viernes, 24 de mayo de 2024

XIII de San Isidro. El anti-Madrid


Nostalghia es una obra maestra del cineasta ruso Tarkovsky, primera película que rodó fuera de la Unión Soviética, de ahí el título, y que, si la rodara hoy, sería censurada por su nacionalidad. De forma similar, nostalgia de tardes como la de hoy sólo se tienen cuando uno se ve obligado a pasar tres días de San Isidro en el granero de la alfalfa socialdemócrata que nos ceba: Alemania. Desde suelo luterano, agraciado por no verse arrollado por un ciclista commuter, traqueteado por carteles de elecciones europeas desde la ventana de un tranvía, y extrañado ante cada rayo de sol, se idealiza todo, se echa de menos el calor del 7 y hasta a los Lisarnasios. Hasta que se vuelve, y la nostalgia se ve censurada por la estupefacción.

Viernes de feria y seis juampedros vía Finat de Conde de Mayalde, la mitad obesos (1°, 4°, que era el 6°, y 6°, que era el 4°), otros como deformados por los espejos del Callejón del Gato (2° y 5°), variados en su pinta (de bella lámina y planta el 3°), sostenibles en su mansedumbre, de máxima toreabilidad (el santo grial del ganadero comercial) y mínimo interés (la desdicha de la afición). La toreabilidad es a la Fiesta Nacional lo que el consenso a la democracia.

La terna de No Hay Billetes: el confirmante Martínez, el mediático Cayetano (¡Cayetano en la plaza, Cayetana en el cartel, cayetanos en los tendidos y Paquirrín en sus cuarenta!), y el peruano que agota el papel y la ginebra del Opencor de la esquina de Alcalá con Las Ventas, Roca Rey, por el que empezaremos.

El anti-Madrid, eso es Roca Rey. El anti-madridismo es la fuerza que une a las aficiones populares de lo provinciano con los plutócratas del fútbol estatal. Y lo anti-Madrid cunde igualmente en el planeta de los toros como vector espiritual y material entre los taurinos oligarcas y los taurinos de gin y entrada, con el peruano como estandarte. Roca cada vez dista más de ser un matador para transfigurarse en una figura, no de pitiminí, sino de trapo, un títere en manos de la corrección taurina. Si Madrid es corto y en la mano, ahí está él para pegar pases como quien plancha, quien come pipas, quien hace trainspotting o quien procrastina cada mañana ante su teclado y su pantalla de ordenador. Si Madrid es de lo clásico y puro, ahí está él para basar sus faenas en los pases del culito, las bernadinas, el destoreo juliano y todo lo accesorio que mate el hambre de los coleccionistas de acontecimientos. Si Madrid es del sentido de la lidia en todas sus suertes, ahí está él para despreciar el rito y menospreciar el valor de la capa, la puya, las banderillas, la muleta y el estoque. Si Madrid es heterogéneo, ahí está él junto a Ayuso para hacer del tendido una jovialidad eternamente homogénea. Si Madrid es de la exigencia y el rigor, ahí está él, su Roberto Domínguez y sus medios flabelíferos para denostar e insultar a la exigencia y rigor de la afición de Madrid. Si Madrid no es del todo vale, ahí está él para hacer que todo valga. Porque él posee la legitimidad chulesca de un régimen canallesco que quiere acabar con la afición venteña. Hay muchos reyes sin legitimidad dinástica: el Rey del Colchón, el Rey del Cachopo, el Rey del Glam o el Rey del Mambo, y Roca no es más que otro de ellos, un Rey con súbditos, pero sin historia. El Rey del Gin. El anti-Madrid.

A su primero, una preciosidad ablandada de serie para el triunfo del hombre con la muleta, lo recibió con verónicas de pegolete y se lo dejó sin picar. Inició por estatuarios y varios cambiados por detrás que confirmaban que la mayoría de la plaza está con él. El toro era el tonto del bote con el que sueña Juan del Val para su Ortega y Roca prosiguió con la derecha, de absoluto perfil y en absoluto descargue, enloqueciendo a la viernes. El tonto del bote espabiló por el izquierdo y frustró un cambio de mano que, de salir, hubiera causado derrames de gin, aperturas de bocas femeninas, e infartos en las plumas de los Zabalas and Co. Como por la izquierda la cosa no tiraba, tiró él de artificio y con un cambiado por detrás corrigió su colocación y colocó aún más a los colocados. Luego dio más pases. Cerró con las bernadinas nuestras de cada día y dejó una estocada entera, caída y atravesada al encuentro poco efectiva. Se atascó esperando a descabellar y sonaron dos avisos. Se le pidió la oreja y no la vuelta. No salió a recoger la ovación.

