En 1983 ya explicaron Hobsbawm y Ranger que toda tradición es siempre un invento o un reinvento. Por ofrecer un ejemplo, William Wallace no vistió nunca la típica falda escocesa o kilt, ya que esa tradición no fue inventada hasta el siglo XVIII, siendo aún más recientes sus tradicionales estampados. En la línea de los citados autores, el filósofo Jean Juan Palette-Cazajus explica con ingenio que «en las cosas de la historia no hay tradiciones, sino, algunas veces, continuidad. Y ésta no cabe nunca en la perpetuación de lo mismo, sino en la rara capacidad de imprimir a los acontecimientos la marca de una voluntad de perseverancia en el ser». Y afina aún más: «tradición es ilusión. Ilusión de perennizar y sacralizar cualquier producción histórica de la mente humana mediante la creencia de que su periódica repetición ritualizada podrá preservar una pureza originaria».
Brihuega, célebre villa alcarreña que tiene embriagados con sus campos de espliego a instagramers, turistas de pueblos, y desbrujulados hipermnemónicos, que diría Debray, celebra cada 16 de agosto su tradicional encierro por el campo, declarado de interés turístico regional en 2009 y en proceso de adquirir la distinción de interés turístico nacional. El encierro, en síntesis, consiste en: una suelta de cuatro toros desde las calles hacia el campo el 16 de agosto a las 18:30 horas; un encierro en puridad, la conocida como "Subida", con los toros del campo al pueblo en la madrugada del 16 al 17; y, por último, otra suelta a las 12:00 horas del 17 de agosto, la llamada "Bajada", de esos bureles encerrados por la noche en los corrales de la iglesia de San Felipe hacia la plaza de toros. Casi un día entero de "encierro", por calles y campo, bajo el sol y la luna, que lo hace el acontecimiento más preciado de todo brihuego junto a la procesión de su Virgen de la Peña.
Ahora bien, esto no se parece en nada a lo que debía ser el encierro original que, como en todas partes, consistía en trasladar las reses del campo al pueblo para ser encerradas y lidiadas. Es decir, en el siglo XVIII no había "Subida". Parece ser que la actual tradición del encierro de Brihuega se inventó en los años 60 tras la construcción de la Plaza de Toros de La Muralla (1965), cuando alguna gran mente (seguramente casi tan grande como la de González Pons, el Oppenheimer español) ideó lo de la "Subida" para continuar teniendo un "encierro" auténtico, dado que con la plaza de toros se hacía del todo innecesario el traslado y encierro de los toros.
Parte fundamental en este invento de la tradición del encierro del 16 de agosto fue el ganadero Pedro Sopeña (qepd), quien, junto a su familia, se hizo cargo de su organización durante cincuenta años. Años de luces y sombras que hicieron del encierro de Brihuega el más popular y la referencia de toda la provincia de Guadalajara, la envidia y el espejo donde mirarse, porque tenía a los toros más grandes y fieros, por el riesgo y la emoción de su desarrollo y por lo especial de durar casi un día entero, con una noche de por medio. Desde entonces, está tradición inventada se ha ido conservando con ciertas corrosiones, algunas superficiales, y otras, profundas. Entre ellas, se pueden destacar el tránsito de novillos a toros, o el de permitir los coches a prohibirlos.
En la última década, y sobre todo tras lo acontecido en la edición de 2016 y en la de este 2023, se aprecia cierta y notable desviación en la conservación de la tradición del encierro del 16 de agosto, que se condensa en el hiriente lamento de que «Brihuega ya no es lo que era» y en la esperanzada ilusión de que «Brihuega vuelva a ser Brihuega». Una de las principales quejas es hacia una falta de organización del encierro o desorganización, si cabe. Se percibe un encierro ostensiblemente "descabezado", que va perdiendo su identidad y sin rumbo claro. Por ello, se proponen tres máximas como guías para devolver al encierro a lo más cercano a su tradición:
1. Situar al Toro como eje. En estos tiempos en que vemos imágenes de auténticos torazos en festejos populares y de auténticas babosas en los ruedos, choca poderosamente que los cuatro toros del encierro de este año, de Joselito, del Tajo, estuvieran anovillados y escurríos. Como sufre el aficionado en muchas plazas, los toros eran a la vista todo lo opuesto a lo que uno entiende por un toro de lidia. Podrían pasar por unas vacas travestidas con un aparato cornúpeto hiper-desarrollado o, directamente, por los novillos sin picar de por la tarde. Las gentes de Fontanar, Horche o Yunquera, entre muchas otras, presumen con socarronería, y con razón, de que los toros que sueltan en sus pueblos tienen más trapío. Cierto es que en Brihuega, quizá porque el taurinismo llega a todos los rincones, cunde el mantra de que el toro, cuanto más pequeño, mejor, ya que allanará más fácilmente y se moverá con más viveza, pero la realidad es que el toro aguanta y se mueve cuando tiene casta, esa cosa anhelada por la afición y denostada por el régimen taurino. Está claro que el trapío no garantiza la casta, pero sí el miedo y el respeto. Por eso, lo primordial para la restauración de la tradición del encierro de Brihuega y que lo devolvería a esa posición de referencia es "echar" cuatro señores Toros, sin discusión. Cuestión esta en la que se podría plantear una reinvención, como sería el optar por una ganadería de renombre y encastada (ahí están los Cuadris, Escolares, Ibanes, Miuras o Victorinos en muchas calles de España).
