Cuando bajaba en el coche por la Autovía de Burgos (¿tiene la corrupción -arbitral- en España que alcanzarlo todo, hasta el nombre de la primera autovía?), veía las cinco cagarrutas, también llamadas torres, que coronan Madrid y ahí, en esa sensación de repulsa elevada, en las alturas de las siglas de los LEDs ecológicos de PricewaterhouseCooper, de lo impostado, de lo prefabricado, de lo desarraigado, lo comprendí. La tauromaquia estúpida, ante la que la única postura coherente es la del hipócrita, y que se basa en que en ella, como en el Estado de partidos, todo es mentira menos lo malo, y todo se facilita para el "triunfo" del torero y la ruina del que paga, dejaba claro que el hito alcanzado por 3Puyazos con su Feria del Aficionado no es sólo haber devuelto a la fiesta su integridad, sobre la base del Toro y el tercio de varas, sino, sobre todo, haber reencontrado la autenticidad de todo esto, esa que brota, casi siempre, de lo humano más humano, que es la desdicha que proviene del empecinamiento o, como decía Pascal, del no quedarse quieto en una habitación, especialmente para fracasar y volver hasta fracasar una y otra vez, y que tan bien cuenta mi querido José Ramón Márquez en las historias de "Gente pa tó", de la editorial "Letras de Almagre" (otras dos autenticidades).
Y es que la mañana de hoy de Dolores, Castaño y 3 Puyazos ha sido una exhibición de que hay gente pa tó, de gentes que preservan la Fiesta auténtica.
La autenticidad de una ganadera, Isabel Lipperheide, que, sobre un escenario de la España de Mr. Marshall, amplificada por unos altavoces y media hora antes de ver a sus toros morir en el ruedo, reconoce con humildad que sin su mayoral, Fernando Pizarro, no sería nada, que habla sin los lítotes consagrados entre el star-system ganadero y que defiende con más vehemencia y sentido el tercio de varas que Aibabur. Salir del basurero del Madrid de Almeidón y escuchar a la ganadera era darse una ducha. Por el color de pelo, y con todo mi respeto y admiración, emerge como la Trump del campo bravo. ¡La mayoría son unos Zelenski a su lado!
La autenticidad de unos toros de Dolores Aguirre serios como una tragedia, íntegros y con toda la variedad de comportamientos y complicaciones de su naturaleza, de su genealogía de mansedumbre encastada, que fijan el ser del espectador en el ruedo y que hacen que, para él también, no exista otra cosa en el mundo en ese momento, ni negreiratos, ni declaraciones de la renta, ni cónclaves Vaticanos, ni inflación, ni élites extractivas, ni reuniones por Teams, ni jefe, ni subordinados, ni siquiera el lunes.
Seis toros que no los ha visto Julián, El Poderoso en veinticinco años de alternativa y que se los ha ventilado con esfuerzo, honradez y seriedad, en dos horas y media un torero auténtico, Damián Castaño, tan honesto como tieso, o tan tieso por honesto, que se embarca en este Moby Dick de ser el primero en la historia en matarlos en solitario a pesar de saber que no tiene espada, y entregarse tan desalmadamente al fracaso que no queda otra que salir encumbrado como ídolo de la afición.
También la autenticidad de una afición que se sabe en decadencia, pero que llena una plaza con la ilusión de que las cuadrillas hagan las cosas como no están acostumbradas a hacerlas, que muestran que otra fiesta es posible y que se puede ir a los toros sin un gintonic y pagando.
O la autenticidad de un matador de toros, hoy de sobresaliente, como Francisco Montero, que cuando los novilleros llevan un BMW X5, tres empresarios-apoderados y se las ven con lo más bobo entre los bóvidos más bobos, él salía de los aledaños de la plaza en su Mégane (creo) con las puertas abiertas y empujado por un buen hombre, a ver si el coche arrancaba para vérselas de nuevo con una fiera en puntas en las capeas de los pueblos.
¡Lo que podría contar la persona que hubiera estado esta mañana en San Agustín y por la tarde en Sevilla!
Carafea, el primero, era tan alto que remató en lo más alto del burladero y que, frente a la torre de PwC, hubiera rematado sobre el letrero. Se creció en el primer puyazo, muy trasero de Piña, y se dejó dar hasta salir suelto de los tres siguientes, también traseros, a los que acudió en largo. Iván García clavó en la cara el tercer par de rehiletes, con el toro parado. El tercero sufrió antes para salir de la cara, braceando como el que quiere quitarse una mochila sudada. Castaño empezó por bajo, como tocaba, y estirando la embestida, que tenía su emoción. Remató por alto y se puso con la derecha en una primera serie de desajuste y cazcaleo. Dio distancia, que la pedía el toro, y mejoró en la segunda serie, soportando algún parón y cerrando con un gran pase de pecho. A la tercera fue la vencida y convenció en una tanda de ajuste, firmeza y mando. Cambió a la zocata, el toro redujo su recorrido, pero Damián tragó quina y tiró del animal, hasta levantar a los aficionados que lo aplaudían. Faena corta y a más en la que el matador entendió muy bien al dolores al que, en el cuarto intento, le dejó una estocada perpendicular, atravesada y delantera. Carafea fue apuntillado junto a las tablas y se llevó consigo el triunfo.
