viernes, 30 de mayo de 2025

XIX de San Isidro 2025. 17 años

En esta calurosa tarde de viernes se ha comprobado que el taurinismo puede convertir a un púber de diecisiete años en un viejoven plúmbeo de treintasiete, en la common people de la canción de Pulp, y que, sin el guantazo avergonzante de Madrid en público, no habría freno a la adolescencia permanente en que se quiere sumir a la Fiesta Nacional. Se persigue hacer de la tauromaquia un espectáculo simple, inmaduro, se pretende homogeneizarlo todo, igualarlo todo, como la nieve que cubre por igual a una grúa y a un Equigarcesaurio, para asegurarse y aumentar el control sobre la rentabilidad pecuniaria del espectáculo. Sólo se soporta -y se esquilma- la diferencia de alguien como Morante en tanto arrastre masas de morantistas a llenar las taquillas virtuales, pague las vacaciones en Torremolinos de los reventas o supla la falta de historias de los escribientes taurinos. 

El taurinismo ansía juventud peneque y nesciente en los tendidos, es decir, sustituir al hombre en edad adulta y al jubilado sobrios e incómodos por exigentes (otro Gran Reemplazo), y, en el ruedo, marionetas de toros y toreros. Uno se imaginaba hoy a Marco Pérez colgando de esos hilos del títere, como los del cartel de la película "El Padrino", y recordaba lo que Vito Corleone decía a su hijo Michael poco antes de morir: "pensé que cuando llegara tu momento, serías uno de los que maneja los hilos. Senador Corleone. Gobernador Corleone. Bueno, no hubo suficiente tiempo, Michael".

Con diecisiete años uno puede ver El Padrino por vez primera, ir al Burger King y disfrutar de un Big King XXL con amigos mientras intenta con poco oficio (no todos somos Luque) llamar la atención de aquella chica que le gusta, pegarse una viciada a la videoconsola, hacer unas copas en casa aprovechando que sus viejos se han ido a pasar el finde a la Sierra, leerse algo de Marwan, de Pérez Reverte, o de Melville (eso ya depende mucho de la biblioteca familiar), encerrarse en su cuarto a estudiarse los movimientos rítmicos de su mano, o, siendo de Salamanca, y con cierta inquietud arquitectónica, puede hasta irse a ver la magnífica cúpula del Palacio de Congresos construida por Navarro Baldeweg, o también puede dejar que decidan por él que va a matar en Las Ventas seis novillos de las temibles vacadas de FuenteYmbro y El Freixo, y que ello se vendiera como la mayor gesta acaecida en el planeta de los toros desde aquella tarde de 1914 de Joselito y los siete de Martínez.

Con una carrera prehecha, hecha y rehecha por taurinistas, llegaba así Marco Pérez por primera y última vez a Madrid como novillero con picadores, en solitario, último niño prodigio de la cosa táurica, y hoy lo que hemos visto es a un burócrata del destoreo, de la trampa, de la contra-tauromaquia de El Juli, esa en la que el lema es: "lo falso es el camino hacia la deformidad (el poder)", con la disposición y el valor necesarios, pero sin nada que decir. Ha sido ver a la expectación no decir nada, callarse a lo extraordinario y chillar a lo corriente. O peor, asistir a una indiferencia ensordecedora, sólo acallada por los gritos de mujeres al ser desarmado y volteado. Lo que se ha visto hoy ha sido el vivo retrato de la crudeza por la que un régimen taurino desalmado utiliza a un niño para lucrarse a través de una tauromaquia canalla, que hace de la mentira, la verdad.

Con unos novillos que no se comían a nadie, justamente protestados por su presentación y descastados en su mayoría (salvo el tercero, con complicaciones, y el quinto, con casta, ambos de Gallardo), Marco Pérez ha dejado un recital monótono de vulgaridad, de escasa templanza, de urgencia juvenil y retranca senil, de ausencia de frescura y olor a cerrado, como el de esa camiseta que deja el adolescente en la silla tras un par de puestas y se vuelve a poner, de cites descarados con el pico de la muleta, de estar descaradamente descolocado y de perfil, de lanzarse a los bureles allá donde no le agobien, de empezar por Castella, seguir por Perera, y terminar por Roca y un julipié, de derechazos y más derechazos, de pasecitos del culito, de escasos naturales y de nula enjundia, de arrimones pueblerinos, de toreo creepyPufo y en las antípodas de lo clásico, de expresarse con numerosos flequillazos, como los que veíamos en Roca ayer y que hace muchos años vimos en Raffaella Carrà (para que luego se insulte a la afición de Madrid por su falta de decoro, imagínense qué pasaría entre el público si en Mestalla, Vinicius en sus 18 años, cada vez que regateara con éxito o recibiera una falta, pegara uno de esos cuellazos mirando a la grada), y de dar más de una decena de pases mirando al tendido, tantos, que se ha podido llegar a pensar en que cada uno de ellos podría ir dirigido a sus novietas o que, simplemente, le molestaba algún folículo capilar sobre su frente y que, entonces, va a ser más relevante hoy para los toreros el peluquero que el mozo de espadas, porque Marco Pérez, espada, todavía no tiene (no ha dado una sola estocada digna de tal nombre). En su haber, que la tarde no le ha pesado y que, incluso, ha ido espabilando con el paso de los toros, que ha dejado un firme quite por gaoneras y un vistoso galleo del bú, y que ha vuelto a la cara del toro, sin mirarse, las dos veces que ha sido lanzado por los aires por el quinto de la tarde.

