viernes, 7 de junio de 2024

XXV de San Isidro. D. José Luis González González, o la historia de las dos plazas

(Un inciso: salía por la Puerta Grande tras la salida de Borja Jiménez y venía en mi contra un torrente de jóvenes tan calcados a él y que, por sus trazas, era como si me sumergiera en una convención del PP de Moreno Bonilla, como si avanzara entre Borjas Maris Jiménez)

D. José Luis González González presidía esta tarde de viernes tras el aguacero de ayer que arrastró tres días de grises y abría tres días de gin. Martes, miércoles y jueves alumbraron pitones inmaculados, sin rastro de manufactura y que punteaban el corazón de la afición. Desde temprano, cada mañana, se compartían capturas de las puntas vueltas de Japonés, de Victorino, de las mazorcas que no cesaban de abrirse de Aviador, de Adolfo, o de cómo una sustancia como la queratina podría formar el terror que portaba en sus sienes Madrileño, de Escolar. Llegaba el viernes, llegaba Roca, y casi al despertar, a D. José Luis González González se le plantearía su primer dilema ético (¡qué laberinto ético el de presidir una corrida en Madrid!) que resolvería optando por la conformidad, la comodidad, como ya dijo que era lo más buscado un niño de Teruel a un micrófono desde el agua de una piscina libre de "panchitos".

D. José Luis González González, así, aprobó seis toros de Victoriano del Río de los que la afición también compartió imágenes, pero para denunciar el escándalo de unos pitones de puntas redondeadas, achatadas como el globo terráqueo, globalizadas, y alguna escobillada. Además, cuatro de los seis lucían el trapío de Olivenza. Luego los toros salieron como busca el taurinismo, esa alianza entre la oligarquía del toro y el españolito servil, esto es, de alta movilidad sostenible y de boba nobleza, salvo el encastadito primero. Dos rasgos que reunió, muy especialmente, el segundo, Dulce, al que el nombre le iba que ni pintado. Un toro que era un autómata de embestir, para el que los espectadores de Twitter, que meriendan y engullen comentarios de los Casas y Caballeros, pidieron la vuelta al ruedo, y un toro con el que poder extraer un pajuelo de la tinta de Zabala y criar cronistas volcánicos in sécula seculórum.

D. José Luis González González se iría hacia la plaza, como tantas otras veces, sin saber que, hoy, con sus decisiones éticas, iba a provocar la mayor escenificación de la historia de las dos plazas que conviven en Las Ventas. Una, la que paga su abono y exige, la que denuncia la mentira, el simulacro y la estafa, y que recibe insultos a cambio, la que se ilusiona cada día y se desilusiona en cada lance, la que lleva la cuenta de los avisos de la Feria (74), la que pasa parte de su mañana recortando serruchos de cartón, y otra parte leyendo la crónica de José Ramón Márquez, la que viene de Prosperidad, de Chamberí, de Méntrida, de Brihuega o de Almodóvar del Campo para sentarse en su piedra y ver si experimenta la fugaz emoción de la belleza y quedarse ahí, en ese momento, para siempre, y la que, en definitiva, hace que Madrid sea como es. Y otra, la que paga o no su entrada, la que consume ginebra de la plaza o del chino, la que hace cola en el Opencor de Alcalá y se pierde en las colas de los pasillos buscando su tendido, la que vibra igual con el Toreo que con el destoreo, la que insulta al que paga porque protesta, la que aplaude todo como aplaudía a los sanitarios a las ocho de la tarde desde el balcón, la que se lamenta por el toro manso que le toca a Roca y pide su devolución, la que se lleva al matador a hombros para sacarlo por la puerta de cuadrillas y, en resumen, la que hace que Madrid deje de ser como es.

D. José Luis González González vería cómo el primero, primero de capa distinta a lo cárdeno en tres días, podría ser el más presentable. Pronto el toro cantaría su humillación y su blandura en el capote de de Justo. Tras un paso por el picador hacia el que, por dos veces, fue andando y del que, también en dos ocasiones, se salió pronto, continuó demostrando su castita en el quite por chicuelinas con garbo de Borja Jiménez y en la buena lidia de Antonio Chacón. El toro no volvió a blandear. Entre el 9 y el 10 iniciaría de Justo con unos mandones y convenientes muletazos rodilla en tierra, que se concentrarían sólo en la mano derecha tras una colada por el izquierdo. Ya erguido, la faena se resumió en el frecuente PA-GA (el pajarear del torero y el ganar del toro), pero no protestes. Dejó media atravesada que hizo doblar al burel y D. José Luis González González sacó el pañuelo para anunciar un aviso.

