Del encierro, poca cosa, en la tónica de este año de bravos supersónicos y de mansos no tanto, con una manada estirada y numerosas oportunidades para coger toro desde, incluso, la mitad de la cuesta de Santo Domingo.
No obstante, cabe destacar tres detalles no menores. Uno, la casa vez mayor presencia del teléfono móvil en la carrera, algo prohibido e insolidario, y que hoy se ha visto antes de la curva cuando un guiri, alcanzado por la velocidad de los dos primeros toros, perdía su celular rebotando y resbalando por el suelo mientras él se cruzaba llevándose la mano al bolsillo. La tecnología no aguanta la vertiginosidad del encierro. Dos, que la carrera del toro más adelantado queda, casi siempre, inédita a las cámaras de TVE y a los ojos del espectador. Puede ser una estrategia para llenar de visitas luego las webs de Diario de Navarra y Noticias, o, simplemente, denotar un extremo desconocimiento. Y tres, y quizá más importante, ¿en qué se convierte el encierro cuando un mozo puede posarse en la testuz, agarrarse de un cuerno a otro, rebozarse, en fin, sobre toda la artillería del toro y éste ni inmutarse? ¿Es éso un toro? Sin toro, no hay riesgo, no hay encierro, y no hay nada.
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