No había vuelto a una plaza de toros desde Bilbao y lo de Argelón y Castaño, cuyo recuerdo sigue tan sólido en la memoria como la dura jeta de los cronistas (que no críticos) oficiosos, que estuvieron a disgusto con aquello. Como lo estarán con lo de hoy, aunque no hayan pisado Las Ventas, y aprovechen para ultrajarlo. Y es que, quizá, el mayor tesoro que encierran estos desafíos ganaderos es el del devolver el reflejo del Régimen taurino que lleva tanto tiempo, como Narciso, embelesado con su imagen, que se ha olvidado del estanque. El agua de la tauromaquia es el Toro, el espejo en el que habría de verse cada tarde y en el que, en cambio, se ve muy de tarde en tarde. Por eso, en días como el de hoy, con el Toro y sólo por el Toro, el perverso Régimen taurino queda retratado como aquel que hace noticiable que salten al ruedo animales íntegros, sin restos de espuma de afeitar, ni polvillo blanco de queratina en su hocico, esto es, toros que no parece que salgan noqueados como el que sale de los aseos del Fabrik; aquel Régimen que, frente a esos Toros, obliga a situar a tres hombres, Moral, de Pablo y Gerpe, que, juntos, suman menos festejos en los últimos años que los que han aligerado sólo este verano el bolsillo de cualquier aficionado sentado hoy en Madrid; aquel Régimen que desprecia con tanta ilusión la suerte de varas y que fomenta con tanto interés la tauromaquia de un solo tercio, que conduce a la tanquerización del penco y a la desprofesionalización de los varilargueros, a los que se les habría de intercambiar el oro por el nylon; aquel Régimen que, coherentemente, exige una selección de subalternos que están más tiesos y menos placeados que sus matadores, y para los que la lidia es o un misterio, o es la nieta mestiza de su vecino del quinto, aunque escrita con "y", Lydia; y aquel Régimen que se ve entonado y satisfecho con tardes como la de hoy, en las que la plaza habría de llenarse y en las que somos cuatro frikis y cuatro guiris ya de resaca al comienzo de su Erasmus, en las que en el callejón no está Roberto Gómez, ni Zabala en su pétrea poltrona, ni Ayuso ni Almeidón ni su juventud de gintonic y Golden Visa y sí Carmelo López con su cámara. Hoy no había ni toxinólogos, ni vulcanólogos, ni eremólogos. Ni siquiera fontaneros, que parece que puedan hacer falta ahora para reparar las fugas de las figuras (fuguras).
Esta imagen del Régimen taurino la reflejaban hoy seis toros excelentemente presentados, tres mansos de Doña Dolores Aguirre, y tres airados de Sobral. Los seis, con un "venenito" que se vería hasta desde el helicóptero de La Vuelta y con las complicaciones y el interés inmanentes a su naturaleza, la del toro de lidia. Sólo con eso, aunque la corrida no ha respondido con justicia a la ilusión despertada, todo adquiere más valor que cualquier monada, monería o mofa que se viralice desde la cuenta de uno de esos (h)artistas sugestivos de las lenguas y las poses. Ojalá hubiéramos visto, que sé yo, veintisiete puyazos, los seis pencos derribados, tres o cinco capotes rajados sobre la arena, y jugársela con acierto a un tío como Castaño, y más casta, y más poder, pero, claro, todo resulta más difícil sin buenas lidias.
El primero, otro Argelón de Dolores, era casi tan torazo como el bilbaíno. A Moral ya (se) le venció en el recibo. Luego recibió dos puyazos traseros, sin salida, en los que se dejó dar, le dieron mucho, y de los que se fue suelto. Los palitroques cayeron sobre él de uno en uno, el matador brindó y no todavía nos preguntamos el porqué. Tras un inicio por bajo que terminó mejor que como empezó, Moral no se acopló a la distancia que parecía requerir el dolores y luego cazcacaleó entre miles de pases hasta que Argelón se paró y se rajó, huero de casta. El torero móvil y el toro inmóvil, la tauromaquia al revés. Lo mató de estocada desprendida y golpe de puntilla.