Salado ya apuntó cierta blandez y toda su bravura en el recibo capotero del matador, que cerró con una buena media verónica. El paso por el caballo fue de bravo, empujando y creciéndose en el castigo, en los tres puyazos en no el mejor de los sitios de Javier Martín. Entre el segundo y el tercero quitó Castaño por primera y última vez con unas templadas tafalleras. En la muleta se vino abajo definitivamente. Un toro como el Madrid 2024-2025, tan bravo como endeble, tan voluntarioso como desestructurado. Castaño aún así le arrancó un natural de olé, con el toro desarrollando cierto sentido. Tras cuatro pinchazos y golpe de verduguillo, se fue Salado y su boca siguió cerrada.
Cigarrero II desarmó a Damián cuando se relajaba con el capote. Réhabi picó trasero y caído las cuatro veces a las que acudió el toro desde la media distancia, saliendo suelto de todas. Lo mejor fue el puyazo que no dio por venirse el toro súbitamente y al relance, que es lo mismo que decir que el Rey reina, pero no gobierna. El segundo tercio tornó en capea en la que el animal se adueñó del ruedo, corría y derrotaba, y uno se lo imaginaba como a una Marisú Montero por San Pedro de Roma en el funeral del Papa, viendo ese pelo charil aleonado agitarse espídicamente entre solideos y las columnas del baldaquino de Bernini. Castaño sintonizó con el manso encastado en una tercera serie por el pitón derecho en la que se fajó y llevó la embestida hasta el final. Se puso por el izquierdo, el pitón más peligroso, cuando ni una de las pitiminís actuales siquiera se lo hubieran pensado. Tras un pinchazo, mató de estocada atravesada y la mañana empezó a pesar.
Langosto, un toro de naturaleza "antinatural", como diría Cultoro, esto es, con el trapío "antifiguras", fue bien recibido por el capote del matador. Montero, muy atento, lo quitó cuando se iba al caballo como un exhalación. El tercio de varas fue el más espectacular por la arrancada de Langosto desde casi la puerta de toriles en el tercer y cuarto puyazos, saliendo suelto de todos y sin pelear. Era tal la distancia que sólo cabían picador y toro en el móvil con el gran angular. Aillet picó como pudo o sabe, esto es, trasero y caído. El toro fue bien lidiado por Iván García y Juan Carlos Rey dejó un gran último par. Castaño no mandó sobre el toro, pero su encomiable entrega lo condujo a extraer un derechazo lentísimo con la figura erguida que fue como ver salir al mago que se ha enclaustrado en una maleta Samsonite de dimensiones acordes a la normativa UE sobre equipaje de mano. Dejó una estocada tendida y atravesadilla y se recogió cuando inició la vuelta al ruedo por unas leves protestas.Pitillito era el más guapo del encierro y tuvo la embestida más vibrante durante el primer y segundo tercios. Sólo quería caballo y más caballo, y Majada le recetó tres puyazos que hubieran llevado sin óbolo hasta Caronte a toros volcánicos como Ombú, y en los que el toro nunca estuvo bien puesto en suerte. Todos sufrieron con la lidia y las banderillas. Aquí el toro era más como JD Vance sacando los colores a las élites europeas, ensañadas. Castaño no lo vio claro en ningún momento, dudó y, al quedarse al descubierto, el toro no tuvo dudas, lo vio y le pegó una señora paliza. Volvió el matador y el toro se echó, masacrado. Mató mal. Recibió una sincera ovación por el esfuerzo y la entrega y casi podríamos decir que terminó ahí su mañana.
Carafea saltó como un tigre en el capote de Castaño y la arena llegó al tendido. Esto en La Maestranza de hoy sería motivo de denuncia pública, porque no se pué consentir que mi gintonic se embarre, que el toro tié que hundirse, no elevarse.Tosselló picó bien en los tres puyazos en los que el toro fue manseando más y más. Tras una buena lidia, Castaño, exhausto y malherido, porfió en toriles en vano contra la mansedumbre y poca casta de su rival. De nuevo, mató mal, pero, aun sin espada, dejó una gesta auténtica.