Mientras Zabala está donde su deber profesional le dicta, y no donde le gustaría estar, ejem, Sevilla, uno no está donde siente que debería. Desde casa, se pierde el zambullirse en ese paréntesis de la vida hipermediatizada que es cada tarde en la piedra, un apocalipsis de lo real, una passion du réel, que diría Badiou, en pleno siglo XXI, un retiro existencial en el que la única y absoluta realidad es la de Las Ventas y todo lo demás mera comparsa que se piensa, se vive al margen o que sirve como excusa o explicación para lo verdaderamente real. El airecillo al vaivén de almohadillas bajando por la calle Alcalá, entrecortado por la sirena de un camión que sale del parque de bomberos, y que se va dejando de sentir porque todo de repente se llena de hombres, una masa que va a los toros, una indiferencia diferenciada al sentarse en un tendido u otro, y llevada por distintas ilusiones que huelen al puro de dos filas más abajo, que se vocean al unísono, a destiempo y se critican, que se aplauden por no llorar o que se empapan de ginebra y tónica. Los toros al sol, o al sudorcillo de la espalda en el sofá. No puede ser igual. Decía Jean Cau que "amar los toros es, cada tarde, eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro", pero, créanme que, ante la imposibilidad de ir, esta afición debe ser aún más bíblica, algo así como subirse y clavarse en la Cruz, esperar, esperar y, con lo inesperado, resucitar.
Y así, sin estar en la plaza, se pasa de la realidad más real al sofá con Arnás. El sueño húmedo de todo televidente si la corrida fuera a la hora de la siesta. A ver y consumir tauromaquia como tantas otras cosas, como algo que se da en la caja tonta cuando ésta ha muerto y ya no se ve. Algo que la tele transforma en una cosa sin más, que lo magaciniza, algo que se pasa todo el día en la programación de Telemadrid, un "Hombre Elefante" de la parrilla, tratado como una exótica atracción circense, como el idiota que se lleva a la cena. Se equipara a los toros con el último ligue de El Chatarrero o con la última víctima de violencia de género. Para la tele de Ayuso los toros son eso que sucede entre los anuncios de los campos de lavanda alcarreños y de una mujer empoderada que lleva a su novio de mequetrefe a comprar un coche de segunda mano que no sabemos quién paga. Se siente, y duele, la utilización, la estatalización, la ideologización, la autonomización de la tauromaquia, que se banaliza a través de la televisión y se pervierte al ser narrada por una locución que corrige lo que el actuante de turno hace mal, superponiendo lo falso sobre la imagen de la real. Una doble falsedad. Todo se tauriniza, pierde autenticidad, realidad. Se vuelve ciencia ficción, dice bien un amigo. Por eso, ay, los toros sólo se pueden ver en la plaza.
El que va lo ve, y el que no, no lo ve.
"¡Que viene el COVID!", decía hoy Leo cuando subía al tendido alto del 7 una colección de chinos con mascarilla. A ver qué televisión enseña esto. Y a ver con qué jeta la contrafición, el gintonerío, el taurinillo de sofá, los flabelíferos taurinistas, los tanatólogos escribanos, los cronistas de lo mortecino, los aficionados prácticos agradaores, los empresarios-apoderados-ganaderos, la Fundación Toro de Lidia, en fin, todo un régimen, una oligarquía taurina y su séquito, ensalzan tras lo de hoy a un torero como Fortes, vilipendiado, maltratado, ignorado, y abandonado por ellos mismos. Un torero que hoy ha enseñado las vergüenzas del régimen taurino, las costuras de un Frankenstein redivivo por inercia y por interés pecuniario, en crisis permanente de identidad (o integridad), compuesto de partes de algo que ya fue, un monstruo que premia al vil y al servil, y que castiga a los bienhechores, y que lleva a que el torero malagueño actuara en un solo festejo en 2023 y en dos en 2024. La tauromaquia caníbal, que se devora a sí misma para seguir manteniéndose. El que haya ido hoy a la plaza no tiene duda: la tauromaquia se conserva gracias al que paga, pero, sobre todo, contra él.
Fortes ha dejado esta tarde todo eso expuesto, al aire, a la espera de una contrarrevolución que puede venir por la senda del trabajo del aficionado, de emplearse en más ferias como la de 3 Puyazos.
Una tarde con seis toros de Araúz de Robles, de desigual presentación, muy justos los tres primeros, y obscenamente bastos los tres últimos, con diverso grado de mansedumbre, y que han mantenido el interés por lo incierto y cambiante de su carácter, desde la sosería hasta el mal genio encastado, y gracias a que han tenido delante, sobre todo, a dos coletas, Morenito y Fortes, que, en muchas ocasiones, han echado la moneda al aire. Con otras voluntades delante no habríamos visto nada. Del mismo modo que los toros podrían haber sido otros si no hubieran sido vistos por los picadores como una ración de oreja que se pincha con el tenedor, y en la que a veces uno atina al coger el pedazo, otras el trozo, ya magullado, se escurre, y otras se falla estrepitosamente y se coge la tajada que no se deseaba.
