1. La ligereza es la tendencia dominante en el espíritu taurino actual.
La ecología (evitar el derroche de lavar el traje en el tinte aplicando la distancia de un edmundobal al toro) y la salud (1,5 metros, bozales y programa en QR para no propagar el virus de la integridad que "hace desagradable ver toros en Madrid") obligan a unos toros "contactless". Se es pesado con ser ligero. Sólo está permitido el contacto del toro flojo contra la pendiente amorantada o el necesario para pagar combinados y Mahous. Frente a lo pesado de torear, lo ligero del destoreo. Prima el no-contacto. "¡Hay que picar!", dicen algunos, sabiendo, o no, como dijo Leopardi, que cuanto más se repite una cosa, más cerca está de su desaparición. Las Ventas han sido aligeradas contra la COVID, y cargadas contra la afición.
2. La piedra venteña se asoma entre menos cuerpos de vejigas llenas.
La voz megafónica del Gran Hermano venteño, recordando el uso correcto de la mascarilla, olvidaba recordar a los porteros la aplicación correcta del Reglamento, quienes, amansados quizá por el confinamiento, facilitaban la entrada y salida de público bolinga durante la lidia. Sólo les faltó aplaudir la vuelta del beodo con su vejiga vacía como los ministros aclamaron la llegada de Sánchez con su ego lleno de deuda europea. Con esta mansedumbre porteril, y con el aforo reducido, se ha trasladado la libertad-para-beber ayusiana a Las Ventas, bajo la forma de una liberación plácida de la orina etílica, y en unos tendidos liberados de chinos, pero con más etílicos.
3. La primacía de los toros telecomunicados sobre los reales supone la igualación de Madrid y Mocejón.
El infierno de lo igual que es Internet, según el nuevo filósofo predilecto de El País, Chul-Han, conlleva una des-valoración de lo que acontece. La sobreexposición mediática del toro y del toreo produce un superávit de opiniones que, como la nieve, lo iguala todo. El valor de una faena ya no está en sí misma, sino en su repercusión telecomunicada. Cuando hay más opiniones que espectadores en la plaza, gana lo igual y se pierde el valor. Por suerte y desgracia, todos tenemos un culo. Vale lo mismo un triunfo en Mocejón, que en Madrid; en Linares, con piano, que en Sevilla, sin música. Y cuando todo se iguala, todo vale nada. Porque los toros sólo pesan en el ruedo, mientras que flotan en la pantalla del móvil. Y es que los toros ya sólo se ven, y no en la plaza, sino en Twitter. Aunque algunos sigamos creyendo en eso de: "el que va, lo ve, y el que no, no lo ve". Madrid ya importa nada o, si lo hace, es sólo para Madrid. Que se lo digan a Ureña y se lo vayan diciendo a De Justo.
4. Los novilleros son burócratas de la neo-tauromaquia.
Zapopinas, caleserinas, tijerillas, verónicas, tapatías, toda una riqueza léxica y taurómaca reducida a aquello más eficaz en producir el "¡bieeeeen!" que emerge tras las tablas. En las escuelas, los novilleros aprenden a ser eficaces en dar por verdad la mentira. Gato por liebre. Y no cabe el error, pues la mentira lo ocupa todo. Antes, los novilleros se asemejaban a un Vinicius bisoño y errático, y ahora no salen del Lucas Vázquez funcionaril y cumplidor según los designios de su mánager. Los novilleros ya no están en novilleros, sino en el Ponce de Enrique y Ana, con la edad de Soria, sin el tinte de Ponce. La primacía del consumo de los toros como imágenes que reproducen las formas neo- del toreo, conlleva la burocratización de la tauromaquia desde su base según la reglas del des-: descolocación, descarga y deshonestidad.
