jueves, 17 de octubre de 2024

Quiero ser como Rubén Amón (hacia una crítica de la razón taurinista)


Quiero ser como Rubén Amón.

Un adalid de la razón taurinista desde el callejón, ese Delfos donde la pitia Abellán atiende a politicastros y celebridades, a cambio del sacrificio de verlo desfilar trajeao.

Quiero chapotear en la superficie de la tauromaquia como rito transgresor, rebozarme en actos de la Fundación y embadurnarme con el pringue de lo contracultural, pero no sumergirme en su profundidad, donde hay sueños rotos, pitones mutilados y donde lo falso es real.

Quiero actuar como ariete del equipo de la comodidad frente al de la incomodidad. Ser correcto y dejar a la ética cegada por la brillante taquilla de Simón o por la danza sugestiva de lenguas y poses.

¡Quiero ser Tartufo!

Quiero preferir ver los toros por televisión, que mi pensamiento sea la narración, que me piensen su cuento, que me cuenten lo que pienso, que vea lo que me digan y vean lo que yo. "¡Habla, para que te vea!", le dijo Sócrates el sofista a un discípulo, y le dice el taurino a los toros del televisor.

Quiero admirar a los tanatólogos que hacen autopsias de lo moribundo a través de las imágenes televisadas. Quiero seguir las prescripciones del doctor Caballero y gozar con las disecciones forenses de de la Serna.

Quiero ser un desertor de la cultura tradicional, el Hugo Ball de los taurinos, y hacer manifiestos, pero no dejar que se manifieste la exigencia. El rigor, sólo contra la cuenta del tardeo en La Tienta; ante el torero, la transigencia. Y ante las figuras, la admiración, porque son héroes inactuales (con community mánager y adicción a Tiktok) ahora que los dioses decaen.

Quiero desarraigar a la tauromaquia de su etimología, de su sufijo, ese -maquia que genera tanto rechazo como afición. Quiero que sea un arte, el arte, elevarla al trono de la vanguardia cultural, aunque ocuparlo sea un negocio y se comparta solio con el cenicero de Hirst, los fogones de José Andrés, los happening de Abramovich o el best seller de Marwan. Así podría presumir de ser taurino en el programa de Broncano. Quiero una taurostética, quiero que un artista toree a un vástago de Ombú en la sala del Guernica del Reina Sofía. Quiero que los de la ceja arqueen su dedo hacia arriba en forma de pitones. Quiero premios nacionales, autonómicos y provinciales de tauromaquia. Qué leches, quiero un Master Bull en TVE, con Domingo Delgado de la Cámara de jurado.

Quiero vibrar con el toreo y con el destoreo. Desde Duchamp, todo vale en el arte, y más aquí, que se muere de verdad. Quiero ser feliz en una plaza de toros, despreocuparme de geometrías, distancias, terrenos, colocaciones, ejecuciones, de parar, mandar, templar, y cargar la suerte, y preocuparme, pero poco, del botellón, porque qué no alegra más que ver a la plaza llena, aunque sea de borrachos. Quiero ser feliz y apetecer más lo divertido que lo emocionante. Quiero más despedidas de Ponce y menos de soltero, más Cénate Las Ventas y menos trapíos impropios. Ser un homo ludens, en cuya conciencia individual satisfecha no quepa el ser-en-la-época del aburrimiento. Heidegger es para los existencialistas del 7, a los que quiero volverme para descargarme sobre su molesta presencia y, mientras les insulto y miro, que se caigan el toro, Las Ventas y El Batán. Quiero que se concedan muchos despojos, porque orejas es lo único que puedo arrojar al gintonic del Arahy sin quedar como un rancio. Quiero coleccionar acontecimientos en el poco espacio libre de mi cuenta de Google. Quiero vivir lo histórico cada tarde, y hacer de lo excepcional lo corriente. Quiero que el torero triunfe, pues quién soy yo para juzgarlo, quién para amargarlo con protestas, quién para impedir el triunfo de un hombre que se está jugando la vida contra un animal creado para simular peligro. Quiero babear por Ortega mientras mece en su muleta la lengua y la baba del toro. ¡Ay, si Pollock hubiera visto los trazos de esa saliva sobre la tela!

Quiero despreciar al toro que no colabora para el arte. Y no es que quiera, es que debo hacerlo. Lo minoritario no es minoritario porque no embista, no. Lo es porque ofrece complicaciones propias de su naturaleza. Qué es eso de que el toro reponga, se oriente, se distraiga, no humille, suelte la cara, que mire por aquí, mire por allá, mire que se mueve Roberto Gómez. ¡Qué es eso de que el toro coja! Qué hartazgo de lo natural, ¿cuántas veces tiene el hombre que rendre l'âme para ser Creador? El toro debe fabricarse para que triunfe el hombre. El toro será más toro cuanto menos lo sea. Hay que seleccionar según la altura hasta la que descienda su lengua. Quiero disponer de un selector automatizado de toros con el que, sobre la base de un carácter comúnmente blandengue, poder aplicarle trapíos, pintas y afeitados. Un toro homogéneo para facilitar esas heterogéneas expresiones de los artistas que se forman en la misma escuela. El toro al hoyo y el vivo al bollo.

Quiero una Fiesta con el hombre como medida de todas las cosas. Quiero que Barceló haga del hombre de Vitruvio un minotauro con chorreras por cuernos y senos de mujer. Quiero en mi muñeca una pulsera de "Viva El Juli", y quiero un tatuaje con la cifra de los segundos que duran las medias más largas de Morante, Ortega y Aguado, y que podría resultar en el 112 de emergencias. Quiero que mi apariencia grite: "¡soy taurino y esnob!", lo que se consigue vistiendo, además, camiseta con mensaje bajo chaqueta y pinta desaliñá.

Quiero unos toros "centro centrados", esto es, liberalismo para beber en el tendido, nihilismo en el ruedo, progresismo en el rito, socialismo en los despachos, liberalios en barrera y un Illa sin complejos que se vaya a ver con Moreno Bonilla la del Domingo de Resurrección en Sevilla con las cámaras de la nueva OneToro TV rescatada por el Estado andaluz. ¡Quiero los toros del consenso en una España federal!

Y para todo esto quiero al toro como lo accesorio, al torero, de rebote, como lo esencial, y a su relación, como una fórmula cosmética para ocultar que la tauromaquia ya fue. Hoy moramos en cada tarde de toros sobre heridas maquilladas.

¡No puedo ser otra cosa que un hipócrita!

Y es que, quizá, la actitud más consecuente ante esa tauromaquia estúpida sea la hipocresía. Por eso, quiero ser como Amón, el Tartufo de los taurinos. Quiero el advenimiento de una nueva tauromaquia posthistórica, en la que todo sea felicidad y no haya que preocuparse de nada, en la que la IA sea la encargada de resolver el dilema psico-artístico de que cada toro sólo tenga dos orejas que entregar.

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