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José Tomás del 1997 |
Cuando entra José Tomás, sale el mundo, al menos el del toro, que es España entera. José Tomás lo ocupa todo y lidia con lo que sólo ocupa Dios y el Madrid: la eternidad. De todos los átomos emitidos el día genital del mundo, chocaron y se depositaron en él los de la historia. Así lo ven los tomasistas que, sabiendo de Sánchez Albornoz, dirían que la historia es la hazaña de José Tomás y que José Tomás es la hazaña de la historia. Jenófanes miró la bóveda del cielo y exclamó: "el Todo es Uno".
José Tomás Román Martín, cuatro nombres para sólo uno: José y Tomás, más de costumbre; Román y Martín, de moda entre vástagos de padres que traicionan su filiación conservadora, se proclaman liberales y acaban rumiando felices alfalfa socialdemócrata. ¿Cuántos Romanes y Martines fueron a ver a José Tomás a Jaén? Numerosos Joseses y Tomases habría seguro entre aquellos que fueron a reventar el tema, porque, a decir del tomasismo conspiranoico, hubo zurritontos que pagaron un sueldo por amargar la magnum opus anual del galapagueño. Lo que con certeza unos y otros sufrieron fue la caló, que en Jaén debe ser con lo que se fríen los dos pares de huevos de Linares, descubriendo, a la vez, que no hay nada como una Juampedradita para enfriarse el ánimo en época de un Gobierno que hace de la sauna, factor de gobernabilidad. Así, José Tomás entró, pero la cosa no salió.
"¡Que vuelva José Tomás!"
El español, muy de vueltas, revueltas y acostumbrado a la carioca que le hace el poder, se desvive por sentenciar lo que es este hombre, leyenda o mito, para algunos, pero sin una Pantoja para que llore España tras la guadaña, pues Cantora se vende y Sálvame se hunde. José Tomás es un otoño detenido en San Miguel. Es la huida del tiempo vestido de purísima actualidad y oro, con canas bajo la montera. Como Fausto (el de Goethe, no el de Marlowe), se ve indigno de la vida si no la reconquista a diario, es perseguidor de un destino interminable. Es un cuerpo recorrido por varias sangres y con el alma por fuera sacada a cornadas, tantas, que ya no pesa; vuela, levita, se transfigura. Es el recuerdo hacia el que antes se escapa del tedio de cada tarde venteña, de quien uno primero se acuerda para liberarse del mal que se ve. Es donde se refugia la memoria que migra desde la vulgaridad imperante. Es el bastión de la añoranza frente al destoreo reinante. Contradice a Federico el Grande y es el que actúa sin que sus asuntos dependan en dos terceras partes de la Fortuna, pues lo entrega todo a ella. Es la hamartia griega y el héroe para la catarsis del pueblo español huérfano de héroes, que se compadece de su maldita caída y con el que purga su insignificancia. Debía ser el Antoñete de mi generación y es hoy el torero más famoso, que ha hecho un culto del gato por liebre y que da de comer, con dos tardes al año, a todos los reventas de la piel de toro. Fue la Verdad y resucitó el Toreo en el trienio crepuscular del siglo XX, junto a una tarde del año 8 del XXI. Y ya. Es un hombre que ahora sólo pelea consigo mismo, como cualquier otro. Y es lo que no ha podido ser: un torero para la historia.
Por José Tomás, nos aferramos a Téllez como un clavo ardiendo.
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