domingo, 12 de mayo de 2024

III de San Isidro. Otro Bastonito de casta brava, pero en otros tiempos


Salió un toro de casta brava a eso de las ocho y media de la tarde, y eran las tantas de la madrugada (bueno, quizá no tantas) cuando aún discutía la afición en X si merecía la vuelta al ruedo que D. José María Fernández Egea decidió negarle, igual que un tercer puyazo, no fuera a ser que se pudiera pensar que la empresa se había equivocado al birlarnos esta ganadería durante cinco años. A ese toro, Francisco de Manuel no le arrancó ni una oreja, lo que no le impidió salir a saludar por su cuenta entre palmas de protesta hacia el palco. Un toro bravo, de gran humillación desde el capote de recibo hasta los ayudados por bajo de remate de faena. Bravo en su arrancada hacia el caballo. Bravo en su primer y largo empuje bajo el peto. Bravo en su segunda arrancada tras el buen toreo a caballo de Luis Alberto Parrón. Bravo en duda por su lucha interrumpida con el capote del bregador durante el gran segundo puyazo. Y aún más en duda por la robada tercera entrada al caballo. ¿Acaso no es la bravura el sueño de cada uno de cómo sería esa tercera vara? Una bravura soñada que debió nublar la vergüenza torera de los banderilleros, pasando cuatro veces para clavar cuatro rehiletes. Bravura que igualmente debió calar en el ánimo del matador, extraviado en su torrente y llevándole a buscar la ligazón por encima de la Verdad, para no hundirse. El toro de casta brava era otro Bastonito de Ibán, pero son otros tiempos, sin Rincón, y seguramente peores.

Tiempos que hacían hoy que un hindú y un latino (ay, los imperios) ocuparan las dos localidades detrás nuestra. Entre uno de los toros y otro, se decían: "the only unpredictable thing is the bull". Caía así sobre nuestra espalda la verdad de todo esto, con la voz de un extranjero, en inglés y más nítida que la megafonía que anunciaba el minuto de silencio por el matador Pedro Giraldo. Si esa frase se repartiera con el programa de mano, ¿no serían Las Ventas un lugar mejor? ¿No reverdecería la tauromaquia entre tanta mentira? ¿No es verdad que el toro debe ser más impredecible que de calidad?

Y la verdad también es que los otros cinco toros, cinco Ibanesno sacaron la casta esperada. Como igual de cierto es que delante habrían de haber tenido a las figuras, y quizá no a Calita, Francisco de Manuel y Alarcón, faltos de una esperada y casi obligada voracidad. No ha habido caballos derribados ni hombres volteados, pero sí esa imprevisibilidad del toro de lidia que mantiene el interés en el ruedo.

Cinco Ibanes duros, nobles, quizá en demasía, desiguales, de culata estrecha, astifinos, fijos, alegres hacia el caballo, con peleas dispares, mal picados, salvo el tercero, mal lidiados, a menos durante la lidia, mal matados, e imprevisibles.

El primero pasó de arrancarse como una centella al caballo y, cortando, hacia los banderilleros, a embestir mexicanizado en honor a su matador, para terminar sacando una casta interruptus por el abreviar del espada. Pareció que había más toro del que nos mostraron.

El segundo acudió raudo y peleó bien con el picador las dos veces, por lo que fue masacrado. Aún con más vertiginosidad persiguió ciego, pese a los varios capotes que se le cruzaron, a uno de los banderilleros hasta el burladero. Luego acusó su devoro en varas, soltó pitonazos y continuó en su afán persecutorio con el matador, al que forzó a correr hasta el centro del ruedo al sentir el descabello.

El tercero, con un punto de manso, también fue de largo, pronto y vivo al caballo montado por Juan Francisco Peña quien, en el primer encuentro, le dejó caer la vara con belleza y agarró un puyazo en toda la yema. El matador y el presidente decidieron que no hubiera una tercera vara y el picador se fue entre ovación y protestas. La castita del toro no encontró a nadie delante en el último tercio y se rajó.

El cuarto tenía unas puntas tan finas que no se las veía terminar. Otro que se arrancó y peleó bien ante la cosa equina recibiendo a cambio un obsceno castigo. Se paró en el segundo tercio, y sólo recibió rehiletes del tercero de la cuadrilla. Se esculpió su movilidad todavía más en la muleta, aunque tuvo ímpetu para arrancársela al espada al entrar a matar.

Y el sexto, de nuevo acudió presto a su encuentro con el picador, aunque su pelea fue, en puridad, más con el estribo. Se mantuvo con cierta casta informal durante toda la lidia, esperando sin suerte a alguien que parase, mandase y templase.

No se escuchó ni un vivaspaña durante el minuto de silencio. Otra cosa difícilmente predecible hoy en día.

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