D. José Luis González González atendería a cómo Borja Jiménez se iba a portagayola en el segundo, al que recetó ese eclecticismo de suertes de capa en el que el protestado, por chico y anovillado, Dulce lució su movilidad y humillación. Dejó bien al toro las dos veces ante el varilarguero, acudiendo la primera al paso, recibiendo trasero y saliendo suelto, y arrancando recto la segunda, para un puyazo caído rectificado en el que el toro empujó algo mejor. En el remate del quite de Roca se mostró toda la bobería de Dulce, cuando se quedó mirando absorto hacia el tendido como el que busca a ese de su pueblo que le han dicho otros de otra villa pedánea que hoy vendría al 4. Borja Jiménez empezó a faenar en el 6, por bajo, y el toro, de tanto humillar, clavó los cuernos e hizo palanca para darse un volteretón. Dio sitio al toro y una primera y segunda series en redondo, ceñidas y templadas, que, a la postre, serían las mejores. Continuó otra tanda por el mismo pitón, iniciada en semi-alcayata, trayéndose al toro y llevándolo desde y hacia fuera. Sobresalió el cambio de mano en el remate. Empezó a pies juntos al natural, luego algunos estimables espatarrado, otros a compás más cerrado descolocado y con la pata atrás. Cerró con unos pintureros y ajustados remates por bajo. La sensación era de que estábamos viendo al mismo Borja de Otoño, el de una atractiva irregularidad, pero delante había un Victoriano y no un Victorino. Torear, toreó en algún muletazo suelto. Hubo más gin que Toreo. Se tiró a matar detrás de la espada para dejar una estocada ligeramente desprendida y atravesada con la que el el toro, tras irse a tablas, tardó en caer. La plaza se tiñó de blanco, D. José Luis González González sacó uno blanco y luego, resistió. Honró y defendió a Madrid, a su idiosincrasia, a tantos y tantos toreros que han dejado aquí su recuerdo y a tantos y tantos más aficionados que se han dejado aquí buena parte de su capital. Unos muy pocos lo aplaudimos. Ahora bien, la turba bolinga tornó en turba indignada que, de tenerlo cerca, hubieran actuado como la masa enfurecida lo hizo con Tarquinio ante el rapto de Lucrecia. ¡Cómo se atrevía a no contentar el ánimo de triunfo, de coleccionar un acontecimiento que expulsar en ligeras expectoraciones sobre una desconocida esta noche en La Que Se Lía o que exhibir ya mismo para algunos de los 457 seguidores de Instagram! La realidad es que, mañana, difícilmente se recordará algo de esta faena. Y no por causa del alcohol ingerido.

D. José Luis González González sentiría algún pudor, cierta vergüenza, una pizca de responsabilidad, esperamos, cuando asomó la cosa anovillada, alargada y aserruchada que hacía tercero. El 7 protestaba con serruchos de cartón. Roca lo recibía entre gritos de "¡Novilleeeeero, Novilleeeeero!". Quitó por gaoneras y se quitó al toro lanzando el capote tras un traspiés. Se levantó y quitó de nuevo por gaoneras más ceñidas. Lo más torero de este torero que en su anterior tarde se exhibió como el mejor producto anti-Madrid, y hoy demostró que no le hace falta Madrid para mandar en esto (¿qué te queda, Madrid?). Brindó el afeitado al respetable e hincó rodillas. Tres por delante, dos por detrás y el remate para satisfacer el ánimo eticoloreado de la viernes. El toro era otro mobilis in mobili y Roca pensó que era idóneo para hacer lo que sabe hacer: neo-torear. Mientras iba acortando la distancia y ahogaba al bobo, el gin roncaba olés y el serrucho se dejaba para tanguear. Estallaban broncas en el tendido. Coleccionistas de acontecimientos y/o seguidores del Rey del Gin insultaban al que protestaba la lastimosa presentación del toro y/o la vulgar puesta en escena del matador. Roca degolló al toro y alzó la mano mientras vomitaba sangre. Cualquier matador que se precie debería leer a Cazajús.

