domingo, 11 de junio de 2023

In Memoriam de Yiyo. En un ambiente indigno e indignas actuaciones, D. Ignacio Sanjuán salvaguarda la dignidad de Madrid.


¿Qué se le habrá pasado por la cabeza al presidente D. Ignacio Sanjuán Rodríguez para resistir numantinamente, dejar en su regazo, inmaculados, ese pañuelico blanco y la dignidad de la plaza de Madrid, y no permitir el descerrojar una sonrojosa y beoda Puerta Grande para Roca Rey, cuando todo apuntaba a eso que era lo más fácil? Podemos elucubrar hasta el infinito (que es algo parecido a eso que habitaba esta tarde entre el peruano y los toros que le han tocado en suerte), cavilando sobre si D. Ignacio ha considerado que la petición no era mayoritaria, que a hombros no pueden auparle a un matador dos pinchazos, que era la mejor forma para colocar su nombre en todas las crónicas, que siente animadversión por Roca y más aún por la crítica volcánica que pueda hacer Zabalita, que no le gusta la literatura de Vargas Llosa y menos todavía su exhibición libidinosa de la relación con la Preysler, que no va a premiar una oreja hecha a base de careos con el tendido, arrimones y revolcón, que ya está bien de que triunfe el mal, o que, quizá, era más importante ordenar en su cabeza los mundanos quehaceres de mañana lunes que atender a lo supuestamente divino de la actuación del matador. En cualquier caso, ese hombre, con nombre del mejor articulista de España y sin hacer nada, es decir, sin sacar el pañuelo, ha hecho hoy más por respetar la plaza de Las Ventas que las actuaciones de los tres actuantes que sumaban cincuenta años de alternativa, que se dice pronto. Gracias y enhorabuena, Don Ignacio.

Íbamos a la plaza con las venas aún sin recuperarse por el chute de afición que nos inyectó el corridón de Victorino, que dejaba en nada la heroína del Arrebato de Zulueta, y salimos de la plaza con la cabeza como un bombo tras la desintoxicación a la que nos ha sometido hoy la química que nace del enlace entre las figuritas de mazapán del escalafón y los figurantes de gintonic del tendido, una droga que desengancha de esta afición a los toros. La plaza era una batalla entre los pocos yonquis del toro y la exigencia y los muchos yonquis del cubata y la diversión.

De hecho, la tarde se resume en el minuto de silencio inicial en memoria del Yiyo (qepd) roto por un vivaespaña. He ahí los dos planetas que chocan sin gravedad que los sostenga, el de la afición que recuerda a Yiyo y protesta lo que está mal, y el del hombre-pegado-a-un-gintonic que pregunta sobre el minuto de silencio y protesta porque se protesta y, es más, cree con fervor religioso que es la protesta la que provoca la cogida del toreo y así se lo hace saber al aficionado: "¡Baja tú, que le ha cogido porque no te callas, hijo de p***!". Se da una paradoja y es que en su mayoría, ese hombre-pegado-a-un-gintonic tiene pinta de votante que aborrece lo políticamente correcto, pero en la plaza, defiende con ahínco y mala educación eso mismo: la simulación y el engaño. ¡Qué esquizofrenia, la del españolito ciudadano del Estado de partidos!

Lamento no haber hablado todavía de los buenos toros, de Victoriano del Río y de Cortés, desiguales y justos en presentación, bravos en el caballo, salvo el huidizo y soso quinto, todos de elevada movilidad y encastados el primero, cuarto y sexto, y éste, para reventar Madrid en el añorado toreo de la larga distancia.

Los tres matadores, El Juli, Talavante y Roca Rey, mandamases del toreo, han tenido tres tardes en Madrid y han arrojado el absolutamente desdeñable resultado de la más insignificante nada. Un señor petardo. Esto, también, se dice pronto. De homenaje a Yiyo, torero de Madrid, han dejado dos brindis, Juli y Tala, y un traje, Roca.

