
Perdónenme la expresión, pero, a ver, cómo diantres contarlo. Si en la película de Serra dicen que se oye la verdad de la tauromaquia, en la Gala de Presentación de la Feria de San Isidro 2025 se ha visto todo lo que tiene de farsa, de pantomima y de desprecio por el que paga y la sostiene. Algo así.
He encendido la televisión, he ido a los canales de la TDT, y he conectado con Telemadrid. Lo que me imagino que hará por las tardes gente como Álvarez del Manzano. La cámara estaba en la Puerta Grande, en directo. La reportera llamaba a Adrián de Torres "figura del toreo", luego le cortaba, para avergonzarle más y decirle que "me dicen que por ahí vienen figuras del toreo", el coleta se despedía elegante y gustosamente y el micrófono se iba hacia tres de los cuerpos que formaban un pequeño pasillo humano y que habían ido a ver a Morante de la Puebla (¿pero estaba Morante?). La reportera cortó de nuevo para indicar que venía "la presidenta" y Ayuso atravesaba el exiguo corredor de morantistas y la Puerta Grande tras los saludos protocolarios.
Un plano aéreo descubría el tinglado montado para la gala. En el ruedo, un semicilindro semitransparente y semiabierto. Un invernadero de polígono industrial sobre la arena venteña. Dolía ver una profanación más de la plaza. De primeras no se entendía el alien que colonizaba el planeta de Las Ventas, pero con el seguir de la gala cobró sentido. El semicilindro marcaba un dentro y un fuera, comunicados por la transparencia de su superficie y por una sola entrada. Ayuso había construido su burbuja, su Crystal Palace, su castiza cúpula geodésica de Buckminster Fuller, su universo acotado donde habitaba su idea de Madrid, que es también su idea de España y de la tauromaquia. Fuera, los tendidos, vacíos, sin afición; dentro, el Madrid ayusil, lleno de cultura en libertad, de toros ni de derechas ni de izquierdas, pero sí de Golden Visa, de gintonic, de gañote, de liberalios, de taurinistas, de lo peperísticamente correcto. Dentro estaba todo el 78 cultural de Ayuso: toros de Régimen, mestizaje y lo madrileño como sustituto de lo español. Y fuera, todo lo que no era eso.
Se proyectaba un vídeo de una carrera de relevos, de personas travestidas de torero y con una montera por testigo, que corrían por los clichés turísticos de Madrid y, de fondo, la B.S.O. de Carros de Fuego. La montera llegaba a Marco Pérez, la cogía, se giraba, penetraba en el semicilindro, avanzaba entre las dos columnas de asientos repletos de gente en la oscuridad y, tras un brindis, depositaba la montera en el escenario. "Madrid por montera". Unas chispas brotaban del frente del escenario hacia arriba. Aquí, no sé, para que la montera realmente se impregnara de Madrid, o del Madrid pepero, yo la habría rebozado por unas porras de las que le gustan a Almeidón o a Terelu, luego la habría metido a la línea 6 del Metro en hora punta, con su rebosar de inmigrantes, y ya, sudada y grasosa, habría hecho que Gloria Camila, del brazo de Ortega Cano, la posara sobre el mantel de alguno de los restaurantes del barrio Salamanca regidos por el chavismo y, de ahí, tras dejar un cerco de grasa en el asiento del Uber, llevarla a que cogiera un poco de olor al puro y orín del exterior de La Tienta, para entrar de gañote al callejón.
La cámara volvía a la entrada de la semilonganiza y veíamos a Negre grabando con su móvil la penetración en ella de una banda de música. En el móvil de Negre se encuentran vídeos de los trajines de Ábalos en pandemia con cosas como la de hoy. Puritita España. Los músicos tocaban "Madrid" de Agustín Lara entre la audiencia oscurecida y todo adquiría un aire entre lynchiano, por lo incomprensible, y berlanguiano, en su sentido más ridículo. Se bailó un chotis en el escenario.
Un grupo de cuatro machos jóvenes, una mixtura entre los de Nuevas Generaciones y los Vetusta Morla, tocó una canción que también iba sobre Madrid. El de la batería parecía como si el ingeniero del DOGE de Trump y Musk se hubiera unido a Taburete.
