viernes, 3 de septiembre de 2021

Urdiales contra la igualdad

Bilbao, agosto de 2015. Urdiales se consagra contra el artificialismo y llora

¿Quién eres, Urdiales? Si Javier Cortés en su triduo épico reflejó la dicha y desdicha de todos los hombres por no quedarse quietos, Urdiales, cuando quiere, nos somete a la tiranía del talento, cosa de unos pocos hombres y de los pocos momentos en que quieren.

¡Cómo se atreve a nacer con talento! Decía Luhmann que el talento pasa a ser un fenómeno escandaloso para todos aquellos obligados a vivir de las apariencias. Algo inevitable en esta cultura de masas, en la que se ha democratizado todo excepto la democracia, que en España es un Estado de partidos y en Las Ventas, Domb quiso que fuera un bombo sin el Juli. Hoy, en el mundo de la igualdad, un nacimiento no puede ser más que un nacimiento, ya que no puede haber nobleza, y nos vemos forzados a hacernos desde un igualitarismo procreador. Una empresa encomendada en el mundo del toro a las escuelas taurinas, que no son sino fábricas de filiaciones no bastardas y estandarizadas para transformar mediante la imitación al toreo en un sucedáneo del toreo. ¡Prioridad de la igualdad frente al arte!

Pero hete aquí que Urdiales, de cuando en cuando, exhibe la naturalidad al torear que Dios le dio y adiós a la igualdad. Es la divina diferencia en el infierno de lo igual. Es lo inimitable. Si pensamos en la naturaleza de las cosas, lo natural en Iván Redondo no era ese pelazo; lo natural en el españolito de hoy es la servidumbre; y, en el toreo, lo natural es Urdiales. Su verónica es la verónica; su media, la media; su natural, el natural; y su trincherazo, el trincherazo. Su toreo es la bella injusticia que provoca que por mucho que bernadeen a vaquillas para Instagram, por muchos bieeeeenes que reciban tras las tablas sonrojadas, y por muchas corridas en el escalafón y orejas en el esportón que acumulen, jamás podrán los demás torear como él.

Ahora bien, el talento está maldito y la naturalidad de Urdiales es sólo una tiranía efímera en la oligarquía del taurineo, que ejerce, como la socialdemocracia a través de la UE, un despotismo ilustrado que ha despreciado al torero. En los bajos venteños del otoño del 14, iba Urdiales desapercibido entre codazos etílicos y vasos torcidos, cuando le saludé horas después de lo de Sevillanito. Nueve meses después, en Vistalegre, dio a luz a toda su naturalidad y mató el silencio y a Favorito con olés de los vascos. Tal fue el parto, que lloró. En el 18, tras tres veranos, y en medio del tedio igualitario, arreó a Hurón toda su naturalidad madura y, llorando ahora nosotros, le dimos toda la razón a Curro. Tres tardes inolvidables premiadas con unos exiguos 88 paseíllos en siete años. Esa es la tríada dictatorial de Urdiales, inútil como todo arte, y despreciada por el régimen taurino, que no puede tolerar que alguien toree así.

Y es que, afirma Sloterdijk, la naturaleza es más injusta que el príncipe más tirano, pues representa el dominio absoluto del azar. Que Urdiales exhiba su naturalidad hace más daño al régimen déspota del consenso taurino que tres días de vídeos en Espejo Público sobre el toro que se escapó de La Muralla en Brihuega. Si en la cultura igualitarista en que vivimos, todos triunfamos al nacer, pero quedamos con la mácula de la indiferencia, el toreo de Urdiales es inmaculado por diferente y es esa distinción bajo cuya tiranía gustosamente nos sometemos para celebrar la naturaleza de un ser humano. Urdiales es un aristócrata del azar que nos brinda el toreo natural. ¡Prioridad del arte frente a la igualdad!

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