Con el Rey Felipe VI en una barrera del 9, jefe de este Estado de partidos que nos conduce sin remedio a una constitucionalmente prescrita desnacionalización, hoy, más que nunca, hay que empezar por lo que una oligarquía taurina corrupta de flabelíferas plumas, estomagosos criadores y pitiminosas figuras quiere suplantar por un sucedáneo; hemos de abrir con eso que nos levanta del sofá de casa, de la silla de la oficina o de la miseria mundana en grado dispar en que cada uno nos acomodemos, y nos sienta en un granito almohadillado; tenemos que comenzar por esa cosa que nos pone la muerte en los ojos, narices y alma, hoy, cuando la muerte sólo se presenta en la de nuestro personaje de videojuego o en la de nuestra mascota Rufo (no confundir con Pufo); nos vemos felizmente obligados a comenzar por eso, lo más moral, lo único que hoy en día nos permite distinguir nítidamente lo que está bien, de lo que está mal; en definitiva, hoy, hay que empezar por aquello que da sentido a eso que viene llamándose desde hace ya unos siglos Tauromaquia: el Toro de Lidia. Esta tarde, Playero, Gallego, Esclavino, Boliviano, Gallego y Director, seis imponentes, unos nobles, otros fieros, y todos encastados, bravos y arrastrados con la boca cerrada, Toros de Victorino Martín, para Paco Ureña y Emilio de Justo, dos matadores sin arrugarse, en un corridón de Toros. Qué dirá la Prensa de esta, su corrida, cuando ha resultado en todo aquello que demonizan. Y qué dirá Julián, cuya loada poderosidad desearíamos poder haber visto con estos toros.
En síntesis, afortunado el que haya ido esta tarde por primera vez a los toros, pues, sin duda, ha visto una auténtica corrida de toros (aunque todos han cumplido en el caballo, sólo ha quedado por ver algún buen tercio de varas, pero eso, querido aficionado, es el Objetivo de Desarrollo Sostenible 1, ODS 1, de la Agenda 2030 de la oligarquía taurina: reducir el tercio de varas a un mero trámite hasta hacerlo desaparecer por cruento o inútil).
Playero se vuelve a toriles y vuelve al ruedo para perseguir con ahínco el capote de Ureña hasta los medios. Continúa apretando en gazapeo durante el quite chicuelo de de Justo, afeado, y acosa al banderillero hacia el centro del ruedo. Ureña brinda al Rey, la badana de Iceta sonríe y Playero, como influido por ese Ministro de Cultura y Deporte tan g(u)ay, remolonea. Se va orientando en dos series de derechazos del matador que terminan con el animal en cada pase de pecho bajo su regazo. En una de esas, se adosa al cuerpo de Ureña hasta arrojarlo al suelo y comérselo con el hocico y las pezuñas. Doce almas en el ruedo, el toro encelado y Ureña sin mirarse, vuelve, desmayado y con desmayo, por el izquierdo. El toro sigue con hambre de hombre, pero ahí está el empecinamiento cipotudo del matador, aguantando y perseverando, hecho un héroe genuinamente español, tanto, que el toro se raja. Con la espada, se tira a matar o morir, el toro lo prende y zarandea empitonado en el aire, y muere de estocada contraria mientras el matador se desploma sobre la arena por la paliza en forma de Cristo crucificado. El tendido se acuerda de respirar pañuelo en mano.
Gallego es ovacionado de salida y tiene un inicio acosador similar al del primero, con de Justo saliéndose hábilmente con él. Suenan clarines para la muleta y el toro mira a Ureña capote en mano y anda hacia él, éste aguanta, maltrecho, la mirada del toro cada vez más cerca y así se va andando, torero, hacia el burladero hasta que el toro se para. De Justo también brinda a Su Majestad y pasa toda la faena andándole por fuera a Gallego, como transmutado en un Feijóo del toreo, sin ajuste, sin mando y rematando por arriba. Por sorpresa, da dos lentísimos derechazos relajado, pero vuelve enseguida a lo mismo. Se agradece y valora que abrevia. Mata de estocada caída y atravesada.
Esclavino tiene otras hechuras y no acosa. Inicia Ureña su faena por bajo y sobresalen un natural, un trincherazo y el de pecho. El toro es un dechado de calidad y nobleza. Pasa a la derecha y emerge un gran cambio de mano final. Da otra serie similar por la derecha y toma la zurda, con la que no le ofrece el sitio que el toro parece pedir. Despunta por ahí un cambio de mano en el que lleva al toro fuera de su cuerpo sin inmutarse. Vuelve a la diestra y aplaudimos un derechazo despaciosísimo. Faena de retazos sueltos, culminada con un pinchazo y una estocada contraria. Se le concede la oreja en sumatorio de sus dos actuaciones, creemos.
Boliviano es un tren cilíndrico que difícilmente cabría por los populares túneles del FEVE. De Justo brinda a de la Calle en ovación y llueve. Pronto se ve que el toro embiste sin parar con transmisión y humillación, sobre todo por el derecho, pero el matador duda y se va del 7, al 9, hasta llegar al 6. Desajustado a derechas y mejor colocado, pero embarullado, a izquierdas. Lo que decíamos, un Feijóo. Cunde la sensación de que el toro le ha podido y se le ha ido. Suena un aviso y mata de bajonazo.
Otro Gallego sale en quinto lugar entre palmas de pie. Qué torazo. Llega a la muleta con incertidumbre sobre su comportamiento y pronto canta por alimañerías. Ureña, firme y valiente, se esfuerza por extraer algún buen muletazo por ambos pitones, esos que se le ponen en el pecho a la salida de cada pase. Por momentos, resucita en homenaje a su suegro, Dámaso González. El cuerno toca su pecho, a ver si es más fuerte el corazón del hombre o la queratina del asta, y ni se inmuta. Gallego también prende a Ureña. Éste entra a matar, deja media estocada, pero no logra irse de la cara del toro, que lo tiene apresado hasta que el providencial capote de Agustín de Espartinas y su propio cuerpo se llevan al toro mientras vuelan por los aires. Suena un aviso y el toro, sin moscas en su boca, muere largamente ante los aspavientos de su matador.
Director se lleva la mayor ovación de salida, con la plaza en pie. Un toro de Madrid y dos pitones para no dormir. Hay cuernos que dan miedo, como estos, y hay cuernecitos, como los de los Alcurrecenes, con los que se sueña el toreo. Desde el primer lance de de Justo con la muleta, sentimos que estamos ante el Toro. Qué arrancada corpulenta y virulenta, qué embestida vibrante y humillada, qué celos de su territorio, qué codicia, qué casta, qué bravura. Y de Justo, ahí, ante todo eso, cuando deberían estar otros gerontócratas de este oficio. Está serio, honrado en su último estilo más de lejanías, y torero en los lances ornamentales, pero el toro se va sin torear, como se le iría al 95 por ciento del escalafón. Mata tras dos pinchazos y un aviso de estocada desprendida. Director se va arrastrado en medio de una apoteósica ovación. El toro de todos estos días y un toro para el recuerdo.
Tras dos horas y veinticinco minutos hechas dos suspiros, sale el mayoral de Victorino a saludar y nos despedimos de nuestros compañeros de abono con la emoción de lo vivido y la frustración de ver a Daniel Ruiz y Juan Pedro Domecq en Beneficencia. Aunque luego sea que resulten bravos y encastados, que hoy íbamos dudando de los de la A coronada.
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