lunes, 16 de mayo de 2022

Desde donde Leo: primera semana de San Isidro '22

El dron que casi ve el triunfo de Julián

Tres años más viejos hemos vuelto a San Isidro. Tres años arrebatados y más agujas que en el Arrebato de Zulueta. El virus chino se ha llevado a sus paisanos de los tendidos y ha calado al español, que se muestra, sobre todo, servil. El españolito acusado de contagiar a su abuelo si comía en Navidad sin bozal, ha formado largas colas para recibir su pinchazo televisado y absolverse. La aguja hipodérmica de Lasswel se ha inyectado en brazos de toda ralea: flácidos de Malasaña, inocentes de infantes, acrisolados de Charos, extinguidos de Ciudadanos y con moreno agromán, mientras, más arriba, sonríen. Sánchez ha triunfado en la casa de la rubia lacada y ha adquirido más deuda para hijos de africanos, que la añadirán a la de su Continente. Tres higiénicos años para descubrir que los sanitarios no son sólo los aparatos que pueblan nuestros cuartos de baño, sino que también son seres que bailan tiktoks en hospitales colapsados.

Tres años después para volver a lo mismo. En la primera semana de San Isidro estamos los mismos que nos fuimos, y, gracias a Dios, nadie se ha ido del todo.

Ya no nos mira el ojo del Gran Hermano subido a una grúa y hay un dron que aparece sólo en los no hay billetes (dos hasta la fecha), aunque todas las tardes hemos oído su zumbido en el seseo en la boca del aficionado A. para confundir a Leo: "Leo, mira, el dron, ¿no lo oyes?". Leo que no es, como dice J., zurritonto, ve el futuro antes que nadie y lo expresa al inicio de cada faena: "¡eeeeeel siguiente!", y al acabar cada serie de trapazos: "¡aplaudiiiid!". Normal que desde el centrismo político y taurino se nos siga tachando de faltones y reventadores, pues a ver si aprendemos que hay que aplaudir lo que está mal, aunque mal esté, porque no debe ser lo mismo ver los toros de gañote en el Callejón Amón, que pagando y al sol de mayo. Y es que el cambio climático trae dinero, pero no cambio, y en mayo aprieta el calor de siempre que torra a la afición tanto como el frecuente destoreo.

La parte mala, que no tiene que ver con el clima atmosférico y sí con el humano, es comprobar la potencia del régimen taurino para malear a toreros como Aguado, del que aún recordábamos su maravilla del '19 indeleble en estos ojos que escriben. Otros, como Cortés, quizá hastiado por la desdicha, decía Pascal, de todo hombre de no quedarse quieto y ansiar ser torero, se conformó con dar la fiesta que los coleccionistas de acontecimientos (Leo dixit) demandaron al encastado Bastardero, de El Pilar, que se lleva la victoria a mejor encierro de los ya vistos. No sé ya cuántas orejas se han paseado esta semana (me lo apunta el aficionado E.: 6), pero en esta confabulación para el triunfo de la vulgaridad por parte del régimen taurino, los Presidentes indecentes y el público servil, cortar apéndices en Madrid vale ya sólo para que el beodo que trabaja al día siguiente en Deloitte lo pueda contar a la chica de la oficina y, ambos, a sus hijos, que así se conocieron sus padres.

Domb continúa su conversión de Las Ventas en la mejor (por más grande) terraza del Madrid, capital del pedo de Almeida y Villacís. La juventud taurina (una cada vez más clara categoría social) paga la entrada para hacer un botellón en el tendido adquirido 15 minutos antes en una interminable fila en el Opencor de la calle Alcalá o en el Chino de enfrente de La Tienta. Ni un minuto después de que cayera el último toro de la tarde, el día del Patrón la juventud se desplazó a almohadillazos hacia la discoteca del 7, mostrando todo su nulo respeto a un torero herido que ni se miró el cornalón y que fue sin aspavientos y erguido a la enfermería. Ha sido lo más bravo que se le ha visto a Ginés Marín y que hemos visto en toda la Feria.