Miró y olió el hierro pintado en la arena de la Doña su segundo toro, más bajo que el anterior, aunque igual de serio. Manseó como un pepero durante toda la lidia. Fue castigado con un picotazo trasero y un puyazo eterno, también trasero, de los que salió a la huida como un rayo. Las banderillas se dieron en forma de capea en la que, en lugar de sangría, se olía el canguelo. Corrió y corrió el toro y se adueñó del ruedo. Se paró entre el 3 y el 4 y allí se fue de Pablo. Lo sacó, sin lidiarlo, a los medios y, con la derecha, enseguida vimos que Burgalés era eso que tanto nos atrae: un manso encastado. Lástima que el matador no fuera tan creyente y lo viera sólo al final, en una serie de derechazos en la que atacó y hubo mucha emoción. Como también la hubo con el espadazo fulminante y la espectacular muerte del toro, que se resistía en pie, yéndose hacia fuera, mientras todo a su alrededor ya se cernía. Demasiada belleza para los ojos de hoy, cegados por el brillo de una pantalla y las orteaguadillas. Se le pidió una oreja a de Pablo que el presidente no concedió, con acierto, y dio la vuelta al ruedo.
El tercero era acapachado, puro Aguirre. Se llamaba Pitillito, pero bien podrían haberle añadido "y la cólera de Dios", por su pitón derecho. ¿Conocería Herzog a los dolores? Ovacionado y mal picado, también, nos faltó verlo en un tercer puyazo. Mehdi Savalli, valentísimo, puso un gran par de enorme riesgo cerca de toriles. En la muleta de Gerpe, el toro se frenó y se orientó. Sin mando, Pitillito sólo veía carne, y a por ella que iba. Arrollaba, quería huir, y el matador no le convencía de otra cosa. Lo desarmó en una ocasión y estuvo a punto de prenderlo varias veces. Se fue Gerpe a por el estoque y el toro se echó sobre el montón de arena del burladero. Se levantó y murió tras cazarlo a la segunda y un puntillazo.
Se fue Moral a portagayola a por Trasmara, el primero de Sobral, y se libró de todo. Sus zapatillas quedaron frente a toriles, bocarriba, y podría dejarlas ahí hasta la Noche de Reyes, porque será difícil recibir mayor regalo. Mientras, él se rehacía y el toro recogía una justa ovación por su belleza. Se arrancó alegre hacia el caballo por dos veces, aunque apenas se empleó y salió pronto de la pelea, que fue horrenda por parte del picador. Brindó a unos zangolotinos, corrió a darle mucha distancia al toro y sería lo único decente que le daría. El toro tardeaba, brincaba y derrotaba al final del pase. A Moral no se le veía pasarlo bien y optó por aburrir al toro, que se fue parando. En ese momento, el reloj de Leo le decía que llevaba mucho tiempo sentado. Lo degolló con una estocada caída y atravesada. Sonó un aviso. Moral salió a saludar por su cuenta en sus dos toros, que esto no lo dirán las crónicas.
Encorvado, el quinto, también fue ovacionado de salida. Otra preciosidad y otro desastre la suerte de varas. En banderillas lo escuché mugir, o eso me pareció, tan agudo, que era como oír una voz femenina. Uno de los subalternos tuvo que soltar el capote por las apreturas al cerrarlo en el burladero del 7. De Pablo empezó a faenar con el toro como si fuera cualquier otro. Reservón y sin fondo, pronto lo avisó, lo tiró al suelo y las puñaladas se las llevó el aire. Cuando pasó lo peor, apareció Moral renqueante sobre el ruedo. Queda para los que allí estábamos el cruel comentario de Leo. Volvió sin chaquetilla de Pablo y, por el izquierdo, se le vino el toro al cuerpo. Encorvado se orientó mucho y el peligro se veía. Un intento de macheteo por bajo tendió hacia la emoción, pero el matador tendía a hacer lo de siempre. Mató de estocada casi entera caída y atravesada.
La última pintura de Sobral, Nocheblanca, no pude verla, pero a cambio pude disfrutar en el taxi de un vídeo de la tauromaquia estúpida del Régimen en todo su esplendor: Talavante resultaba cogido por un toro de El Capea en Villanueva del Arzobispo al meterse con el animal en toriles tras indultarlo.