[Entrada por la Puerta Grande, contrariamente al sentido del triunfo]
- "Qué cosa esta de entrar por donde todos sueñan con salir, aunque alguien debería decirles que eso no les quite el sueño, que salir por aquí quita más que da, y eso que antes lo daba todo. Y mira... todos estos aplaudidores, uno de los motivos".
- "Oye, ¿quieres un programa? ¿Sí? Muchas gracias, esto pa' ti".
- "Subamos por aquí. Anda, hoy vuelve Chacón" -un empujón de hombre con gintonic en mano interrumpe la frase, la cabeza se gira y se ve una espalda achaquetada encima de coloridas piernas-, "macho, éste al final viene más tardes que nuestro A. Por cierto, ¿sabes si hoy venía Leo?"
Se pone a resguardo con esmero la hoja blanca de autoridades, cuadrillas y toros en el mismísimo centro del programa de mano, donde las grapas, para que sea más fácil alcanzarla durante la lidia. La escalera sube abarrotada, los ojos se bajan culeados y el suelo aguanta la dicha y la pesadumbre de una tarde más y de muchos. Vibra el móvil del trabajo, un email se ojea y se guarda en el bolsillo.
Arribando nos recibe el Sur claro y entrecortado por arcos y hombres de la terraza y el programa de mano instintivamente tapa el contraluz. Se ve que la portada y la ganadería de hoy coinciden en su género bucólico pastoril: por fuera, una dehesa enverdecida y salpicada de vaquitas y sus crías, y, por dentro, una de Juan Pedro.
- "¡Mira! Ahí está Leo, voy a felicitarle".
- "Ahora nos vemos, que están estos en la barra".
Leo no es de barra, ni de bar. Es del Atleti y es su cumpleaños, ocho décadas y miles de tardes cumple. A eso de las siete menos cuarto hasta menos cinco post meridiem, la puerta del alto del 7 está siempre flanqueada por dos pilares y una única pilastra, un atlante, Leo, adherido al más alejado de la escalera. Le pesan las miradas y los saludos, que soporta mientras espera a alguien que le ayude a subir hasta su fila 27. ¡Con cuántas pilastras como Leo se reformarían ontológicamente Las Ventas!
- "Muchas felicidades, Leo", y se abrazan.
- "Hola, hola. ¿Qué tal? Mira, hoy he traído de todo eh, eh. Oye, ¿cómo estuvo este, el francé? Eh, que me convidaron mi familia. Unas gambas, riquísimas, oh. ¿Tú has comido gambas?"
J. se acerca con su cojera.
- "Tsch, os estuve buscando con la mirada, a ti y a mi tocayo J. Esto pensaríais que jamás lo diría, pero aplaudí al francés. Sí, sí, cuando uno está bien, está bien. Me tuve que callar", se sincera J.
- "Oye, y los de Méntrida, ¿no vienen hoy, eh?"
- "Sí, sí vienen. No estuvo mal, J., el francés, a su neo-manera, pero no toreó".
- "Oye, oye, ¿tú escuchas a ese, el del Toril, el Juandomingo ese, eh? Oye, hoy viene el rubio, el Iván García".
- "Ya te digo yo que pensaba que en mi vida iba a aplaudirle. En mi vida. Ahora, es lo que hay", se resincera J.
J. se aleja hacia dentro con su cojera y deja su monólogo en boca del de Leo. A los dos minutos le seguimos y atravesamos la puerta tras la que cae todo el Oeste de Madrid. Pasado el muro del vomitorio giramos a derechas y subimos de nuevo. Una verdad es que el abonado del tendido alto del 7 no hace más que subir, para que luego le digan que baja tú, ¡con lo que hemos tenido que subir! Apretones de manos nos aúpan hasta saludar a nuestros meteorológos de primera fila de grada.
- "¡Aguafrí-aguafrí-aguafrí! ¡Agua pa' los ricos! No os libráis hoy", dice A.
Suenan clarines y timbales. Salen Rocío y el alguacilillo y llegan E. y J., anchos como Castilla, llega después K., piti en boca, junto a A., sin piti, y detrás E. y A., que dice que "hay que llegar antes, señores", mientras aún abajo vemos a J., que llega como siempre tarde y enseñorado, y, aún más tarde, llegan los niños, que nos levantan. Otros habían llegado antes, por lo que ya estamos todos cuando va terminando el paseíllo, en loor de gintonics. También se pasa revista a los sobresalientes de filas más abajo y sale el primero.
- "¡No me habían dicho que hoy era novillada!", dice con razón A. el climatólogo, ahora en su rol de veterinario.