Ver lo del ruedo doble o borroso puede ser una tosca solución para los que no desean someterse conscientemente al suplicio de cosas mal hechas de cada tarde. Y en estas, otra juventud, la novilleril, enseña que, de joven, poco, y de mentir, mucho. Ante los encastados pero nobles de Los Maños se afanaron en aplicar todas las reglas julianas y lograron que las mulillas los arrastraran con las orejas puestas. Así, una semana y ni Leo ni yo aún nos hemos levantado del asiento para aplaudir emocionados algo bueno de los de a dos patas. Mientras, otros enrojecen sus palmas acompañando la actuación de Florito and the Berrendos, las bernadinas y estocadas caídas de Lorenzo, el brindis interruptus de Marín antes del tacazo, o la escalada de todo picador a lo alto de su caballo aupado por los monos (de tanto mono, cada vez más los dominios del varilarguero parecen El Planeta de los Simios).

Pero en este universo replicado Feria tras Feria, como en el de los hermanos Wachowski antes de ser hermanas, se ha colado un glitch: Julián López, "El Juli". Tuvo el de San Blas que salir de Garcigrande a La Quinta para actuar en su segundo como nunca en Madrid. Del cándido primero, las buenas gentes, incluida la parte más roscosa del 7 bajo, que venían a ver a un más fino Morante, le habían entregado una orejita. Dos toros después y unos minutos más tarde de haber comentado con el compañero K.: "a ver si Julián el Poderoso que cantan los revistosos puede con este toro", Juli pudo con Gañafote, que cuántos toros así se han ido sin pena ni gloria al matadero, y le arreó dos larguísimos naturales finales que le hicieron llorar al no refrendarlos con la espada. Y esto fue casi una revelación para aquellos que desde la fila 25 del 7 hemos adorado el ara juliana erigida en un pilar de la andanada del 9. Porque la afición es la que siempre espera, ¡cómo no hacerlo si al final el derecho culo de Chanel ha vencido sobre las tetas zurdas de la Bandini! Ah, y seguimos esperando al Talavante bueno.

En fin, que la vida debe ser esto que se repite nuevo cada San Isidro.

sábado, 7 de mayo de 2022

Sánchez Vara

Sánchez Vara, el que cazó a Cazarratas


Francisco Javier Sánchez Vara es de Guadalajara. En esa oración cabe toda su existencia y, con otros nombres, la angustia existencial de todo guadalajareño.

La de Sánchez Vara es la historia de cómo el empecinamiento en triunfar en una empresa, la taurómaca, termina en un fracaso exitoso que muestra que la esencia precede a la existencia, y la naturaleza, a la cultura, aliviándonos a los de Guadalajara de nuestra peculiar desazón existencial.

Sánchez Vara tomó la alternativa cuando temblábamos con el Efecto 2000 y suplicábamos por el fin de nuestra soberanía monetaria. Nacía en el s.XXI un matador de toros del s.XIX, deslocalizado, pues lo hacía en la patria del encierro por el campo, donde el valor oscila entre dos números: el de varazos propinados al lomo del burel y el de botellines acumulados en el lomo del Patrol. Su naturaleza hablaba: el cuerpo, bajo, recogido y con la elasticidad suficiente como para haber sido garrochista en la Tauromaquia de Goya; el rostro, dominado por unas orejas que, como flabelíferos del Estado, lo abanican todo hacia el centro, coronado por una aguzada nariz (la de Rivera en la política); y un estilo tosco, en el que pesa más el esfuerzo que la armonía, sin mucha elegancia al modo del hombre mundano, ni al del torero. Un hombre que podría haber estado recibiendo a Mr. Marshall, pero que eligió ser matador de toros.

Como decíamos, Sánchez Vara se hizo matador en Guadalajara, un universo tan diminuto que su representación a escala 1:1, a pesar de lo que decía Borges, sería útil. Y, precisamente, esa universalidad enana de Guadalajara hizo que uno de los primeros mozos de espadas de Sánchez Vara fuera mi mejor amigo a unos bisoños dieciséis años. Mi compadre recorría junto a Sánchez Vara ese misterio de universo guadalajareño que casi cabe en un libro de Cela y en el que, a la vez, caben cuatrocientos cinco pueblos, pedanías y entidades inferiores. En Almoguera, Trillo, Villanueva de la Torre, Sacedón, Pareja o Cifuentes, Sánchez Vara era incubado culturalmente como torero.