Su segundo era grandón, alto y degollado. Exhibió mansedumbre desde su salida y, especialmente, cuando vio menearse el capote del matador. En este momento, como ejemplo de la deriva de la tarde, el joven que ocupaba el asiento a nuestra espalda y que bebía whisky a palo seco, decidió abrirse un bolsa de pipas. En el primer encuentro, el picador caía en plancha mientras el toro caía bajo el que guardaba la puerta, se iba, volvía para recibir otro picotazo y terminaba con otro puyazo bajo el 7. Entretanto, el peruano vagaba por el ruedo sin dirigir a su inoperante cuadrilla. El mansazo se encastó en la muleta de Roca, que lo fijó con mérito en una primera tanda con la derecha desarrollada en sus neomaneras. Repitió en una segunda serie con menos ajuste. A partir de ahí su neotoreo se desplomó como la tarde en una sucesión de enganchones, pajareos y embarullamientos, con el toro repitiendo y repitiendo. Dejó un bajonazo a la quinta intentona. Sonaron dos avisos y no cogió el descabello. El toro se alejó de él y su cuadrilla desde el 2 hasta el 9, pegado a tablas. Roca no hizo nada, ¡un matador de toros que no mata! ¡El torero animalista, Urtasun! Sonó el tercer aviso, el tercero apuntilló al toro y el torero recibió una justa bronca.

Con la salida del primero, Estafador, muchos con entradas de la reventa habrán tenido una premonición del resultado de su arriesgada inversión y pensarían que mejor la habrían empleado en billetes para Wembley o para el concierto de la Swift. Lo de mayor interés de la tarde sucedía en el primer tercio de este noblote animal que, sin querer, derribó al picador y al caballo y, del susto, arreó hacia la querencia llevándose puesto, también involuntariamente, al todavía no matador, Martínez. Pese a que reiteramos que no era su intención echar a tierra al varilarguero Melgar, éste le aplicó un puyazo de venganza también trasero y, de tal espanto, huyó de nuevo, con la mala fortuna de que Cayetano se interpuso en su desbandada hacia toriles y, tras una persecución como de Benny Hill, no le quedó más remedio que alcanzar al matador, lanzarlo a la arena y arrancarle la chaquetilla para evitar mayor daño. Un toro que no quería derribar, pero derribaba, que no quería coger, pero cogía. ¿No es ésta la desdicha del toro actual? De tal lío, el segundo hijo de Paquirri fue a la enfermería y provocó el desorden en los toros que salieron al ruedo.

Martínez sorteó dos mayaldes blandos, pero con la toreabilidad suficiente, el primero de arreones, el segundo de clase, con los que tardó mucho en acoplarse (a su segundo le sacó algún muletazo estimable cuando ya nadie le prestaba atención) y a los que decidió respetar y no atacar. Síntomas de la peperización de cierta juventud. Quizá pensó que ya había suficiente coloque en el tendido como para colocarse él en su sitio, y nos dejó pensando si es posible malear en tan poco tiempo a un torero que Toreó en esta misma plaza como novillero. Mató de un bajonazo y de una estocada desprendida que cayó empujada por su grito. ¿Cuántos toros rodarán por la voz del matador?

Cayetano, antes de pasar al hule, se arrodilló ante su segundo y en el segundo lance tomó el olivo. Abrevió. El sexto de la tarde, pese a las coladas durante la brega por el izquierdo, hizo honor a su naturaleza toreable y no planteó ninguna dificultad al faenar del maestro, que empató con él en eso de no molestarse. Mató trasero y con la espada tendida las dos veces, pero eficazmente.

Volvíamos de la nostalgia a Madrid y caíamos en la estupefacción.

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