De lo que no ha sido el novillero, Prestel ha hecho un quite providencial en la salida del tercer par del primer animal, el segundo novillo, de Gallardo, ha derribado dos veces al Errejón-hecho-centauro montado por Alberto Sandoval, y Rafael González ha sido empujado a la arena por el quinto juvenco antes de morir y ha caído como los borrachos de las Corralejas.

Un hombre de cuarenta y cinco años lo dice todo haciendo el quite del vaso de plata y un chaval de diecisiete pega flequillazos y no dice ni mú. Ahí está la cosa.


PD.: viendo lo que han demostrado los novilletes de El Freixo, cabe dudar de la capacidad para controlar su producto de Julián, que aspira a ser "el mejor ganadero de la historia", sea eso lo que sea.

martes, 27 de mayo de 2025

XVI de San Isidro 2025. Historia de un pene (sobre cómo la decepción puede ser entretenida).


Juan de Castilla saldría hoy del hotel hacia la plaza con su pene en su sitio, protegido e íntegro, para acabar, en el hospital, con una herida por asta de toro con desgarro superficial en él.

Quizá en esta España en la que el coño, con perdón, se ha elevado a política de Estado y el estadista González Pons se hace poeta estatal y se postula al Cervantes con su "descansaba con la conciencia tranquila de quién posee la fuerza de la resurrección en el centro mismo de su coño", se haya olvidado que, bajo el pene, cuelgan los huevos, que son dos, a no ser que seas de Linares, como Leo, que los símbolos fálicos pueblan la cultura, desde los obeliscos y menhires, hasta la obra de Shakespeare, aludiendo a la virilidad, la masculinidad o la fecundidad, o también que, seamos honestos, el pene forma parte de ese juego amoril que empieza con el entretenimiento y, muchas veces, acaba en la decepción. Lo que sirve, al menos, para intentar explicar la corrida de hoy, tan entretenida como decepcionante. Porque nadie se ha aburrido con los seis bueyes de Dolores Aguirre, de los que, no obstante, se esperaba mucho más.

Los aficionados somos seres esperanzados, frecuentemente desilusionados y, por ello, siempre dispuestos a renovar nuestra esperanza, por paradójico que parezca, aunque lo disimulemos bajo nuestro pañuelo verde de amargados universales, porque para mantenernos vigorosos necesitamos el impulso de una nueva y cruel desilusión, como la de hoy. Hoy, esperábamos mucho, igual que de la fiesta basada en el toro que colabora para el (h)arte, no esperamos nada.

Juan de Castilla se colocaría y recolocaría su miembro viril alguna que otra vez, sin llegar al frenesí de El Lili (¡qué alegría su vuelta a los huevos, digo, a los ruedos!) ya en la furgoneta, cavilando sobre la gran expectación de la tarde, con la vuelta de los anhelados Dolores, tras un periplo triunfal por Bilbao, 3 Puyazos o Céret, la última tarde en San Isidro de un torero de Madrid y espejo de príncipes, Fernando Robleño, y la actuación de otro coleta de aficionados, Damián Castaño. Tres machos tiesos frente a los de la Doña, seis toros de lidia de verdad, cinqueños, no confeccionados para escacharrar relojes o aguar gintonics, desiguales de presentación, aunque nadie ha dudado de que eran de la ganadería que eran, duros, pero sin poder, mansos en grado similar y descastados en diverso grado.

Seguramente, Juan tuviera que dejar a su pene en posición cómoda al arrancar el paseíllo y, luego, también al asomar por el burladero para honrar la ovación de la plaza al Tigre de San Fernando, que el traje y los nervios aprietan más justo ahí.

