jueves, 10 de octubre de 2019

El "tabernero"

Tabernero viendo la lidia


La expresión "tabernero" se la debemos al aficionado E., el mismo que le enseñó a Leo lo que es un toro "tulo" (dícese con socarronería de aquel morlaco que tiene los cojones pegados al culo). Con "tabernero", E. define a aquel empleado de Dombombo uniformado generalmente con un polo de color rosa taurino (más o menos desteñido) y portador de una o dos cajas prismáticas de plástico con asa y llenas de víveres (en su mayor parte líquidos o líquidos en estado sólido). El tabernero ha de acudir a la llamada a viva voz de los espectadores del tendido y, a cambio de un precio propio de los bares más à la mode del "ponzaneo", ha de satisfacer su deseo de regar con bebida su ánimo, no siempre eticoloreado pero seguro acalorado.

A golpe de vista, estos taberneros parecen distribuirse por parejas por cada tendido, uno para el alto y otro para el bajo. Suele coincidir también que el más alto se va al bajo y el más bajo, al alto, quizá por esa capacidad niveladora que la Fiesta tiene con sus espectadores y que Morante quiere tener, pero con la arena. A la vez, se puede observar con una mirada más atenta y de abonado que, en la mayoría de tendidos, esa pareja de taberneros está compuesta siempre por las mismas dos personas. Hallándose tras esa mismidad replicada, la búsqueda de una mayor eficacia en el desarrollo de su labor. La fórmula empleada de la mismidad intenta que, a partir de la repetición de la relación meramente económica entre el espectador y el tabernero, se produzca en el período de un sanisidro el tránsito antimoderno de esa pequeña sociedad basada a priori en una solidaridad orgánica (nacida solo de la interdependencia económica) hacia una fundamentada en una solidaridad mecánica (fruto de valores y costumbres comunes), utilizando la distinción de Durkheim. Que es justo la relación antimoderna que hay entre las pequeñas sociedades de abonados.

Pues bien, en el tendido alto del 7, desde la llegada de Dombombo al trono antes ocupado por los Chopera y antes por los Lozano, los abonados y demás espectadores que allí se aposentan se han visto despojados de esa relación con el tabernero, ya sea esta orgánica o mecánica. Ninguna. La orgánica es casi inexistente porque la cantidad de relaciones entre unos y otro se ha reducido en la era Domb al mínimo, llegando incluso a cero relaciones alguna tarde de este veranillo de San Miguel (quedando exculpada por ello la parte clientelar, que bien mostró su insistencia reclamando a la parte servidora). Y la solidaridad mecánica es imposible porque el criterio de eficacia de la mismidad se incumple en el alto del 7, ya que cada tarde nos toca en suerte un tabernero distinto. Hace ya de los buenos años de aquel gran tabernero B. (atlético, como Leo) que fue ascendido al bajo del 8 con su temprana sombra.

Para ejemplificar el retroceso sufrido en el servicio en la era del bombo, dos situaciones. Una, la tela de veces que el aficionado K. ha tenido que descender hasta la boca del vomitorio entre un toro y otro, bajo los gritos de "¡a su sitio! ¡A su sitio!" de Leo, para obtener dos latas de cerveza y volver a su sitio con las dos latas, pero bajo la misma lluvia de gritos. Y dos, cuando el aficionado J. estuvo a nada de ser cobrado de más por un tabernero no habitual (que es lo habitual en donde Leo), hasta que el quite de la aficionada B. a base de toques de calculadora aclaró el resultado de la suma de 3+3+3+2,5+2,5+2,5+1,5, evitando una pérdida de -2 para el aficionado J..

Por tanto, cabe preguntarse: ¿por qué el tabernero del alto del 7 nunca es el mismo y sube tan pocas veces?

Cavilando en los ratos en que coincide que lo que pasa en el ruedo es tedioso, que es casi siempre, con cuando Leo lo permite, que es casi nunca, uno piensa en el por qué de esa desigualdad del servicio de los taberneros.

No es porque esa desigualdad no exista, que parece que en el infierno de lo igual, uno ya no puede más que formar parte de la masa de la indiferencia diferenciada, que diría Finkielkraut, incluso aunque esa diferencia sea negativa para uno. Claro que existe un trato desigual: siempre se otea al tabernero B. por su ochesca sombra o a Dembelé por el sol del 6, es decir, los mismos en los mismos sitios. Menos en nuestro sitio. Tampoco se debe la desigualdad a que los ocupantes del alto del 7 propinen un mal trato a los taberneros, ya que esa denuncia requeriría ex ante de una cierta periodicidad del suceso denunciable y, por ende, de una relación habitual, cuestión ya bien descrita como imposible. Y tampoco es la razón explicativa de la desigualdad en el servicio, que los taberneros no den abasto en el alto del 7. Esta razón se rechaza ipso facto ya que donde Leo los abonados son minoría y la mayoría, no abonados, practica una suerte de autoservicio antes de entrar a la plaza, y por tanto, no necesitan del servicio del tabernero.

Así, pensando inútilmente, como Rivera circunnavega el centro para tocar pelo de poder sin conocer a Leibholz, a uno solo le queda imaginar: la razón última del desigual servicio de taberneros es que se trata de un descuido de Dombombo que enseña su intención de transformar rápidamente la mitad hacia el 6 del tendido alto del 7 en el tendido 5 de hace 15 años. Mientras tanto, Bernard quiere abonados fritos por el sol sin bebida (además de por el consenso taurino).

El paraíso dombiano es un tendido alto del 7 sin tabernero porque no hará falta. ¿Para qué servir a asiáticos hiperconectados, hindúes sin sed y público ya bebido? ¡Si apenas hay relaciones antimodernas!

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