Su nombre es “Caminante”, de Cebada Gago. “Caminante” se cayó cerca de la Bajada de Javier y todo cambió. Se desplomaban contra el adoquín julios y julios de tedio, kilos y kilos de previsibilidad, de simulaciones, de mojigangas, de locuciones detestables, de vestimentas estridentes, de rostros que debían seguir en el anonimato, de músculos prefabricados, de cuerpos llenos de miocitos y escasos de talento, de carreras dopadas, manipuladas para lograr la corrección política y evitar caer en el anacronismo; caía “Caminante” y colapsaba toda una política perversa que va del antideslizante y los correderos, hasta Bolaños, el reponedor, actuando de ministro. Se caía la decadencia y se levantaba el toro. ¡Por fin! El toro en Pamplona, en San Fermín, la Feria del Toro. Y, con él, se alzaban muchos otros, Ermitaño, Olivito, Marismeño, el riesgo, el peligro, la emoción y se levantaba hasta el pasado. Era ser uno de los primeros hombres y ver nacer y erguirse a una montaña. Nos sentíamos primitivos, originales. “Caminante”, negro, con más verdad en sus 2 puntas que en todos los 47 años de democracia-que-nos-dimos-entre-todos, empezó entonces a hacer todo eso que hace honor a su raza, la del toro de lidia, esa que da sentido a toda esta fiesta y por la que Frascuelo dijo: “los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa; para evitarlo, no hay más que huir o cortarse la coleta”. Casi todos huían hoy y, los que no, aparecían como héroes, orgullo de lo popular. Altanero, hacía caso de los estímulos que le ofrecían los corredores igual que no hacía caso y se distraía, estiraba el rabo, luego el cuello y su testuz arrastraba cuerpos, a otros los estampaba, se giraba a un lado, y al otro remataba contra esa mezcla de carne humana y madera que hace de valla, arreaba como un maldito rayo hacia delante, y hacia atrás provocaba estampidas. Hacía lo que su voluntad, su instinto salvaje le dictaba, y no lo que los ratimagos de unos ganaderos bastardos han introducido en la genética de este animal. Embestía a un buey, volteaba a un hombre, a otro y acometía contra una masa de gente a la que devolvía a su naturaleza de hace un siglo, la que describió Canetti: “de repente, todo se llena de hombres”, hasta que un toro lo vacía. Llegaba a la plaza y muchos capotes lo recogieron. Uno piensa en Borja Sémper y sus pinreles y en este toro y comprende todo nuestro problema. En la España de Santos Cerdán, se levantaba “Caminante”, un toro de lidia.
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