domingo, 8 de octubre de 2023

VI de Otoño. Diálogo en el cielo sobre la tarde de un chenel y oro.


Diálogo transcrito por la imaginación a partir de unos símbolos en lengua torerística grabados en la chaquetilla chenel y oro de Borja Jiménez y hallados al llegar al hotel, tras su salida a hombros, posiblemente surgidos por el rozar del gentío que lo aupaba triunfal:

AFICIONADO (A).- Don Antonio, hoy uno actuaba en Madrid con su favorito, el lila y oro, y no vea la tarde que ha echado. ¡Debe sentirse usted muy honrado!
CHENEL (C).- [Fuma] Ya sabe que desde que estoy aquí [echa el humo], y no puedo estar en mi plaza, no me gusta verlas. Pero, cuéntame, cuéntame [echa más humo].
A.- Hoy eran los Vitorinos, señor Chenel. No han sido los de San Isidro, ni en presentación, alguno estaba asardinado, ni en fuerzas, sí lo han sido, en cambio, en su poca bravura en el caballo, pero qué seriedad, qué dureza y qué forma de resistirse a la entrega. Todos estarán ahora por el limbo y seguirán con su boca cerrada (dicen que ahí, en la dentadura, les guardaba Vitorino padre el óbolo para Caronte, porque no quería que nadie se las tuviera que volver a ver con ellos).
C.- [El cigarrillo humea entre sus dedos] Ya contaba Vidal que Belador no quería volver al corral, con lo que imagínate dejar a uno de esos suelto entre los muertos.
A.- Ni entre muchos vivos, que ya sabe que las figuras de hoy sólo los han visto, y muy poco, cuando han estado en su punto más dulce.
C.- [Tira la colilla, coge otra y asiente abriendo un ojo más que el otro, con la sien inclinada] Sí...
A.- Es que fíjese lo certeros que son. Al primero de la tarde, a pesar de sufrir de una notoria blandenguez agravada por una malísima suerte de varas, su casta lo ha mantenido fiero para el último tercio. Román, ese jovial gladiador valenciano, ha empezado bien con él, hallando el toque y la distancia justos, tragando muchas miradas, soportando un incomodísimo gazapeo y varios avisos, hasta que le ha robado un buen derechazo. Al querer ligarlo quedándose en el sitio, pero al hilo, ¡pum!, un pitonazo en el muslo y la sangre brotando. Con el torniquete en la pierna, el matador porfía por robarle algún lance más, pero la sangre pesa, y mucho. Aún así, cómo sois los toreros, el tío macho se ha tirado a matarlo, dejando una estocada defectuosa que ha permitido al segundo matador descabellar sin dificultad mientras se llevaban a Román hacia la enfermería entre aplausos.
C.- [La llama del mechero ilumina su mechón] Son toros muy duros para toreros muy listos. Qué bien los entendía El Cid, pronto y en la mano, chaval.
A.- Otro que vistió honrosamente como usted.
C.- Y tanto, cómo disfruté con él en Madrid [la calada es interminable].
A.- Y cómo habría disfrutado con el de hoy, Borja Jiménez, de Espartinas. La gesta es inmensa, triunfar frente a tres victorinos, señor Antoñete. ¡Que sólo ha toreado nueve corridas este año! Y la mayoría gracias a la Copa que lleva su nombre.
C.- [Sigue fumando] Eso tiene mucho valor. Aún me acuerdo de mi Julito en la tarde de su confirmación. Es difícil superar esa faena [apaga el cigarrillo con el pie y se recuesta de frente al otro]. Ve contándome, muchacho, que me distraigo.
A.- Perdóneme si mezclo algunos pasajes, porque ha echado Borja una tarde tan rotunda y variada que los recuerdos quedan ahora todavía como un magma que se tiene que solidificar.
C.- [Se enciende otro cigarro] Es que la verdad es lo que no se olvida.
A.- Cuánto se le añora a usted... Veamos, por dónde empiezo. Sabiendo Borja ya que tenía tres toros que matar, a su primero, una raspa, lo lidia con inteligencia. Primero, con un recibo capotero saliéndose a los medios y llevándolo encelado por bajo, y, luego, dejándolo perfectamente colocado las dos veces para el picador, que, no obstante, pica trasero. Blandea el toro en banderillas y se queda pegajoso en el capote de brega. No estaba nada claro el animal, y, quizá por eso, brinda a la Infanta Elena. El toro gazapea y el torero trata de ligar, cruzándose y tirando de él. Una serie por la derecha consigue que el toro se la trague entera, entre miradas de esas que paran los relojes y los marcapasos. Le consigue robar grandes derechazos sueltos, tragando mucho paquete. Se lleva la muleta a la zurda y, entonces, sucede. No sé cuántos naturales han sido, a cuál más largo, más cargada la suerte, más circular la trayectoria del toro y más puro en su quietud el torero, retazos sueltos, escalofríos, entre olés y el levitar sobre la almohadilla. Uno de ellos al final de la faena llevando toreado al victorino hasta el final como no se recordaba desde su admirado Manuel Jesús, por cierto, otro de Sevilla.
