Salió un toro de casta brava a eso de las nueve menos cuarto de la tarde, pero no eran las tantas de la madrugada cuando no discutía la afición si merecía la vuelta al ruedo, al igual que un tercer puyazo, que nadie pidió. ¿Por qué? Salió el quinto, Periquito n°50, cárdeno, de 543 kilogramos de peso, y de octubre de 2018. Bellísimo, hasta bellamente herrado. Salió y se quedó en nuestro recuerdo. De Justo lo recibió y lo sacó hábilmente hacia los medios ante su codicia. Arrancó con todo y de largo al caballo de Germán González y, con sus dos pitones bajo el peto, peleó desde sus cuartos traseros. La bravura no está en el cuello, ni en las manos, ni en las hechuras, sino en los riñones. El picador lo lidió mejor en el segundo encuentro, al que arrancó igual de presto, más en corto, con un puyazo que cayó en buen sitio y ante el que el toro volvió a empujar humillado y desde donde nace la bravura. El tercer puyazo, de nuevo, quedaba para fantasear. El aficionado es aquel que sueña con terceros puyazos. Iniciaba de Justo su faena contra la condición del toro, acortándole la distancia. Los Chenel, Rincón o Cid son ya sólo referencias para aficionados; los toreros tienen sus referentes en TikTok. Cogía el matador la derecha, por fuera, y la casta del toro se lo traía hacia sí. En varias series mandó el instinto sobre la inteligencia. Mucho. El toro crecía en su poder tanto que, cuando se quedó al hilo, volteó a de Justo. Y en esa voltereta (los españoles somos de circunvoluciones), cambió todo. Fue cuando Periquito encontró a de Justo. Tuvo que verse el hombre hundido, podido, para ser más hombre. Decía Scheler que el ser humano es el animal que dice no. Se levantó, se echó la muleta a la izquierda y levantó a toda la plaza. Paraba, mandaba y templaba sobre la casta, con la suerte cargada. Cada natural era una victoria, y se ligaban entre olés. Los últimos, de frente y a pies juntos. La tauromaquia auténtica, no la estúpida, no la del gintonic, no la de la Fundación, ni la del Estado, no, la original, la Nacional, la del arte de lidiar toros, se nos revelaba. Y no era perfecto, porque el toreo no lo es. Cerró de Justo abriendo al toro torerísimamente hacia los medios con templadas caricias. Y ahí lo mató, algo precipitado, de estocada entera atravesada y tendida. Perdió los trofeos porque el toro siguió vendiendo cara su vida y el matador se atascó con el descabello.
Periquito se fue arrastrado por una clamorosa ovación, con sus dos orejas y con un pañuelo azul en nuestros sueños. Salía el toro de la plaza y nos quedaba la duda de quién ganó la batalla.
Eso fue en el quinto, pero, en el principio, todo fue raro. Veíamos a nuestros compañeros de abono enfrente, arriba, al otro lado de la plaza. Por nuestra izquierda abrían paso a Feijoo, escoltado por un joven matador, Gonzalo Caballero, y una joven política, Noelia Núñez. El vídeo promocional de San Isidro se nos hacía carne con ellos dos y se nos aparecía todo su espíritu PP, con su líder aposentado en la plaza de Ayuso (¡qué imagen para una crónica política!). A ver quien niega que Las Ventas se apeperan. Los populares han hecho de la plaza de Madrid su sede, con Abellán a la cabeza. Los matadores coloreaban el ruedo con tanta disparidad como feúra. Berenjena y azabache, blanco y azabache, azafate y oro. Ni Barceló. Un caballo de picar se desbocaba y un tiro de mulillas se rebrincaba. Al poco, se iban veinte años de alternativa y seis Puertas Grandes a portagayola. Pensábamos que todo se confabulaba por haber abandonado nuestro abono.