Tantos toros mató en la época dorada del ladrillo, que pronto lo recibió la cátedra venteña. Primero, con un éxito de fútiles efectos para sus aspiraciones ante uno de Alonso Moreno, y luego con un sonado malogro. En ese tránsito del pueblo a la ciudad, en ese éxodo rural que todo guadalajareño hace algún día, Sánchez Vara fracasó. Fue un Palha de premio, Rabosillo, el que hundió a Sánchez Vara en la senda de la leyenda.

Decía Platón que, en las grandes culturas, los hombres no pueden ser lo que no obstante son por naturaleza. Pero, dicho a la antigua, ¿acaso puede un hombre realizarse sin obedecer a su propia naturaleza? Sánchez Vara, a raíz del palhazo, parece que comprendió su esencia (de lidiador) y abandonó la incubadora cultural para autodomesticarse. Autodidactismo a vida o muerte, llama Sloterdijk a eso de existir.

Y en ese momento, de rebelión contra su cultura, de hacerse según su naturaleza de lidiador, paradójicamente, desapareció el hombre y comenzó la leyenda. Si la rebelión es la esencia del ser humano, decía Camus, Sánchez Vara es nuestro humano más humano y una leyenda viva.

Sánchez Vara fue, es y será el hombre que cazó a Cazarratas. Nunca hubo ni habrá tan inasumible emoción generada por la naturaleza de un animal. El de Saltillo fue el toro más Toro que jamás verán los Amones del callejón (porque no lo vieron). Quinientos tres kilos en la báscula, una mota enorme en el centro de un infinito infierno blanco, The Terror, y una mirada más pesada que el vacío y más viva que la vida. Nietzsche hubiera dejado a su caballo de Turín por este Cazarratas, el animal que habría devuelto el esplendor de la selva ante el avance total de la civilización castrante. Cazarratas cavilaba como un muñidor y perseguía a todos los peones como Hacienda a todos los contribuyentes, hasta ese hogar que son las tablas. Hoy: No taxation without agitation. Y en ese ruedo salpicado de rehiletes negros, capotes y gorrillas saltó Sánchez Vara. Ahí fue el hombre hacia el animal. Nueve pases pudo asestarle antes de coger la tizona. Nueve encuentros para encontrar su verdadera naturaleza. El viejo de Hemingway necesitó la alta mar y un pez espada, Ishmael, embarcarse tras Moby Dick, y Sánchez Vara precisó de Cazarratas para entenderse, aceptarse y saber que requiere del toro que ya apenas hay. Lo mató a la primera y dijo que estaba "toreao". Así nació el último héroe de nuestra España y ha ido creciendo su leyenda a base de lidiar corridas a 4.315 metros de altura en los Andes, de matar a Retas de casta Navarra, o de cargar con Jesús el Pobre en la Semana Santa madrileña.

Pero, de nuevo un solo toro, el noble Ciervo de Los Maños, como la lluvia de este abril, caló al hombre y disolvió la leyenda. Los toritos de hoy, con los que se plaga de vídeos la red de redes, no son para Sánchez Vara. Su naturaleza es fracasar con el toro boyante de esta época y hacerse eterno con la alimaña de épocas mejores.

Y es que si el hombre ha de lidiar con su propia naturaleza, el matador de toros ha de lidiar con dos: la suya y la del toro. La vida, como la tauromaquia, es domesticación, y Sánchez Vara es el domesticador por excelencia, el mayor héroe existencialista.

Stanislaw Lem atribuía a la humanidad el estatus de una insignificancia: si se arrojara al océano a la humanidad entera, el nivel del mar ni siquiera se elevaría la centésima parte un milímetro. Estoy seguro de que con siete mil millones de Sánchez Varas rebasaríamos esa centésima.

La leyenda del domesticador


Tercer encierro de San Fermín 2025. Un toro bastardo

El destino de estos toros que debutaban hoy, esto es, para lo que los ha criado Álvaro Núñez , para lo que la Casa de Misericord...