Pronto suenan palmas de tango y se levantan varias figuras más abajo (los citados sobresalientes) brazos en alto. Se acerca el animal y los brazos empuñan serruchos entre más palmas de tango. "¡Plas, plas, plas!", es la música que no suena en Las Ventas. "¡Plas, plas, plas!", oye el resto de la plaza, que bebe. Qué bronca sería ésta hace veinte años, qué movida habría en los 80 y qué crueldades presenciaríamos en la plaza de Tetuán de las Victorias con ese torete amerengado en el ruedo. Para colmo, en el capote del matador blandea el toro, lo que no impide a J. caer en la cuenta del tamaño de la tela.
- "Joder, es tan grande como el edredón de invierno de mi mujer en el pueblo".
- "Ya ves, pero qué clase de pase es ése, que no es una verónica, ¿puede que sea un delantal de esos que daría José Andrés en solidaridad con el toro?"
- "Gustavo Bueno decía que dos son solidarios frente a un tercero. Y ese pobre tercero debemos ser nosotros".
Antes de terminar el recibo capotero, a Leo le hace caso la plaza:
- "¡Aplaudí!", y la gente aplaude.
Sale el picador, que está en el tipo de hoy, de liberalio runner que corre por la lucha contra el cambio climático, por la mujer o por encontrar el centro.
- "Mira, E., este picador no está gordito como tú, eh. Ya no hay picadores gorditos. ¡A Echenique sí que hay picarle!", exclama Leo.
- "Son jockeys", remarca J.
Las protestas suben con el puyazo trasero. Igual con el segundo, propinado en modo pértiga, del que sale caído el toro y que levanta nuestros cuerpos, pañuelos verdes y nuestras voces.
- "¡Toooro, toooro, toooro!", y la plaza bebe.
- "Es más difícil ver un puyazo delantero que al Atleti ganar una Champions, ¿eh, Leo?", ofende K.
- "¡Toooro, toooro, toooro!", y el toro orugueando entre capotes que suben.
- "Qué sabrás tú, Curri, vete con el golfo madrilista de Roberto Gómez, eh", ofende también Leo.
Al neófito perdido en el alto del 7 le queda claro en el primer tercio de varas que con un Leo por cada treinta espectadores se haría inviable el plan de trasladar el silencio sevillano a Madrid. Pasa el primer banderillero y pasa que aterriza el toro para que la bronca se eleve. El 7 es un clamor verde y la plaza un silencio báquico.
- "Todas la tardes tragando inválidos, es que todas las santas tardes", se lamenta K.
- " Qué golferío, como dice Ruiz-Quintano, qué golferío. Qué mafia debe sentarse por las mañanas a la mesa para discernir qué toro sí y qué toro no".
- "Ya os digo yo que en mi pueblo, en las fiestas de agosto, salieron para los chavales novillos con más cuajo", dice E.
- "J., J., ¿y tu chico? Que no deje de estudiar"
- No, Leo, no, a eso se ha quedao, a estudiar, responde E., tío del chico de J., cuando nuestro alrededor es una sombra verde que nos obliga a levantarnos y a vocear hacia el palco.
- "¡Presidente, dimisión! ¡Presidente, dimisión!", con algunas manos gesticulando un robo de la entrada. El presidente cambia el tercio y la sombra verde se agranda. Aunque la plaza bebe, ya no lo hace agusto.
- "¡Ladrooones, ladrooones!"
Con la música que no suena en Las Ventas el matador inicia su faena y la desarrolla entre un toro por los suelos y un toreo por el des-. La faena es una algarabía constante que se corta con palmas inexplicables al final de cada serie.
- "¡Esto es culpa tuya, presidente!", dice uno de los sobresalientes de abajo, recibiendo el aplauso del público cercano.
La faena sirve para comprobar que ha venido la "Voz de la Verdad" de la Andanada del 9, que en el callejón también hay atlantes y cariátides que sostienen ontológicamente el tejadillo, que la mujer de J. es de un pueblo al lado del de uno, que Rosco también protesta en pie, que Twitter no carga, que Alcobendas no tiene plaza y que Las Ventas se le parece.
El matador mata mal, suena un aviso y descabella.
- "Cómo empieza esto, niño, cómo empieza. Vaya tardecita nos espera", y no se equivoca, J.
La tarde pasa y no pasa nada, sólo nos levanta del asiento la música de la banda o el quejío de una vejiga llena de ginebra y tónica. Del segundo al cuarto se comen los víveres traídos por Leo por su cumpleaños, y los dos últimos se ven por verse, agotadas las protestas, hasta que cae la sombra sobre el reloj de la plaza y la corrida muere.
Bajamos y uno se pone a responder a aquél email del trabajo que dejó leído por las escaleras de subida, mientras piensa, porque ya lo venía pensando en el tendido, en quienes sobrevivirían si no pudiéramos salir de la plaza como en el "El Ángel Exterminador" no podían salir de la mansión. Seguramente, Abellán y El Chatarrero, que son lo más similar a una aristocracia como la de la cinta de Buñuel.
[Salida por la Puerta Grande, derrotados en el sentido del triunfo]
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