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La plaza solo atendía al geómetra mientras Román saludaba |
Si la tauromaquia actual vive entre dos corrientes opuestas (la de la tradición y la de la moda), este último fin de semana de agosto nos ha brindado tres acontecimientos que enseñan esa contradicción: las rayas de Alcalá de Henares, el piano de cola en Linares, y Javier Cortés en Linares, Alcalá y Colmenar Viejo. Del lado de la tradición: las rayas y Cortés; del de la moda: el piano de cola.
En los toros de Alcalá de Henares, a falta de auténticos Victorinos, se nos ofreció a cambio el empecinamiento del hombre, inesperadamente. La presidencia concede una oreja a la labor de Román y los areneros adecentan el ruedo. El geómetra de las rayas de cal comienza su labor. Tiene que cerrar dos circunferencias concéntricas y lo hace mal. Se empeña en unir una con otra, una y otra vez, en lo que Román da la vuelta al ruedo y saluda sin que el público se entere. La risa en la plaza rueda sin freno hasta que la cabezonería se ve frenada por un portero con visos de delineante que indica a nuestro geómetra el camino correcto, que sigue con temblor. Durante cinco minutos, asistimos al tropezón repetitivo del hombre con la misma piedra, que tan del torero es.
En ese mismo ruedo y día, otro caso de cipotudismo, lo exhibe Javier Cortés. En Linares sufre una seria cornada y se empeña en torear en Alcalá el día siguiente para triunfar en Colmenar horas después. La plaza ovaciona su empecinamiento al romper el paseíllo y se vuelve pequeña. Todo se encoge ante el ansia de un rubio de grana y oro. Somos diminutos, una nimiedad, un error despreciable frente al afán de un torero así. Cortés es un espejo en el que nos reconocemos pero no nos vemos. No nos devuelve el reflejo de uno mismo, sino de todos los mismos, de aquello que nos identifica como humanos. Con su ansia, Cortés ejemplifica lo que Pascal decía, que ningún hombre soporta la quietud y que toda su desdicha (la de ser torero, en su caso) viene de una sola cosa, que es el no saber permanecer en reposo en una habitación.
Ambos acontecimientos, las rayas y la gesta de Cortés, comparten la ilusión de conservar la tradición taurómaca, entendida la tradición al modo de Cazajus: "tradición es ilusión de perennizar y sacralizar cualquier producción histórica de la mente humana mediante la creencia de que su periódica repetición ritualizada podrá preservar una pureza originaria". Así, el geómetra con sus rayas nos devuelve a la ilusión del error empecinado del hombre, tan presente en la Fiesta, y nos recuerda que en los toros habríamos de esperar siempre lo inesperado. Por su parte, Cortés nos sitúa con su afán en la épica, en la ilusión por llegar a ser alguien en el toreo con un viaje en el que el hombre nada importa. Las rayas y Cortés son cabezonerías de la auténtica naturaleza del hombre frente a la moda del artificialismo que niega la naturaleza de las cosas.
Mientras, en Linares al día siguiente de la cornada a Cortés, la moda se hace presente y comparecen un piano de cola y Morante. En Málaga fue con una orquesta sinfónica con los ojos de Picasso en tablas cuando cortó una oreja. En el aniversario de la cogida a Manolete y donde ocurrió, Morante corta un rabo al son del Orobroy de David Dorantes. Un piano de rabo y una cola de toro. Ya decía D. Hilarión que lo próximo será que las banderillas con luces LED de colores y hechas en China, se enciendan al clavarse en el toro. Hoy, todo lo que ocurra en el ruedo ha de ser perfectamente instagrameable y retuiteable. La afición se cuenta por seguidores y no por abonados. Los toros reducen su tamaño y su fiereza para enchiquerarse fácilmente en los algoritmos de las redes sociales. El toro como animal y centro de la tauromaquia va a ceder su sitio al pajarillo azul de Twitter. El mundo del toro está por la labor de sucumbir a toda moda posmoderna. En Málaga, con la excusa del animal coronavirus, nos mantuvieron a base de agua, sin beber, fumar o vapear. La tauromaquia no puede ser políticamente correcta. Y si algún día lo es, será otra cosa.
Pero entonces, ¿por qué introducir pianos, sinfónicas y demás ocurrencias en las corridas de toros? ¿De dónde procede esta deriva de la Fiesta entre la tradición y la moda? Del toro. O más bien, de la ausencia del Toro. Si en Alcalá hubieran salido seis auténticos Victorinos, lo de las rayas sería una anécdota. Si en Linares hubiera salido uno de los Miuras de Sanlúcar, se estarían recogiendo los restos del piano al terminar la corrida. Si hubiera Toro, habría afición que impediría que los toreros compartieran escena con tales distracciones.
O quizá no. Quizá ya en el cuerpo de los toreros conviven el grabado del cuerno y el tatuaje de tinta bien presente en el rebaño de espectadores, y quizá la ausencia del Toro no es la clave, porque ¿a la afición la hace el toro? ¿O hace al toro la afición?
En cualquier caso, sí sabemos por Leopardi que la Moda es la hermana pequeña de la Muerte, idea sobre la que Gabriel Tarde certificó la inevitable victoria de la moda sobre costumbre como el rasgo principal de nuestra dinámica civilizatoria. Pero parece que los taurinos obvian esta realidad y se echan en los brazos de la moda y en las manos de pianistas para salvar una tradición destruyéndola.
Por lo que, antes de que la moda triunfe definitivamente sobre la tradición de los toros, podemos decir con empecinamiento que hay más tauromaquia en el cipotudo error del geómetra de Alcalá que en el piano de rabo de Morante. No olvidaremos este fin de semana de Javier Cortés.