C.- ¿Ha rugido Madrid? [sonríe humeante]
A.- Se ha entregado, maestro.
C.- Cómo echo de menos ese rugido...
A.- Ha sido una obra completísima, su opus magnum: valeroso, firme y mandón por el complicado pitón derecho, y clásico, templado y profundo por el buen pitón izquierdo. Media estocada arriba y atravesadilla ha acabado con el animal, que sería la misma ejecución que dejaría a la postre en sus otros dos toros, con un descabellar acertadísimo. Oreja auténtica de Madrid.
C.- Me alegro mucho por el chaval y por Madrid, que se rinde como ninguna plaza a la entrega de verdad.
A.- Pues verá con lo que le cuente ahora. En el tercer toro, del mexicano y superado por las circunstancias Valadez, ha quitado Borja por templadas verónicas rematadas por una media antológica en la que numerosas almas se han acordado de usted.
C.- Así he sentido yo antes como un crujido en la cadera. Era eso...
A.- Sin duda. Ha resucitado usted en esa media.
C.- Seguro que ha sido mejor que la mía... pero, dime lo de los otros toros [apaga otro cigarrillo].
A.- El cuarto era como un demonio negro y largo con una guadaña purísima en el pitón izquierdo y con una fiereza agazapada para saltar en la ocasión propicia. Borja se va a por él con la muleta en la izquierda, sin probaturas, empezando despegado, como conociéndose. En la segunda serie coge confianza y tira bien del complicado toro, que le dice nones a una intentona de cambio de mano. Con la derecha lo templa, aunque en terrenos cómodos para ambos, toro y torero. Hacia el final, el matador se decide a atacar y da una serie de derechazos conduciendo toda la incertidumbre de la embestida hasta donde no había más. Coge el estoque y la izquierda y ruge Madrid con dos naturales lentísimos y larguísimos. Una faena a más a más, con un final inolvidable. Otra oreja, pedida en masa por el público, y la Puerta Grande abierta. Es que pienso y no creo que alguno de los mandamases de esto de los toros hoy día pueda empatar con lo que ha hecho Borja en sus toros. Maestro, créame que resultaba sorprendente ver a un hombre tan poco placeado obrar con la experta imperfección de un lidiador.
C.- Es que el toreo que se recuerda es así, imperfecto. Si el toreo es perfecto, no es toreo, es otra cosa, y se olvida.
A.- Lleva usted toda la razón. Y déjeme decirle lo cipotudos que son ustedes, los toreros. Qué héroes españoles se dejó fuera de su libro el liberalio Bustos. Mire, con el triunfo ya en la mano, se ha ido Borja a portagayola a recibir al último toro, respondiendo a la ejecutada por Valadez en el anterior. Si eso no es cipotudismo, hombría, que baje Dios y lo vea. Decía Pascal que la dicha y desdicha del hombre vienen de una sola cosa, el no soportar la quietud. Con actuaciones así, la afición tampoco aguanta el permanecer sentada y se levanta a aplaudir su media verónica en el recibo de capote y su sacar al toro del caballo con un remate torerísimo. El toro parece más franco que los anteriores y pronto lo demuestra. Brinda al compañero caído en batalla y empieza como en el cuarto, con mucho temple y firmeza, pero desajustado. Un pisotón de la pezuña lo descalza de un pie y él se descalza del otro. Así, sin el peso de lo fabricado por el hombre nos regala otros dos naturales imborrables y fijados por un trincherazo de cartel. Se va a la derecha y sigue el toreo, rubricado con un final exquisito por bajo.
C.- Como debe ser siempre, por abajo.
A.- Como ha sido, maestro. Otra oreja más para su labor de verdadera Puerta Grande ante tres señores de Victorino Martín.
C.- [Cierra un ojo, pitillo en boca] Qué alegría. Sepas que a la afición venteña la dan igual las orejas cuando uno ha toreado como éste. Éste va directo al corazón de Madrid.
A.- [Alejándose] Ya sabe lo que Dombrovsky dice que le dijo Jesús a Pilato cuando esté le preguntó: ¿qué es la verdad? - Es la que viene del cielo.

Aquí finaliza la transcripción en su parte legible. El resto de símbolos se confunden con los alamares y bordados de la chaquetilla y resultan ininteligibles para aquel que no se ha vestido nunca de lila y oro.

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