D. José Luis González González que profundizaba en su asobinarse, agacharía la cabeza, esperamos, cuando irrumpió en el ruedo el cuarto, una cabra saltarina que se espanzurraría sobre la arena tras una verónica de de Justo y que se desplomaría bajo el caballo al encontrarse por segunda vez. La protesta creció y el toro enseñó su lengua. Con el apéndice salivado tintineando de un lado a otro, acudió al capote de un subalterno que lo lanzó hacia otro para cerrarlo con la facilidad de Kroos para hacer un cambio de juego. El toro-balón, que va donde uno lo manda. De Justo sufrió en la primera serie para evitar el desplome del toro. Se relajó en unos a derechas, con suavidad, pero despegadillo. El toro también iba largo y el matador, que comprendió la buena distancia, sólo acompañó, no toreó. Le rompió el estaquillador en su primer pase al natural y, desde ahí, el toro cambió a protestón por el izquierdo. De Justo se puso pesado hasta el aviso. También lo degolló y pidió perdón.

D. José Luis González González observaría aún más hundido en su marcador de conformidad social cómo Borja Jiménez se iría otra vez a portagayola entre gritos de "¡toreeeeero, toreeeeero!". Dio la larga cambiada y se lució en un ramillete de verónicas, echándose encima del toro, ganándole en los terrenos de toriles y rematando con una media achenelada. Arrebatado por lo que él, y una de las dos plazas, creían una injusticia, galleó por chicuelinas y dejó al toro con otra magnífica media de la que el animal saldría con las cuatro patas tambaleándose. Aterrizó tras el primer puyazo y se desplomó con el segundo. D. José Luis González González sacó el pañuelo blanco y, otra caída después, el verde. Florito and the Berrendos se llevaron su ovación y Borja Jiménez la suya por otra portagayola, de nuevo, limpia, al sobrero de Torrealta y a la que siguió una mixtura de capotazos a lo Talavante. El toro manseó notoriamente en los primeros tercios, con el matador dejándolo bien ante el picador. Empezó Borja Jiménez bajo el 7 con pases por alto sin enmendarse y un trincherazo de purísima estampa, como una caricia. Dio distancia al toro y, con la derecha, ejecutó una serie desajustado y sin templar ni mandar sobre el manso encastado, que lo medio arrolló y que humillaba y embestía hasta el final. En la siguiente tanda, aún con la derecha, recurrió a la noria de Perera, con la pata descaradamente escondida. Con la izquierda, sólo vimos trampas para el triunfo. Pinchó y mató luego de estocada caída. D. José Luis González González estimó que había una mayoría de pañuelos, que no la había, y se reconcilió con una de las dos plazas que representaba a la mayoría social, cosa que sólo Urtasun entiende y que desde nuestro abono podemos comprender como la mayoría del cubata. Borja Jiménez cerró así, abriendo la Puerta Grande, una tarde irregular, pero de absoluta entrega, de preocupación por la buena lidia y de rotunda ambición. Que se lo miren los (h)artistas que actúan mañana.

D. José Luis González González experimentaría, esperamos, ya con mayor comodidad y alivio por la Puerta Grande concedida, otra vez un grave bochorno cuando salió la cabra que era el sexto y se puso a olisquear la arena como buscando el rastro de glorias pasadas o, simplemente, como manso que era. Reculó ante el capote de Roca y lo quiso regatear. Lo sujetó bien y, al llevarlo hacia la contraquerencia, se marchó hasta el que guardaba la puerta para recibir un picotazo. Volvió con el matador hasta el picador titular ante el que empujó muy fuerte, cara arriba. Tal fue el empuje que el caballo se desbocó al finalizar y el toro se fue de nuevo hasta la puerta de cuadrillas para recibir un ligero castigo. Quedó crudo el manso, arreando con violencia a todo lo que alcanzaba, correteando como en la dehesa. Lo lidió bien Punta y Viruta clavó un buen último par. Roca lo fijó con mucho mérito en una primera serie con la derecha. El toro mugió y pronto se rajó, impidiendo neo-torear a Roca, que abrevió. A las 21:36 terminaba la corrida, con una juventud encamisada y empitillada inundando el ruedo.

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