Viernes, 14 de julio, día de la Fiesta Nacional francesa, es decir, día de nuestras élites, y toros de Miura, léase, día de "pobre de mí" y fiesta de la afición. Miura es al encierro lo que el blanco y rojo a los sanfermines. Si alguien que amase esta fiesta decayera en la moda de tatuarse algo propio de ella, sin duda, tendría que ser un santo de San Fermín y una "A" con asas. Decir Miura en Pamplona es hablar de la leyenda del toro y del toro de leyenda, es temblar con "Ermitaño" u "Olivillo" y saber que tienen el encierro más rápido de la historia, es mirar a un lado y ver un lomo que llega hasta el hombro, es ponerse delante y no ver la penca del rabo, es leer en el periódico los pesos y pensar en toneladas, es el sueño y desvelo de todo corredor, una gran carrera delante de ellos. Es, cada 14 de julio, ver correr a la historia de la Fiesta, sin un Hegel que vea en ello lo que vio en Napoleón a caballo en Jena. Hoy, vuelve el toro a la Feria del Toro, tras el paréntesis de la Feria de Roca Rey, y delante estarán, con todo mérito, Pinar, Leal y Colombo.
El encierro es el típico de Miura. Tres bravos por delante a un ritmo insoportable que arrolla. Otros tres por detrás a igual ritmo e ímpetu. Sin toros sueltos, para nuestra desgracia. Dicho esto, que resume el encierro, se puede pensar qué diferencia a los criticados por su velocidad, tedio y sosería encierros domecquianos de días anteriores respecto al de hoy. La distinción está en eso que el régimen taurino manipula, desprecia y margina, el toro, íntegro, con trapío, con pitones no de merengue, alto, largo, con seriedad en la mirada. Sólo con eso, corre la emoción sin frenos. Y es que ganarles la cara, aguantar, mirar y ver detrás esa torre de quebranto, pedir a las piernas que avancen como nunca y saber que llevas detrás una bestia legendaria, venida de la sangre que mató a Manolete, pues que lo diga la canción: "son en el mundo entero, una fiestas sin igual".
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