5. La servidumbre al poder del españolito resuena en el aplauso amoral a todo lo que hace el torero.
El coronavirus ha enseñado la auténtica enfermedad del pueblo español: su servilismo. La satisfacción del espíritu setentayochista pasa por aplaudir al poder, ya se llame Almeida o Juli (dos retacos, como Napoleón, con quien empezó la legitimidad por aclamación), y por colaborar en silenciar su crítica. Grandes colaboradores en esto son los callejoneros o amones, aquellos que, de gañote en el callejón, insultan al que paga y se expresa libremente. Del aplauso de las 20:00 a los sanitarios pasamos al aplauso puntual al acabar una serie con un martinete y el de pecho. El españolito es muy de aplaudir, a ver si entre palmada y palmada le cae algo. Así, hay una preferencia mayoritaria por formar parte del público servil a los dictados de la oligarquía taurina frente a la odisea de pertenecer al páramo de la afición.
6. Las Ventas será el Kapital del toreo.
De las figurillas deslabazadas de la Corrida de toros en Eibar del joven Zuloaga, a la masa indiferenciada de jóvenes en la terraza del 7. Del labriego que ronda a varias muchachas asomadas al balcón, al becario de Deloitte aginebrao que ronda Las Ventas buscando balcones a los que asomarse. Del caballo de picar caído con las tripas fuera mientras uno empina el codo con un botijo, al toro sin picar caído con la lengua fuera mientras muchos codean por ese botijo multicultural llamado chupito. De los toros de la edad de bronce a los toros del régimen del 78. No hace falta que declaren o no a Las Ventas como "espacio multiusos". La declaración de Las Ventas como espacio "únicamente taurino" la convertirá en la mejor discoteca de Madrid. Cuando un cubata vale tanto o más que muchas entradas, el negocio no está en el toro.
7. El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la tauromaquia se basa en un toro sostenible.
De oligarquía a oligarquía, el régimen taurino y el régimen partitocrático comparten la fórmula para recuperarse de la pandemia: sostenibilidad. Si el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana dispone de su Estrategia de Movilidad Segura, Sostenible y Conectada, el Vice-Ministro-Aficionado (V.M.A) de la Administración taurina ofrece toros de acuerdo a esos principios. Se pretende un toro de movilidad segura ("que no repone", es decir, sin casta), sostenible (que pueda ser sostenido de caerse por la vulgar pericia de un burócrata del toreo) y conectada (que permita a un torero quieto, descargado, en línea, y que bernadea al final, conectar con el sustrato paleosimbólico alcoholizado del vulgo). ¿Hemos visto algún toro con casta en el Otoño de la COVID? Puede que Casero. Del lenguaje cursi, a los toros cursis y al relato cursi. Cursi is the new normal, que diría un cursi.
8. Las Ventas cambian por el cambio en su afición, no en su público de aluvión.
Repito lo que Leo lleva repitiendo más de 10 años: "¡esto parece Alcobendas, que no tiene plaza!". Chinos con maletas, hindúes sin vacas, hillbillies de La Mancha, rednecks del Eresma, madrileños de Morante, sevillanos de El Juli, parientes de López Simón, desconocedores de Urdiales, trajeados de Azca, casuales de El Capote, todos, como desbrujulados hipermnemónicos, que diría Debray, o coleccionistas de acontecimientos, que diría Leo, pasando por la piedra de Las Ventas. Pero en ellos no está el cambio, porque ellos siempre cambian. El cambio de Madrid, que ya no es Madrid, está en su afición. El cambio se viene produciendo desde que lo más pesado de la plaza de la plaza más pesada se entrega a lo más ligero del neo-toreo. A uno, que lleva en el mismo asiento desde muy pequeño, le sorprende ver cómo la plaza que se entregó a El Cid, se arroja en tromba al neo-toreo de Ginés Marín. Cómo se llevaban las manos a la cabeza para sujetar el escape del recuerdo de lo visto que, al ser ligero, se escapa por todas partes. Minutos antes, esas manos pelaban pipas en el 7.
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