Morenito dejó bien y en largo a su primero para el encuentro con el varilarguero y el toro dijo que no con la cabeza, cosa que a Sayago no le debió gustar, porque le propinó un puyazo y dos picotazos traseros, de los que salió a la huida. Quitó Fortes con chicuelinas deslucidas. Las banderillas fueron para ver por la tele, que seguro que algo bueno se escucharía sobre ellas. En la muleta, Chistero embestía con el otro pitón, sosete, gazapón, voluble, como si Feijoo fuera un toro, pero Morenito, muy firme y serio, lo fue haciendo suyo. Por encima del toro en tres series con la derecha, una serie a enganchones con la zurda y vuelta a la diestra en una última en la que lo más destacado fue cómo aguantó un parón del toro y el muletazo que le arrancó librándose de la cornada. Tras un buen rato porfiando para colocar en suerte al toro, se salió de la suerte y pinchó. Sonó un aviso, pinchó otra vez y finalmente dejó una estocada perpendicular y atravesada casi entera.
Fortes recibió con templadas y frías, por lejanas, verónicas a Gimotero. En varas destacó un buen segundo puyazo y el toro llegó a la muleta con cuatro palos en su costado. La faena fue una delicia hecha por Fortes con medio toro. Dulcísima la primera serie con la diestra, rematada con un pase de pecho de hacer honor a su nombre. Una segunda igual y una tercera, con la zocata, aún más exquisita, cerrada con un pase por alto inolvidable pleno de inspiración gallista, que si lo hubiera dado quien-todos-sabemos tendríamos apagones, volcanes en erupción, pandemias de cursilería, y escacharrado hasta el reloj de la Puerta del Sol. Una nueva gran serie con la derecha pasándose al toro cerquísima, sin enmendarse, sin importar la frenada en mitad del muletazo. Y una tanda de cierre de preciosos ayudados por alto, con un trincherazo de cartel con la zurda. Pinchó dos veces y, a la tercera, lo degolló. Saludó una ovación desde el tercio y se guardó toreramente la vuelta.
De Torres faenó con el rajoyano (por mansazo) tercero en el 2, luego en el medio, en el 9, en toriles, en el 6, donde pinchó por primera vez, en el 7, en el medio, y en el 3. Lo que dice mucho del toro y de lo que planteó el matador, que cazó al bicho a la enésima con una estocada sorprendentemente contraria.
Morenito, con el cuarto de la tarde, el más encastado, volvió a ser ejemplar en lo que es poner al toro en suerte para su encuentro con el picador. Para el segundo choque, lo corrió inteligentemente hacia atrás y lo dejó cuadrado con una media verónica muy torera. Quitó otra vez Fortes y por ahí dejó también una excepcional verónica. En el tercer par de rehiletes, Iván García se dejó llegar con todo al toro hacia toriles, aguantó y clavó en la cara. Fue ver a una partícula de luz despedirse hacia un agujero negro y salir vencedora. Morenito optó por no doblarse y dar distancia al toro, que sacó su casta y toda la incertidumbre de su embestida, y se lo comió en las primeras series. Con la zocata, retorcida su figura, se quedó al hilo y, en una de esas, el toro lo prendió en el centro del ruedo, llevándose la arena la cornada. Volvió sin mirarse, cambió a la derecha y, muy firme, tragó quina hasta extraer valiosos muletazos. La mejor tanda sería la última, con el torero hecho un dechado de voluntad y firmeza. Un emocionante final de toreo por bajo sería el preludio de tres pinchazos que terminarían con el toro echándose y apuntillado. Saludó desde el tercio una merecida ovación.
Fortes recibió por verónicas, dos de mucho temple, al quinto, que era un caballo y que quizá por señalar dónde iría la silla de montar, recibió dos puyazos en la misma mitad de su largo y alto cuerpo. Al salir del segundo, apretó el toro hacia dentro y obligó a De Torres a tirar su capote para quitárselo y llegar así a refugiarse en el burladero. También apretó en banderillas, eficazmente clavadas por Raúl Ruiz. Así, incierto, bronco y encampanado llegó a la muleta de Fortes, que se salió hacia fuera con él, con mucho garbo, hasta dejarlo con un gran trincherazo. A partir de ahí vendría una faena irregular en colocación, a veces de trazo rectilíneo, pero de increíble entereza, de gran temple, de gusto, de no dudar ante lo que plantea tantas dudas, ante un animal nada claro que arrollaba, se paraba, lo rebañaba y lo miraba, y de la que uno no puede dejar de recordar una serie de derechazos tan quieto como una montaña ante los siglos y un natural eterno entre las rayas. Era de no creer cómo ese hombre ocupó el puesto 101° del escalafón el pasado año. Pinchó bajo, sonó un aviso y dejó una estocada traserilla y atravesada saliéndose. Dio una clamorosa vuelta al ruedo que sepultaba la nada triunfal talavantina del primer día y, seguramente, las rufadas y cortes de numerosos despojos que vengan en estos días.
De Torres vio cómo se lesionaba el samuelón sexto en su recibo de capote y nos fuimos de la plaza con la realidad de Fortes.
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