Salió Ramonchu. Sin capa, con chaqueta granate de terciopelo y camiseta negra. En la evolución del outfit de Ramonchu está la propia deriva del PP. La cámara temblaba ante una fugaz y arrebatadora mirada de Victoria Federica de Marichalar Borbón (en adelante, Vicmarbor), que se erigiría como máxima protagonista del evento.
Desde las palabras iniciales de Ramonchu, lo más repetido, el hilo conductor de la gala fue lo que llamaron el "cambio generacional" en la Fiesta. No el toro, ni el torero, ni el (h)arte, ni la afición, no, nada de eso. El cambio generacional, en positivo. Parecía que, de manera análoga a lo que sucede con el sistema de pensiones, los búmeres del régimen taurino esperan y promueven una solidaridad intergeneracional con la que los jóvenes sostengan su Fiesta, y no otra. Y así, Ramonchu pastoreaba a una joven co-presentadora, Bene, sobre el escenario.
Almeidón daba su discurso de cuñao y citaba a "Cañebete". Roberto Gómez recibía el premio a Embajador de la Tauromaquia y, era tan irónico, que sólo diremos que nos alegrábamos de verle, por una vez, fuera del callejón.
Subió Serra al escenario, pero, al hablar, no se le reconocía. Toda su divertida soberbia y su ácida expresión no estaban. Era como si al penetrar en el semicilindro ayusil, cualquiera, hasta Serra, se centrara, se volviera un ente suavizado, un producto surgido de la mente de Ayuso. Aún así, el cineasta, además de referirse con admiración a Joaquín Vidal, dijo lo más honesto: "la tauromaquia es un canto a la vida, es aceptar plenamente la vida, como es, con sus imperfecciones".
Los co-presentadores volvían al leitmotiv del cambio generacional y daban paso al "Grupo de Jóvenes de la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia" (está claro que en España también hace falta un DOGE, y no solo para el sector público) que recibían un premio de manos de Tana Rivera, desfigurada por un vestido blanco y negro sacado de un Bitelchús cubista. Luego hubo más premios, a Santiago Domecq y a Olga Casado, quién felicitó al alcalde y a su señora por su próxima paternidad, y se refirió a sí misma como "mujer y torero", no "torera". Algo que luego corregiría Ayuso en su discurso de cierre subrayando lo "inclusivo" de los toros.
Subió Vicmarbor, Tana y Bene, amigas, con ella, y se presentó el cartel, ideado por CRV. Una horrendidad (Vicmarbor está mona) que pasó a segundo plano con las tímidas y dubitativas palabras de su protagonista. La nieta dijo que echaba de menos en la plaza a su abuelo, Juan Carlos, y que hoy estaría muy orgulloso de ella, como lo está ella de él. Se llevó una ovación. De nuevo, lo búmer y lo zúmer se abrazaban, y se podría pensar que lo taurino es un campo propicio para el cultivo de la perversa alianza entre esos dos mundos que deben chocar para que el más joven sobreviva. La presidenta de la CAM lo certificó diciendo que "se echaba de menos a su abuelo" y que "se le quiere en Madrid". Garrido, de Plaza 1, también puso su granito de arena, y de incultura pop, citando por dos veces la canción de Mecano, "Un Año Más", convocando así al evento a la movida y la Santa Transición.
Ribagorda se quedó con el gatillazo de no poder entregar el premio al Torero de la Temporada a su admirado Roca Rey, que perdió el avión y que, por ver un rayo de esperanza en él tras la película de Serra, quizá pensó en que sería poco torero recoger ese premio cuando en Madrid se dejó un toro vivo.
La gala se cerraba y se resumía con un "gracias, presidenta" inaudible de Abellán cuando Ayuso reconoció su labor al frente del CAT. Quedaba así dentro del semicilindro el submundo ayusil, en el que encaja divinamente un régimen taurino que está conduciendo a la primera plaza del mundo a la pérdida de identidad y de rigor, a la decadencia y a la pontificación de la mentira sobre la verdad, de lo divertido sobre lo emocionante y del gintonic sobre el pañuelo verde.
No se hizo en la gala una sola mención a la afición, esa que, con su esfuerzo y dinero, paga y mantiene esta farsa.