Madrid es la principal oposición, y casi única.
La otra gran responsabilidad de lo de hoy, como decíamos, está en lo ganadero. Petardazo. Seis bichejos impresentables de El Pilar, de esos a los que Madrid recibe merecidamente con gritos de "miau" y "toooro, toooro", con caritas tan inocentes como para ser modelos Disney, alguno tan escurrío que casi ocupaba lo mismo que las líneas de cal, picados ya por la puesta de la divisa (especialmente el primero), desplomándose sobre la arena, de frente y de costado, o baboseándola al doblar de sus pezuñas, perfectos ejemplares de la selección en base a la bobaliconería y no a la casta, y, en definitiva, unos oponentes frente a los que más que torear, ahora que está de moda, se les habría de amnistiar. Por reseñar justamente, el sexto toro, Resistón, acudió en bravo al caballo por dos veces y peleó dignamente.
Dicho esto, la naturaleza brava del toro de lidia, aun tan remotamente oculta en los seis ejemplares de hoy, siempre plantea ciertas dificultades, ante las que hoy no había artistas de la lidia capaces y dispuestos a vencer. En general, los toros han recibido horrendos y dañinos puyazos y una pésima lidia. Sin embargo, por ser igualmente justos, cabe destacar la disposición de Castaño a colocar bien sus toros para el caballo, el segundo buen puyazo de Javier Martín y la excelente brega de Marco Galán al cuarto toro, y, digamos, la singular eficacia con la espada y los descabellos (la corrida ha durado dos horas exactas).
Así, trataré de abreviar y no hacerles perder su valioso tiempo de domingo sometiéndolos a leer una descripción sobre el tedioso y quasi-uniforme acontecer de cada toro. Haberlo sufrido en la plaza ya está bien.
Castaño recibe con su vertical torería por verónicas al primero, rematando con una templadísima media. Luego, en sus dos toros, con la muleta, desmonterado y amonterado, sigue templado y vertical, pero perdido, inseguro, sin acoplarse. Lo que nos conduce a barruntar, como con tantos otros tiesos curtidos en auténticas batallas con el Toro-Toro, es que son incapaces frente al toro-simulacro. La maldición del tieso: triunfar con la alimaña, fracasar con el boyante. Mata de buena estocada, pero rinconera, al cuarto.
Del instagramable Ortega nos llevamos una encajada y lentísima verónica, la tercera, una verdadera preciosidad, en su quite al primer toro. Con ella, su equipo de marketing podrá organizar onanistas charlas-coloquio invernales, concertar épicos reportajes sobre la vida del esteta con las cadenas autonómicas, acordar una muestra individual en la Sala Antoñete, pero sin hacer sombra a la de Julián de San Blas, o, incluso, plantear un largometraje con el pasaje de esa verónica a cámara superlenta narrado por Emilio Muñoz, con divagaciones artísticas de Esplá y expectoraciones volcánicas de Zabalita. El resto de su actuación ha pasado como una pinturería hueca, un continente sin contenido, un mero juego formal, como el de los suprematistas rusos (hoy Juan podría haberse anunciado como el Cuadrado Blanco-sobre un fondo blanco de Malévich) y, además, en pelmazo. Es el artista en el fin del arte.
Aguado, desde aquella maravilla del '19 en la que nos jodió la vida al saber que difícilmente veríamos algo similar, parece que la losa de lo taurino le ha jodido, no la vida, pero sí su carrera. Su performance de hoy podría haberse anunciado como: "El pegapases del arte de Sevilla. No se lo pierdan. Tercera actuación este año en Madrid". Con él y su natural, pero vulgar, quehacer, se demuestra la infinita maleabilidad de los toreros hacia las malas artes y las geometrías del mal.
Por lo de hoy, y por lo de ayer, no nos queda más que decir: ¡que muera el arte y viva la emoción!
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