La antigua Plaza de España |
Desde donde Zulueta grabó En la ciudad, la nueva Plaza de España se otea como un desproporcionado círculo vacío. Pero no se ve como un gran anillo, que casara figurativamente la suave caída de la Gran Vía y el remanso antes del precipicio del Moro. Tampoco se contempla como un círculo de Podemos, de esos que sirvieron como lazo que necesitan los hillbillies de Malasaña para cazar hembras casamenteras. Ni siquiera casa con el círculo más español, aunque esté la plaza aplanada como si Morante fuera a torear. No, nada de eso. El de la nueva plaza es un redondel adoquinado que espera llenarse de gente.
En la era de la movilización, del lema del Capitán Nemo, Mobilis in mobili, la nueva Plaza de España es una rotonda. No para los coches, sino para las personas, que la movilidad en vehículo privado está en extinción, y nadie la defiende como a las cotorras que extinguen al gorrión común. En el país donde toda escultura en potencia aspira a caer en medio de una de las eternas rotondas, la nueva Plaza de España acontece como la primera gran rotonda para personas. Un círculo para que las personas circulen de forma segura, sostenible y conectada. Con ella se deja entrever una afirmación del afán hiperregulador del poder que últimamente se dirige a controlar el movimiento de los cuerpos humanos. Según Canetti, el siglo XX alumbró el desarrollo de la masa como sujeto: "de repente, todo se llena de gente". En esta nueva plaza, en el siglo pandémico, la masa se reafirma como indiferencia diferenciada (Finkielkraut) y controlada. La nueva plaza espera llenarse de iguales. La rotonda espera acoger y ordenar el movimiento de: turistas trivacunados con mascarilla; influencers recaudando me gusta mediante el expolio a su dignidad; getafenses, leganenses y parleños de botellón detox para entrar al Starbucks pasaporte COVID mediante; sanitarios aplaudidos mientras nos salvan con coreografías; posibles suegras de Almeidón de concierto indie junto a Levy; funcionarios de la FIFA entregando redondos balones de oro a los pupiles de Javi; y vecinos del Centro que por no poder pasear por sus calles pasean allí a sus mascotas.
Pero, y sobre todo, lo que la nueva Plaza-Rotonda de España consigue es que todos estos iguales que la van a llenar abandonen por ese momento de circularidad en la plaza su situación de puntos-individuo excéntricos autorreferentes, espumas, como dice Sloterdijk, y se vean sometidos en una estructura que les remite a un punto medio vacío: un centro, el Centro. De todas las formas posibles se elige el círculo, la geometría plana que remite indefectiblemente al centro. Carmena eligió, voluntariamente o no, el círculo. La Plaza-Rotonda es así una plaza política que, por ser circular y vacía, afirma el centro. Es la plaza centrista. La plaza villacisana. Todo igual que vague por allí va a estar, por un momento, centrado. Lo que no consiguieron Rajoy y Rivera lo va a hacer una plaza: centrar los cuerpos y los ánimos. Es la mejor representación del régimen del '78. El círculo-que-nos-hemos-dado-entre-todos. El lugar idóneo para la forma vida a la madrileña, donde todo puede ser un bar.
San Buenaventura explicaba así el altruismo cristiano: "Dios es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia en ninguna". Cambiemos Dios por Estado como centro común a todos y lo tendremos. ¿El vacío circular de la Nueva Plaza de España es el vacío de la nación, henchida de Estado y remitida a su Centro?