Tres años más viejos hemos vuelto a San Isidro. Tres años arrebatados y más agujas que en el Arrebato de Zulueta. El virus chino se ha llevado a sus paisanos de los tendidos y ha calado al español, que se muestra, sobre todo, servil. El españolito acusado de contagiar a su abuelo si comía en Navidad sin bozal, ha formado largas colas para recibir su pinchazo televisado y absolverse. La aguja hipodérmica de Lasswel se ha inyectado en brazos de toda ralea: flácidos de Malasaña, inocentes de infantes, acrisolados de Charos, extinguidos de Ciudadanos y con moreno agromán, mientras, más arriba, sonríen. Sánchez ha triunfado en la casa de la rubia lacada y ha adquirido más deuda para hijos de africanos, que la añadirán a la de su Continente. Tres higiénicos años para descubrir que los sanitarios no son sólo los aparatos que pueblan nuestros cuartos de baño, sino que también son seres que bailan tiktoks en hospitales colapsados.
Tres años después para volver a lo mismo. En la primera semana de San Isidro estamos los mismos que nos fuimos, y, gracias a Dios, nadie se ha ido del todo.
Ya no nos mira el ojo del Gran Hermano subido a una grúa y hay un dron que aparece sólo en los no hay billetes (dos hasta la fecha), aunque todas las tardes hemos oído su zumbido en el seseo en la boca del aficionado A. para confundir a Leo: "Leo, mira, el dron, ¿no lo oyes?". Leo que no es, como dice J., zurritonto, ve el futuro antes que nadie y lo expresa al inicio de cada faena: "¡eeeeeel siguiente!", y al acabar cada serie de trapazos: "¡aplaudiiiid!". Normal que desde el centrismo político y taurino se nos siga tachando de faltones y reventadores, pues a ver si aprendemos que hay que aplaudir lo que está mal, aunque mal esté, porque no debe ser lo mismo ver los toros de gañote en el Callejón Amón, que pagando y al sol de mayo. Y es que el cambio climático trae dinero, pero no cambio, y en mayo aprieta el calor de siempre que torra a la afición tanto como el frecuente destoreo.
La parte mala, que no tiene que ver con el clima atmosférico y sí con el humano, es comprobar la potencia del régimen taurino para malear a toreros como Aguado, del que aún recordábamos su maravilla del '19 indeleble en estos ojos que escriben. Otros, como Cortés, quizá hastiado por la desdicha, decía Pascal, de todo hombre de no quedarse quieto y ansiar ser torero, se conformó con dar la fiesta que los coleccionistas de acontecimientos (Leo dixit) demandaron al encastado Bastardero, de El Pilar, que se lleva la victoria a mejor encierro de los ya vistos. No sé ya cuántas orejas se han paseado esta semana (me lo apunta el aficionado E.: 6), pero en esta confabulación para el triunfo de la vulgaridad por parte del régimen taurino, los Presidentes indecentes y el público servil, cortar apéndices en Madrid vale ya sólo para que el beodo que trabaja al día siguiente en Deloitte lo pueda contar a la chica de la oficina y, ambos, a sus hijos, que así se conocieron sus padres.
Domb continúa su conversión de Las Ventas en la mejor (por más grande) terraza del Madrid, capital del pedo de Almeida y Villacís. La juventud taurina (una cada vez más clara categoría social) paga la entrada para hacer un botellón en el tendido adquirido 15 minutos antes en una interminable fila en el Opencor de la calle Alcalá o en el Chino de enfrente de La Tienta. Ni un minuto después de que cayera el último toro de la tarde, el día del Patrón la juventud se desplazó a almohadillazos hacia la discoteca del 7, mostrando todo su nulo respeto a un torero herido que ni se miró el cornalón y que fue sin aspavientos y erguido a la enfermería. Ha sido lo más bravo que se le ha visto a Ginés Marín y que hemos visto en toda la Feria.
Ver lo del ruedo doble o borroso puede ser una tosca solución para los que no desean someterse conscientemente al suplicio de cosas mal hechas de cada tarde. Y en estas, otra juventud, la novilleril, enseña que, de joven, poco, y de mentir, mucho. Ante los encastados pero nobles de Los Maños se afanaron en aplicar todas las reglas julianas y lograron que las mulillas los arrastraran con las orejas puestas. Así, una semana y ni Leo ni yo aún nos hemos levantado del asiento para aplaudir emocionados algo bueno de los de a dos patas. Mientras, otros enrojecen sus palmas acompañando la actuación de Florito and the Berrendos, las bernadinas y estocadas caídas de Lorenzo, el brindis interruptus de Marín antes del tacazo, o la escalada de todo picador a lo alto de su caballo aupado por los monos (de tanto mono, cada vez más los dominios del varilarguero parecen El Planeta de los Simios).
Pero en este universo replicado Feria tras Feria, como en el de los hermanos Wachowski antes de ser hermanas, se ha colado un glitch: Julián López, "El Juli". Tuvo el de San Blas que salir de Garcigrande a La Quinta para actuar en su segundo como nunca en Madrid. Del cándido primero, las buenas gentes, incluida la parte más roscosa del 7 bajo, que venían a ver a un más fino Morante, le habían entregado una orejita. Dos toros después y unos minutos más tarde de haber comentado con el compañero K.: "a ver si Julián el Poderoso que cantan los revistosos puede con este toro", Juli pudo con Gañafote, que cuántos toros así se han ido sin pena ni gloria al matadero, y le arreó dos larguísimos naturales finales que le hicieron llorar al no refrendarlos con la espada. Y esto fue casi una revelación para aquellos que desde la fila 25 del 7 hemos adorado el ara juliana erigida en un pilar de la andanada del 9. Porque la afición es la que siempre espera, ¡cómo no hacerlo si al final el derecho culo de Chanel ha vencido sobre las tetas zurdas de la Bandini! Ah, y seguimos esperando al Talavante bueno.
En fin, que la vida debe ser esto que se repite nuevo cada San Isidro.