PARTE I. Salían tres toros, los primeros, de La Quinta, cinqueñ-os, seri-os, armonios-os, bland-os y sos-os. Los toros-os. Pronto se vería que su crianza no había estado dirigida a dar fiesta en el caballo, sino a propiciar el triunfo del hombre sobre su naturaleza fabricada. Intuíamos la mano de Julián en ello. Era la tarde de cada tarde, lo que, ciertamente, nos reconfortaba tras el extraño inicio.
Especialmente el primero, incluso hasta después de rajado, deslumbró con esa embestida mexicana humilladamente noble. Otro indicio de la peperización, importando el carácter hispanoamericano high-class. Perera tardaba en acoplarse, pero logró subir a mitad de faena al toro a su noria de temple y descarga hasta que se rajó. Se lo llevó al 4 y porfió en su pasimetría con la zocata, mientras caíamos en el tiempo pererial, pero fue incapaz de ligar. "¡Seteeeeenta!", le cantaron desde el tendido y al matador le pareció una buena cifra para terminar su número con un pinchazo, una media perpendicular, y cuatro descabellos tras dos avisos. Salió a por su ovación.
El segundo fue bien recibido por verónicas (¡Aleluya!) de de Justo, comprometido toda la tarde en colocar al toro para el caballo. Se quedaba el toro mirando a Feijoo y sonaba ya (¿Ya?) el primer vivaspaña. ¿Es España el toro que mira, estupefacto, a sus representantes? El Algabeño expuso mucho en un gran par que cuadraba en la cara del toro completamente parado, como rumiando lo que hubiera transmitido el último gallego de Génova en su mirarse. El toro no tenía la condición de repetidor del anterior y de Justo no se atrevió a atacarlo y dejársela puesta para lograr la ligazón. Mataba de un bajonazo y saludaba una ovación.
Marín decidió también portagayolear y su padre, posiblemente por la emoción de ver al vástago en semejante apuro, cayó del caballo en el primer encuentro. Sería luego el tercer festejo de feria en que el matador pide el cambio de tercio sin dos puyazos y el tercero también en que el presidente, con buen criterio, lo niega. De la faena diremos que SANTACOLOMA SANTACOLOMA SANTACOLOMA pasaba y pesaba en la mente del torero y que actuó desconfiado. Se fue el toro sin torear tras un aviso.
PARTE II (sin Periquito). Salieron otros tres toros, los últimos, de La Quinta, también cinqueños, serios y que no se comportarían en absoluto como sus compadres. Toros de gran interés, con carácter, vendiendo cara su entrega, y todos a más durante la lidia. Esta segunda parte de la corrida, en cuanto al ganado, es la cumbre hasta la fecha de la Feria.
Perera brinda a Feijoo entre división de opiniones (Las Ventas rebelándose contra su estatalización). El toro, que había blandeado pese a ser marcado sólo con dos picotazos, saca en la muleta un celo por su territorio anticipado ya antes, en el capote de Fini. El matador quería ligarlo, entre miradas y coladas. La técnica del pegapasismo no servía aquí. Pese a los muchos pases, la medida del tiempo no era el pase. Cuando hay toro el tiempo pasa, pero no en pases. La gente miraba más al toro que al torero. Y el toro, rebañando, iba ganando. Iba el toro donde quería, hacia dentro, por debajo; no por donde la figura le mandaba en su posición de perfil. Ganó el toro, que cayó con un aviso y una estocada trasera, caída y atravesada.
El último era un caballo, más amiurado que apablorromerado y que empujó a la altura de la silla de montar. Sacó casta y todas sus embestidas fueron desaprovechadas por Marín, superado, sin cesar de pajarear y deseando terminar cada lance antes de que su cuerpo lo rematara. Clavó la espada en el costado haciendo guardia. Chacón sufrió para sacarla y devolvérsela a su matador que recibió dos avisos tras varios intentos. ¿Cuántos toreros vemos que, como Marín, son encumbrados por tejemanejes para desplomarse luego ante su propia realidad? ¿Por qué no se rebela el torero? ¿Qué hacer ahora, Ginés?
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