Si ayer asistíamos a un encierro que nos hizo recordar a los de la época dorada de los 80 y los 90, con toros sueltos, en cuentagotas por la calle y enterándose de todo, hoy vemos un encierro que podríamos calificar de espectacularmente hipermoderno, por lo supersónico de su transcurrir y lo showístico de sus imágenes, llenas de morbosidad, pero sin cornadas. Si algo podemos soñar para los encierros del futuro, en una sociedad aún más animalista, es que, al menos, sean como el de hoy.
En Santo Domingo hoy han podido sufrir el placer de ver a un castaño que enseguida coge la delantera junto a otro negro imponiendo la ley de la velocidad, esa que exige disponer de un potente tren inferior para, a golpe de cadera, salirse del vector de velocidad del animal. En el Ayuntamiento y Mercaderes ya son cuatro los toros en cabeza a un ritmo endiablado, pese al que no resbalan en la curva (gracias, antideslizante), y en la que entra entre la manada un mozo por el exterior de espectacular manera. El castaño irrumpe en Estafeta a golpe de riñones y se lleva por delante a varios mozos, que vuelan a los lomos de los bureles también de espectacular modo. Curiosamente, uno de los volteados es el alguacilillo de Las Ventas, mostrando la querencia de los Ymbros por Madrid. Avanzan por Estafeta a lo supersónico con ínfimos huecos entre ellos, animando a emocionantes carreras que se producen y arrollando, pero sin un atisbo de intenciones de embestir o de coger. Espectaculares carreras, espectacular velocidad, espectaculares volteretas, espectacular nobleza de los toros, y espectacularmente hipermoderno el encierro, ideal para que lo repitan una y otra vez los telediarios. Un encierro en el que el riesgo está en la velocidad, y no en el comportamiento, del toro.
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