2. Devolver la imprevisibilidad propia del encierro. A nivel mundial, Bauman constataba una tendencia a la securitización, apuntalada por Sloterdijk al señalar que «la actual sociedad del riesgo es aquella en la que lo arriesgado está prohibido», y resumida por El Juli en lo taurino: «el toro más difícil es el que no te deja expresarte artísticamente». En el caso del encierro de Brihuega, esta primacía de la seguridad ha conducido a los diversos regidores a fortificar el camino no urbano de salida hacia el campo, levantando vallas, talanqueras y automóviles (el hacer de barricada puede ser un futuro uso del vehículo privado de combustión cuando nos obliguen a todos a ir en patinete eléctrico), y convirtiéndolo en una mera prolongación del recorrido urbano. Con ello se pretende afianzar una salida menos complicada, pero se elimina la imprevisibilidad de la que proviene la emoción. Hace años, superado el trayecto por el núcleo urbano, cualquier toro podía moverse por donde su instinto lo llevara, pudiendo incluso volver al pueblo por cualquier lugar. Una imprevisibilidad en la que parece residir la pureza de este encierro. Antes, la tarde del encierro era para un niño estar encarcelado en casa y merendar Nocilla y miedo porque había cuatro toros sueltos. El niño actual pasa la tarde libre en la calle, sin temor, junto a sus adultos en algarabía de botellines y cubatas. Hoy, merced a un vallado desmedido, el encierro se torna excesivamente previsible y mediatizable, pues, además, toda talanquera es, en potencia, un puesto destacado para que un culo, cula o cule tome feas imágenes que serán emitidas en bucle por Espejo Público. Por tanto, si se quisiera devolver al encierro a la senda tradicional, convendría "liberarlo" de esa excesiva "seguridad".
3. Concebir con interés al encierro en su integridad. Bien lo sabe todo brihuego, el encierro no dura lo que dura, sino que se extiende a lo largo de todo un año. Ello sugiere, lógicamente, que su organización tenga lugar durante todo ese mismo periodo. Los responsables públicos, si tienen interés e ilusión, deben considerar una preparación más profunda y amplia del encierro, así como la constitución de espacios de reflexión y discusión libres sobre dicho evento. Asimismo, el encierro en sí tiene tres partes bien diferenciadas, las cuales han de preservarse por igual. Su organización ha de concebirse desde la integridad de su desarrollo, sin obviar o discriminar cualquiera de sus partes. Tan importante es en la conservación de la tradición luchar porque haya "Subida", como recobrar la esencia de por la tarde del toro, el caballo y el hombre buscándose en las cuestas del valle de Brihuega. ¿Acaso se puede decir que uno ha estado en el encierro sin volver con las tibias espinadas por las aliagas y con dolor en los cuádriceps de subir y bajar cuestas y almendros? Por último, otra ayuda en la conservación del encierro en su integridad podría ser apuntalarlo con actos complementarios que, en algún caso, son tradiciones que se han perdido. Se recuperaría así el "Toro del Aguardiente", que se soltaba en la plaza de toros al finalizar la "Bajada", o, ante la posibilidad de que ésta no se celebrara por no haber podido encerrar ningún toro, se dispusiera de algunos otros bureles para ser soltados en su lugar.
Estas tres propuestas tienen la ilusión de conservar la tradición del encierro del 16 de agosto de Brihuega y de que no le ocurra como al verano, que ahora es sólo una sucesión de olas de calor. Pues ya lo advierte Cazajus: «la precaria memoria humana tiende a considerar tradicional toda idea o práctica social que supere los diez años de existencia».
Devolver el Toro, la imprevisibilidad y la integridad al encierro de Brihuega.