Pero Madrid-Sevilla no es sólo un AVE ni es la única telecomunicación de estos días. También hay un tele-conocimiento que torna epidemiólogos en vulcanólogos, y horoscopistas en cronistas taurinos. Morante fue el viernes para algunos un Vulcano del toreo que, en lo tangible, erupcionó cursis. Ante el cursi-toro de Juan Pedro, Morante engendró archipiélagos de moderaditos pretenciosos, Bustos incluido. Pero la sincronía sevi-leña hizo que, al día siguiente, De Justo enfriara en Madrid toda la fragua amorantada y emergiera sólida una pregunta: ¿por qué lo de Morante crea cursilería, mientras que lo de De Justo parece destruirla? La respuesta, como casi siempre, está en el toro: de toros cursis, relatos cursis. A excepción de la cátedra Zabalita, capaz de hacer cursis a Cazarrata y Sánchez Vara.
Juguemos con ello un rato al zabalismo: "Cazarrata era un monstruo del Averno, guardián del último círculo del Inferno. Era el toro de Hades, si hubiera tenido uno. Gris como un humo infernal que nublaba el valor de todos los que a él se ofrecían, ya fueran hombres o caballos. Allá iban los banderilleros a clavarle rehiletes negros como rayos de Zeus, pero salían súbitamente despedidos al amparo de las tablas salvadoras. Los pitones medusianos de Cazarrata atraían, cuales sirenas, capotes para sí. Y en estas, saltó Sánchez Vara. Un Hércules alcarreño en traje de luces, dispuesto a librarnos del monstruo. Su pequeñez física no le impidió agigantarse frente a la bestia. Todo por bajo, macheteo estratosférico como si su dios padre condujera la mano. Uno, otro, otro más, hercúleo. Esquivando cornadas como si Hermes estuviera en sus zapatillas. El toro vencido, la faena hecha. Pero quedaba el golpe final. Y nuestro héroe de la miel y el espliego, cazó al fiero animal con la artúrica espada, clavada hasta la mitad bajo el lomo de Cazarrata para siempre. Esperemos que ningún Arturo arranque esa espada de donde Sánchez Vara la clavó".
Qué fortuna no ser suscriptor Premium de nada.
Pero más allá del trasvase de silencios y cursí-foras entre Madrid y Sevilla, durante este Pack 2 han aflorado hasta lo más hondo dos tendencias.
La primera: la espectacularización de la tauromaquia. Debord ya vislumbró en el 68 que vivimos en una sociedad del espectáculo, entendido este como una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes. Y esto, en lo de los cuernos, se traduce en que hoy se habla sobre imágenes de toros, no sobre toros, y no se habla en los toros, sino en Twitter. Lo que media entre los de los "me está gustando El Juli... ¡Palos a mí!" y los del "¡Hay que picar!" no son toros, sino toros espectacularizados en los que surge la realidad de los toros. Además, esta espectacularización conlleva que la tauromaquia encuentre en la vista su sentido privilegiado. Los toros ya solo se ven. ¡Son tobeos! Antes, los toros se olían en el humo del puro en la almohadilla; se oían en el mandarse callar al citar El Cid en largo; se tocaban en las marcas que deja el ladrillo de la terraza en el brazo; se veían con los prismáticos ciegos de Leo; y se gustaban en el escalofrío del otro, el de tu lado, que era la Plaza hablando. Ahora, prima la imagen, y sólo lo que aparece es bueno, y sólo lo bueno es lo que aparece. Y lo que más aparece es lo que más comparece: el mal.
Así, la segunda tendencia constatada en este Pack 2, y derivada de la primera, es la burocratización del arte y oficio de torear. Porque si convenimos en que lo que se consume no son toros, sino imágenes de toros, la imagen más reproducida será la más consumida. Y esta imagen es la que dictan algoritmos y agendas mediáticas, Zabalas y CRVs, y Simones y Julianes, que se guían por su propio interés sin interés en la ética de todo esto. Y, a más reproducciones, más estandarización, hasta conseguir la burocratización de la tauromaquia por la espectacularización. Reproducción o muerte. Que se lo digan a Ureña.
El viernes 1, 2 de los 3 novilleros, Fermín y Olmos, tramitaron su actuación como si de un procedimiento administrativo común simplificado se tratara, sin concurrir siquiera razones de interés público o de falta de complejidad. Ordenaron su quehacer sobre los principios de celeridad, concentración de trámites y contradicción. ¿Cómo pueden estar en octubre siendo mayos? ¿Cómo pueden ser novilleros y estar en Ponce con Ana? Son criaturas de la tauromaquia burocratizada, en la que no cabe la suerte en las suertes, acaecidas ya como trámites: el trámite de picar, el de banderillear, y el de matar. En esa tauromaquia, por tanto, todo es esperable. Todo es tan predecible como que Leo pida la vuelta de los Lozano, como que toda faena se concluya con bernadinas, o como que el PSOE enchufe al economista Carmona para que le salgan las cuentas de una luz que el vulgo, sin rechistarse, solo conoce por las velas que enciende para ver, no para rezar. En estas, fue un Adame, el tercero (pero primero en ganas de volver a ver), quien revocó el procedimiento resuelto por sus compañeros de terna y nos dio esperanza.
Pero si la novillería está burocratizada, más aún lo están las figuras, o a causa de ellas, con Julián de San Blas a la cabeza. Le llaman el Jordan del toreo, pero es más bien un Weber de ética cuestionable y espíritu del alcayatismo. Julián es el creador del régimen burocrático de dominio técnico-racional sobre el toro implementando las tres normas del des-: deshonestidad, descarga y descolocación. Que a ese Poeta garcigrandino no le cortara el sábado los apéndices, debía cortar su coleta. Ahora bien, puede ser que en el fracaso sabatino juliano influyera el ara juliana erigida sobre un pilar de la andanada del 9. Y ojalá que así sea y poder peregrinar a la zona de los señores Márquez y Rodríguez a venerar ese pilar como el Fátima de la afición cuando el domingo Julián vuelva a fallar.
Y en todo esto, salta Ferrera, un Iván Redondo de la julimaquia, por ese afán renovador de plantar una especie de I+D+i (la "i" es para el gran portugués, Ferreira) sobre la tauromaquia burocratizada, del mismo modo que se planta pelo sobre la calva. Gaticos acostados sobre frentes arrugás que no pueden dejarse de mirar, como la obra ferreriana. La renovación a través del espectáculo. Renovarse o ser calvo. Ya decía Schopenhauer que el cambio es lo único inmutable. Como el pelo plantado.
Y dicen algunos de la cátedra roscosa del siete bajo, con las caras tan colorás no de elogios, sino de insultos recibidos, que Madrid ha cambiado tras la pandemia. Pero sin virus y sin "comunismo y libertad", Leo lo pregonó hace lo menos ya 10 años: "¡esto parece Alcobendas, que no tiene plaza!". Y lo cierto es que Madrid hace años que no es Madrid, y eso no ha cambiado. En cambio, sí han cambiado muchos de los tafanarios montados sobre la piedra que se eleva donde se pica, vueltos regordíos de tanto comer pipas durante la lidia y de no quemar lípidos protestando. En el 7 hay piperos, en el 2 solo Amorós y, en las manos, un gintonic sin programa.
Madrid ya importa poco o nada. De Justo quedará como Ureña, injustamente fuera del espectáculo.
En Madrid, bendito su silencio. Y en Sevilla, bendito su público agradable, con Simón.
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