Hoy hemos visto todo lo que se espera de un encierro: toros rápidos, toros andando, sueltos, toros que miran, se caen, derrotan, arrollan, cornean, se lo piensan, se distraen, se fijan, se encelan, embisten al cabestro, al vallado, se giran, se levantan, arrancan fuerte, de lado, en definitiva, toros con peligro y que infunden temor. La satisfacción es amplísima, para espectadores y corredores, tras dos encierros hipermodernos de vertiginosidad y emoción cinéticas, futuristas, como ideados por Marinetti.
En Santo Domingo todo empieza igual, con los bueyes abriendo, así que cabe compadecerse por tercer día consecutivo de los corredores de ese primer tramo, que seguirán deseando ver un bravo por delante. En el Ayuntamiento coge la delantera el colorado y se parte la manada. El adelantado limpia Mercaderes con su trapío y velocidad y sale de la curva como un cohete y con una mirada hacia la derecha que para relojes y corazones. Por detrás va la manada compacta. En la segunda mitad de Estafeta, mientras el colorado ya pisa Telefónica arrollando, algunos toros caen y la emoción se levanta. Uno de ellos topa con un muro multicultural y se encela con él con el resultado de un corneado. A la vez, llega otro toro negro caminando, imponente, bien llevado por los mozos. Por delante, el burraco se frena en la bajada al callejón y gazapea altanero fijándose en todo. Van entrando a la plaza y los dos últimos se percatan de la muchedumbre que hay junto al vallado, se dirigen hacia ella, pero el oportuno capote de los dobladores los recoge y conduce hacia los corrales, poniendo fin a un encierro emocionante y de verdad. ¡Viva Cebada Gago!
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