Julián de San Blas, con veinticinco años de alternativa y torero poderoso entre los plumillas, empezó de miranda en la lidia de su primero, hasta que vio la excelente condición del toro, noble, bravo y movilísimo como un carretón empujado por un niño. Brinda a Yiyo e inicia en figura vertical, pero destemplado. Luego, recital de tauromaquia juliana, que es esa que una sabia voz de la andanada del 9 concentra en: "¡Torea un día, Julián!". Mata de bajonazo y levanta la mano desvergonzadamente. Si Julián es incapaz de triunfar con este toro, lejos se ve el día en que pueda superar en Puertas Grandes a Pepe Nelo.

Talavante, con diecisiete años de alternativa, sortea el lote más descastado y soso, pero deja la casi certeza de que él está igual de descastado y soso. En ambos exhibe apatía, lejanías y talavantía, que es esa capacidad suya para imitar lo que ve y le cala en el alma día sí, día no, y que hoy es el des-toreo de sus compañeros. Joselito le dejó la cabeza hecha trizas y Simón Casas no las ha recompuesto. Destacar la buena lidia y el cierre a una mano de Ambel en el segundo toro.

Salta el anovillado tercero al capote Roca Rey, ocho años de alternativa, y salta el ay del público. Dos policías nacionales asoman el uniforme por el vomitorio del 7 alto y otean caras, sombreros y cuerpos por el tendido. El legítimo monopolio estatal de la violencia de Weber arrojado amenazante sobre unos pocos aficionados que protestan. A Talavante le tienen que decir que salga del callejón y ocupe su lugar en el ruedo durante el tercio de varas. Desarrolla incertidumbre el toro durante los primer y segundo capítulos, con coladas y el aire levantándose. Valor de Roca, por lo incierto del encastado toro, en un inicio de artificiosos pases por detrás, cambiados y por delante. Esto, muy en novillero y, lo demás, muy en burócrata del neo-toreo. Al contrario que en sus dos actuaciones previas, enseña que es el mejor neo-torero, sobre todo, en una serie por la derecha. Muchos bajatús entre series tremendistas hasta matar de estocada caída y varios descabellos y dos avisos. Los mulilleros se ganan su jornal y su procrastinar concede una oreja al matador.

El cuarto toro hace una gran pelea en los dos puyazos que recibe, lo que se le premia con una capea en banderillas. Toro encastado y territorial, que Julián tarda en entender y que se le va, como el anterior, sobre todo por el derecho, por el que es una máquina de embestir. Una serie eleva el nivel por ese lado, con el matador más ajustado, aunque descargado, y templando. Mata de estocada desprendida y atravesada y varios descabellos. Si Julián es incapaz de triunfar con este toro, lejos se ve el día en que pueda igualar en Puertas Grandes a El Hencho.

Sale el sexto con sus orejas en su sitio, listas para ser arrancadas por Roca y la masa. Y pronto muestra que realmente es un toro de dos orejas. ¡Qué arrancadas al caballo sin la mediación del matador! ¡Qué arrancadas hacia los banderilleros y el capote del lidiador! ¡Qué arrancadas frenadas por un inicio sin ton ni son de Roca por estatuarios y trincherazos! ¡Qué arrancadas que pillan desprevenido al matador que no manda, está despegado, se lo echa hacia fuera y se queda descubierto para que el toro lo prenda! ¡Qué arrancadas para hacer el toreo de Madrid, para que estuviera ahí Chenel! ¡Y qué cosas, tras la cogida, de encimismo, tremendismos y vulgaridad! Roca, soberbio, se encara con el 7, vilipendiado por el resto de la plaza que estalla en masa a gritos de ¡torero, torero!, quizá irónicos, y en metralla de insultos, agresividad y aliento alcoholizado contra aficionados individuales. Hoy se llega a ese punto en que al aficionado el taurino lo comprende como algo indigno de un trato humano. Entretanto, sigue Roca que pincha dos veces y mata mal, pero la plaza se cubre de pañuelos. El presidente no concede el apéndice y el toro se va entre palmas a él y al presidente.

La tarde pasó en un indigno ambiente guerracivilesco entre el que protesta porque paga y el que protesta al que protesta porque ha pagado mucho. Pero que ese clima en los tendidos no tape lo indigno del ruedo: unas figuras sobradamente incapaces de desorejar a toros para ello, de triunfar en Madrid, con un 90% de la plaza entregada a entregar orejas.

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