domingo, 19 de septiembre de 2021

Villaseca es Villacasta

Hijosa, hijo de la aplausometría, que diría Sloterdijk

Villaseca es a los toros lo que El Federalista es a la democracia: su mejor defensa y, a la vez, su mejor explicación. Si la primera es repudiada por el mundo del toro (el que insulta a la afición), el segundo es ignorado por los demócratas (los que chillan "¡populismo!" para acallar el pluralismo).

El Madison toledano es Jesús Hijosa, un alcalde que, pudiendo pasar por el que recibió a Mr. Marshall, ha sido recibido en su plaza entre vítores como aquel. Si con Napoleón I empezó la era de la legitimidad por aclamación, dice Sloterdijk, Hijosa es uno de los hijos favoritos de la aplausometría. Estas son las cosas de la libertad: uno, por ahora, aplaude cuando quiere y, si quiere, no se vacuna. A no ser que uno sea un currito de la radio de la libertad, que por mor de la decisión liberal de su jefe, está obligado a inmunizarse y aplaudir.

Cómo estará Españita que los asalariados de la Libertad Digital no se rebelan, pero el Fundi enfundado en unos chinos pistacho se plantó en Villaseca a provocar un plantón por unos salarios. O eso decían.

Porque lo cierto es que, a toro pasado, Villaseca ha servido para exhibir que el asunto no está en si el salario de los currantes de esto del toro es más o menos sostenible, sino en "defender un sistema y unos valores establecidos por todos". Nunca es tarde para descubrir que nos hemos dado la democracia, la forma de vida madrileña, según Ayuso, y el sistema y valores taurómacos, a decir de Gómez Pascual. Queda entonces claro que cuando se oye eso de que algo noslohemosdadoentretodos, habla una oligarquía.

Cavilando, por razón de la buena cantidad de novillos encastados que han desfilado por la Numancia toledana, se concluye que ese supuesto sistema taurino establecido por todos (es decir, por una oligarquía) no es otro sino aquel que busca eliminar la casta: la del toro y la del hombre.

Dostoyevski ya lo advirtió: "la mansedumbre es una fuerza terrible". Y frente a este sistema, Villaseca. Así, el encastado Fusilito de Ibán es un toro antisistema, y José Otero, por ende, un banderillero antisistema. Pero el toro está muerto y vive en el recuerdo, mientras el torero está vivo y muere sin torear porque el sistema quiere. A José Otero poner la plaza en pie seis tardes seguidas le ha puesto de patitas en la calle. Representa "el que se mueve no sale en la foto", de Guerra. Si Sánchez fuera un oligarca taurino, al banderillero Otero sí le habría preguntado a quién vota para decidir ponerle el rehilete del COVID.

Porque, ya no hay duda tras Villaseca, la sostenibilidad del sistema taurino pasa por eliminar la casta. Quizá sea la voz de Juan Serrano la conciencia del sistema al proponer una corrida sin muerte, porque ¿qué riesgo hay en entrar a matar a un toro bobo, bobo? Uno muy Finito, seguro. O, en letra de Dombrovsky, "la vulgaridad siempre tiene razón".

Antes de en matarlo, la ética de todo esto está en el Toro. Igual que antes de votar, está la libertad política. Sin Toro no hay nada, reza la chapa y oramos los aficionados. 

Villaseca es, por tanto, Villacasta, que por mucho pantalón pistacho que se plante en ella, parece que no quedará seca de casta. O, si lo quedare, siempre nos quedará el sueño de Villacasta, ya que "el sueño era la libertad".

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