Se olvidaría ya de su pene al ver a Langosto, el grandón primer toro que, como los cinco siguientes, empujaría, más o menos, y huiría, más o menos, en la injusta y sucia pelea con esos dildos acorazados, máquinas empotradoras, Errejones hechos centauros que han fabricado Equigarce y Plaza 1. Qué sujeto de estudio se ha perdido Freud con estos picadores y su vara-falo. Al manso lo logró fijar Curro Javier al final de su brega, dejándolo listo, pero soso y mirón para las dudas de Robleño en las primeras series con la diestra. Fuera del tercio y con la zurda, toro y torero mejoraron algo, confirmándose en una tanda de derechazos en la que el animal se desplazó y el hombre tragó, para desinflarse desde ahí. Pinchó dos veces y mató de un feo bajonazo.

Tampoco pensaría el colombiano en su pene durante las protestas al anovillado segundo, Burgalés, hasta que quitó por ameritadas gaoneras, poniendo por delante todo lo que va por delante. La faena de Castaño trató sin éxito de levantar las caídas del bueyecito (buen apodo para Borja Sémper) y avivar su sosería guasona. Dejó una estocada baja casi entera y se arrastró al toro con la boca cerrada, como a todos sus hermanos, tras un golpe de verduguillo.

La mano de Juan acudiría nerviosa a su zona inguinal con las protestas por la, según algunos, mala presentación de su primer toro, Caracorta, que quedó crudo tras una segunda vara horrenda. Sin probaturas, dio al toro una distancia romanesca y, como una grupie de Pedro Sánchez, se le vino directo al cuerpo. Echó la muleta en la testuz, se zafó, cayó sobre la arena y ahí ya no se libró. Caracorta se lo comió y le propinó dos cornadas, una, superficial, en el pene. Su pene, al aire por un momento. Lo cubrieron con unas bermudas de Coronel Tapioca y volvió sin mirarse para dar una tanda muy emocionante con la derecha, por el carbón del toro. Qué huevos. Con la zurda se mantuvo igual de firme ante los parones y miradas del burel. Cogió la tizona, se tiró recto como una vela y plantó una estocada arriba con cierta travesía que hizo, junto a la dureza del toro, que éste se echara y se levantara varias veces hasta desplomarse. Herido, sin aspavientos, dio una merecida vuelta al ruedo. Por ser claros, dennos más Juanes de Castilla con el pene roto y Caracortas, y menos pegapases con Frenosos de "verdadera bravura".

Mientras su pene era intervenido con anestesia local en la enfermería de la plaza, otro Caracorta hacía pasar las de Caín a Curro Javier en banderillas. Robleño y el toro se contagiaron el rajarse, la espada hizo guardia, descabelló a la tercera, y se fueron ambos entre pitos.

Con el pene dormido, salía el melocotón Burgalito, armado y astifino. Manseó como todos, aunque en la poco lucida brega de Rubén Sánchez enseñó un fondo de casta inédito en la tarde. Ahí teníamos al manso encastado de Dolores. Castaño se echó la capa a la zocata, en el tercio bajo el 7, y empezó con poco ajuste y acople. Claro que el toro no era Ombú, por apuntar un perritoro cercano en pinta, y su embestida variaba de la humillada y larga, pasando por la mirona y a parones, hasta la bronca y saltarina. Era ver a un liberalio y sus continuos cambios de libreto en las tertulias. Cambió a la mano diestra, en el tercio, y dio la tanda más rotunda y jaleada, pasándoselo muy cerca. El toro se fue cerrando solo, sin oposición del matador, y la cosa empeoró, aunque emergieron sueltos dos grandes derechazos. Con el error en la elección de los terrenos y la falta de mando, cerró Castaño con una serie de trincherazos de mucho gusto y valor. Pinchó y mató de estocada atravesada hasta la bola quedándose en la cara. Saludó una ovación con la duda de si empató con el toro.

Volvía Juan con su pene adormecido a echarse a portagayola (están los operarios en el Manzanares recogiendo arena para rellenar el par de huecos dejados en el ruedo) y recibir los 669 (erotismo hasta en el peso) kilogramos del enorme y badanudo Bilbatero, que fue castigado con dos puyazos fiscalizables hasta por Hacienda, y que se rajó enseguida. Lo mató con una media atravesada y se fue, tras sus dos compañeros y con su pene herido, por la puerta de cuadrillas hacia el hospital, y con sus huevos intactos.

Tercer encierro de San Fermín 2025. Un toro bastardo

El destino de estos toros que debutaban hoy, esto es, para lo que los ha criado Álvaro Núñez , para lo que la Casa de Misericord...